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Le negó el derecho a nacer

Narra Kemal

Samira me dijo adiós mientras me abrazaba, aferrándose a mí como si su dolor dependiera de mi piel para sanar.

—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? — le pregunté. Separó levemente su cuerpo del mío y me dedicó una leve sonrisa forzada.

—Estaré bien — contestó — iré sola. Deberías quedarte aquí y pasar más tiempo con tu familia.

—¿Estamos bien? — cuestioné al notar amargura en sus palabras — ¿Quieres que lo hablemos después?

—¿Hablar de qué? Mira, Kemal, ahora no quiero hablar de lo acontecido. Prefiero... Esperar a que todo mejore. No quiero que mi vida gire entorno a tu hermanastra.

—Tienes razón, no deberíamos estar hablando de esto, no es el momento. Disculpa.

—Te amo — pronunció. — Te prometo que volveré pronto, solo será hasta que mamá mejore.

—Yo... también.

La ayudé a subir al helicóptero, el cual había tocado tierra aproximadamente un minuto después de nuestra conversación. El helicóptero despegó lentamente después de que Samira se acomodó dentro y desapareció en el cielo.

Me maldije muchas veces aquella noche. Debí insistir más en quedarme con mi novia, sabía que ella quería mi compañía, mi apoyo, sin embargo, estaba molesta, la conocía muy bien.

Estaba frustrado y jamás creí que sería tan débil. Pensé que el tiempo que había transcurrido me había fortalecido y era mentira. Ni siquiera había madurado lo suficiente como para serle fiel al compromiso que tenía con Samira. Nunca debí venir, me había convertido en un cínico, en un infiel, pérfido y mal hombre.

Mi deslealtad no tenía límites y mis faltas de respeto. Estaba avergonzado, me sentía tan miserable pero más que eso, un inmaduro. Nuevamente cometí el error de haberme acostado con Bahar cuando había prometido en mi subconsciente que iba a controlarme. Jamás debí confiar en mi autocontrol, jamás debí volver sin importar lo que acontecía en la empresa de papá.

Pero no estaba arrepentido, es que haber estado con ella fue la cosa más maravillosa del mundo. La amaba tanto que me dolía el pecho, mi amor era tan inmenso que en el pecho no podía ocupar lugar otro. Ni siquiera Samira.

Necesitaba un trago para tomar solo, en silencio, sin que nadie me cuestionara qué estaba aconteciendo en mi vida. Debía salir de esta mansión. El altercado con la madre de mi prometida habría sido una maravillosa excusa para negarme a las peticiones de Emir y la tentación de Nurbahar, pero ni siquiera pude escaparme de aquí porque para empezar, mi prometida se había negado.

Conduje por las calles hasta que llegué a mi prisión. Estaba solo, esta vez nada me podía detener, solo la fuerza de mi voluntad. Solo ir a mi habitación, darme un baño con agua fría y dormir toda una temporada, tal vez hubiera reprimido esta agonía.

Cuando el mayordomo abrió la portón, vi una motocicleta aproximándose en mi dirección. Fruncí el ceño y tuve que estacionarme lentamente para asegurarme de lo que vi no era producto de mi imaginación.

La motocicleta era una Aston Martin AMB, negra y cuando la conductora prestó atención a mi auto, disminuyó la velocidad.Ya no dudé que era Bahar. A pesar de llevar un casco, pude percibirlo. Aceleró la motocicleta y se perdió al doblar la esquina.

Recordé cuando Emir me contó que ella había comprado una motocicleta y se me encendieron las alarmas. Así que tomé la decisión de perseguirla.

¿A dónde te diriges? Pensé. Era media noche, Bahar no sabía transitar por estas calles. ¿O sí? No lo creía porque siempre estaba acompañada por alguien que la protegiera.

Continué conduciendo y me sorprendió ver de lejos cómo Bahar conducía esa motocicleta a una velocidad descomunal. Verla conduciendo a esa velocidad me puso muy nervioso y miles de pensamientos catastróficos invadieron mi cabeza.

Debía alcanzarla, así que aumenté más la velocidad y logré alcanzarla porque se había detenido por la luz roja del semáforo.

Llevaba puesto un pantalón de cuero ajustado a su cuerpo y un abrigo de la misma forma. Sus pequeños pies estaban calzados por unas botas negras de plataforma.

Bajé la ventanilla del auto pero ella no logró verme porque solo se detuvo unos microsegundos y la luz verde se activó. ¿Debería retirarme? Pensé. Sin embargo, no podía dejarla así, conduciendo a esa velocidad.

¿Hacia dónde se dirigía? ¿Acaso ella estaba acostumbrada a hacer este tipo de cosas? ¿O era la rebeldía de la que tanto Emir hablaba?

Habían pasado media hora. Media hora de persecución teniendo curiosidad por saber hacia qué lugar se dirigía.

Tomé el teléfono móvil para marcar su número telefónico y hablar con ella, pero luego decidí que no era una buena idea ya que hubiera podido provocarle un accidente.

Tomé aire, estaba desesperado, verla conducir a exceso de velocidad me provocaba náuseas y ganas de vomitar. De repente, ella calibró la motocicleta y duró unos microsegundos levantada.

Frené de golpe, incrédulo, dudando si lo que vi había sido cierto.

—¡Qué demonios! — murmuré, atónito, el corazón palpitó fuerte de miedo. Creí que se iba a lastimar en cualquier momento.

Yo no la podía dejar sola, necesitaba mantenerla a salvo. Comprendí que Bahar no estaba estable emocionalmente y ¿cómo? Si su vida estaba desorganizada. Y se había desorganizado más con mi regreso.

Luego de quince minutos, ella se detuvo en algún lugar cerca del cementerio y sacó una botella de la mochila.

Apagué las luces del carro para que no descubriera que la estaba siguiendo y ella se introdujo en el cementerio.

—¿Qué pretendes hacer? Regresa por favor, es peligroso — pensé.

Pero ella no iba a regresar. La conocía. Bahar estaba tomada, si no se encontraba borracha, estaba seguro de que no faltaría mucho tiempo para lograr estar lo suficientemente drogada como para poder valerse por sí misma.

Lo único que me tranquilizaba era que este cementerio contaba con seguridad y en algunas partes se encontraba iluminado, así que probablemente no tenía que estar a oscuras. Siendo precavido, tomé una pequeña linterna del maletero del auto.

Caminé, con cuidado de no ser ruidoso. Mi intención no era que me viera, sino vigilar que todo estuviera bien y que no corriera ningún peligro.

Después de lo que había pasado aquella tarde en la habitación del hotel, ella no quiso dirigirme la palabra cuando horas antes me decía tantas cosas sucias al oído. Recordar eso era una tortura.

Sacudí mi cabeza y abandoné mis pensamientos para poder concentrarme en mi objetivo, pues la había perdido de vista y encontrarla en este lugar inmenso iba a ser toda una odisea.

Sin embargo, la encontré, ahí, de pie.

—Dios mío — pronunció entre lamentos—. Como me duele. Me quiero morir, quiero morirme ya no puedo soportar este maldito dolor.

La escuché decir y fue en ese momento que quise derrumbarme.

—Nunca aprendí a vivir sin ti, chiquita — continuó, y mis ojos ardieron—. Llévame contigo por favor, ya no quiero estar en este mundo.

Cerré los ojos y contuve, quería abrazarla a mi pecho y decirle que todo iba a estar bien. Ella estaba sufriendo muchísimo. Ahora entendía las palabras de Emir cuando me contó todo. A ella le dolió mucho la decisión que tomó.

—¡Yo no te supe cuidar! Debí protegerte — se aferró a la tumba—. Debí protegerte de ese monstruo.

Fruncí el ceño. ¿Monstruo? ¿A qué se refería?

—Pero ni siquiera puedo protegerme yo misma, chiquita, soy un desastre.

Ya no pude soportarlo más, mis lágrimas se derramaron. Como hubiera querido estar con ella, decirle al oído que todo estaría bien, protegerla, cuidarla.

Recordé cuando le dije mi deseo, le dije que quería una niña que tuviera su lindo cabello y ella me dijo que le hubiera gustado que tuviera mis ojos.

Mi pecho se apretó con fuerza, imaginándome lo que no pudo ser. ¿Y si esa niña fruto de nuestro amor hubiera nacido? Si tan solo yo no me hubiera ido, si tan solo ella me lo hubiera confesado.

Todas esas cosas pasaron por mi mente, pero formaban parte de una ilusión, de una cruel ilusión, porque jamás iba a ver un nosotros, aunque siempre íbamos a ser.

Se pegó de la botella nuevamente por un minuto, como si tuviera sed, como si le urgiera beber hasta perder el conocimiento.

No soportaba verla así, tuve que desviar la mirada, pero tampoco podía acercarme porque me prometí a mí mismo que no me acercaría a ella por respeto a Samira. Era lo mejor que podía hacer. No iba a interceder. Si ella tomaba hasta perder el conocimiento, iba a llevarla a casa y ni siquiera iba a saberlo.

—Jamás debí tomar aquel té— se lamentó, con la voz débil—. Debí cuidarte hasta de Melek.

¿¡Qué!?

—¿Sabes? Quisiera morir — confesó tras dejar de tomar, sus rodillas tocaron el suelo, débiles—. Desde que te fuiste ya no soy la misma mujer. Hay veces que tengo ganas de asesinar a mi propia madre... La detesto. Cada vez que me habla como si nada hubiera pasado... Como si ella no hubiera sido la causante de este dolor mayor. La separación con tu padre dolió, chiquita, y sigue doliendo, pero tu asesinato fue lo que más me marcó... Ahora cada vez que me siento miserable recurro al alcohol — hizo una mueca amarga—. Algún día... Voy a reunirme contigo, entonces, y solo entonces, seré feliz cuando pueda tenerte entre mis brazos. Te prometo que pronto, hija mía... Pronto estaremos juntas en el paraíso.

¿Acaso estaba escuchando bien? No, no podía ser. ¿Acaso mamá...?

El corazón latió a mil, apresurado, entre ansiedad y mi estómago sintió un malestar. Quería seguir escuchando, pero ella se quedó en silencio.

—Debo confesarte, chiquita — habló después de su larga pausa—, que hoy saqué a mamá de mi vida. Lo hice por ti, mi cielo... Pero tengo miedo... lo admito, por Kemal... He intentado protegerlo... Sin embargo, se me fue de las manos.

Ella podría conspirar en mi contra... No podría imaginar lo que se desataría si la relación amorosa que tuve con Kemal es puesta en evidencia... Tengo las manos atadas. No hay nada que pueda hacer...

He protegido tanto a tu padre, que ni siquiera le he dicho cómo pasaron las cosas. Ni siquiera he tenido la valentía de decirle que mamá fue la que te negó el derecho a nacer. Que Melek fue la que te privó de la vida que yo tanto planeé para ti, mi amor.

Abrí la boca para tomar aire, la piel estaba ardiendo, todo en mí estaba demasiado confuso. Pensé cuando mamá me dijo que Bahar abortó por voluntad propia. ¿Acaso Melek estaba mintiendo? ¿Acaso su propia madre había hecho tal bajeza? Enfurecido, esa era la palabra la cual estaba dominándome.

Regresé al auto y esperé a que Bahar regresara. Cuando la vi caminando a lo lejos, me bajé del auto para hablar con ella de lo que había escuchado, pero eso iba a ser cuando estuviera sobria.

Tenía muchas preguntas qué hacer y sin duda ella me las contestaría todas. Aunque estaba molesto, quería explotar en contra de mamá. Estaba furioso pero logré esconder esas emociones y no actuar por impulso.

—¡¿Por qué me estás siguiendo?! — cuestionó, con molestia al verme.

—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien — respondí, intentando estar calmado y que no se notara que estaba algo afectado por esa información.

—Estoy perfectamente bien — concluyó— yo puedo cuidarme sola. No necesito que me protejas.

No se mostró nerviosa, tal vez creía que nunca escuché lo que dijo, que permanecí en el auto por todas esas horas y que nunca vi cómo ella desmoronaba hablando con nuestra hija.

Me sorprendía cómo podía estar ebria y no perder la compostura.

—No lo creo.

—Debemos irnos a casa — le avisé— no deberías estar aquí. Es media noche, Bahar.

—No eres quién para decirme lo que debo o no hacer — farfulló iracunda— ¡déjame en paz! Déjame vivir mi vida como me plazca.

—No seas infantil, vamos — dije, con gentileza— debemos irnos, linda.

—Ya no lo soy — murmuró con voz llorosa— ya no soy tu linda. Déjame de actuar así conmigo.

Mi corazón se volvió a lastimar cuando la vi tan decaída con la voz rota.

Intentó subirse a la moto.

—Bahar, baja de la moto, ¿Sí? Déjame llevarte a casa.

Y yo intenté tomarla del brazo.

—¡¿Qué demonios crees que haces?! — exclamó, apartándose— Kemal, pensé que todo había quedado claro entre tú y yo.

—Lo sé, sé que te dije que jamás volvería a estar contigo pero eso no significa que no vaya a interferir cuando te vea en peligro. Excediste la velocidad.

Rió sin gracia.

—¿Qué vas a saber tú? No sabes nada de manejar motocicletas, Kemal. Ni siquiera había excedido la velocidad. Y si lo hubiera hecho, ¿qué?

Estaba a la defensiva, así que logré acercarme lentamente hacia ella para darle calma.

—No tengo que ser un experto para saber que estabas excediendo la velocidad.

—Bien — dijo— lo admito, me gusta la adrenalina — sus ojos me miraron, fríamente—. Es mejor que sentir este abandono tuyo que me está matando por dentro.

Sus ojos marrones estaban entre cerrados y ese olor característico del el alcohol golpeó mi nariz.

—¿Estuviste tomando alcohol? — inquirí.

—No — mintió, bajó la cabeza escapando de mi mirada acusadora. Negué decepcionado, sabía que ella lo había hecho. Ella era una experta en decir mentiras.

¿Cuándo pretendía decirme la verdad de todo? ¿Acaso siempre me iba a enterar de cosas que me concernían escuchando detrás de las paredes?

—Si lo hacías — afirmé— no me mientas.

—¡Maldita sea! Y si así fue, qué. Solo quiero despejarme un poco, Kemal. Me dejaste una herida demasiado grande como para quedarme encerrada en esas cuatro paredes. Si me quedaba ahí, iba a desquiciarme más.

—Bahar, ven — pedí— vamos a casa, ¿Sí?

—¡Ya te dije que no! ¡Lárgate! ¡Lárgate con tu prometida! ¡Y déjame en paz!

—Estás borracha — no era una pregunta, era un reclamación—. No lo puedo creer, no puedo creer lo imprudente que eres. ¿Cómo sales a conducir una motocicleta así en ese estado?

—Porque era lo que deseaba, no hay otra respuesta. Soy una mujer adulta, puedo hacer con mi vida lo que me plazca.

—¿Qué tal si te pasa algo? Nuevamente estás pensando en ti y en tus deseos y no puedes ver la gravedad del asunto.

—¿Vas a seguir recriminándome lo egoísta y caprichosa que soy? —preguntó, aunque yo ya no lo pensaba así— Para ti sigo siendo la misma niñita egoísta de siempre, no es una novedad y últimamente me lo recuerdas cada día. —Su voz se diluyó en sus cuerdas vocales, mientras sus lágrimas gruesas se derramaron— Pero ¿sabes lo que más me duele? Que me veas a los ojos y que ni siquiera seas capaz de reconocerme...

Hubo un silencio, ni siquiera sabía qué decirle. Me sentía tan avergonzado, tan estúpido por creer que ella había decidido no traer a nuestra hija al mundo. Fui el culpable, hice conjeturas y ella nunca lo negó. Y mamá me mintió, pero yo fui un bárbaro. Dios mío, ¿qué iba a hacer con esto?

Sollozó.

—Ya no importa, Kemal, ya no importa.

Intenté abrazarla, sin embargo ella se alejó.

—¡No te acerques a mí! —me advirtió— No te voy a permitir que vuelvas a jugar conmigo. ¿No entiendes que me duele, me duele verte? Aléjate de mí, Kemal. Por favor, te lo suplico, ya déjame ir.

Mis ojos ardieron y los pedazos de mi corazón se volvieron añicos dentro de mi pecho. No quería verla así. Fue demasiado duro verla llorar así, con desconsuelo. Hubiera querido hacer algo para detener su dolor, pero ¿qué podría hacer si yo era el causante de esto?

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