Narra Bahar.
Jamás había estado tan nerviosa en mi vida como aquella vez. Sabía que algún día ese momento llegaría, todo por esa maldita necesidad de romper las reglas, pero nunca pensé que sería en ese momento.
Mi corazón latía apresuradamente y mi estabilidad estaba próxima a perderse, me tensé la mandíbula e intenté respirar con tranquilidad, pero era completamente difícil.
—Anoche, cuando intentaba tocar su puerta, vi que estaban dentro —revelé tras mi silencio sepulcral— ustedes estaban muy cerca en una posición indecente.
Negarlo era lo único que me quedaba por hacer, pero no sabía si daría resultados ya que podía tener más que una palabra para incriminarme.
—¿Cómo te atreves a levantarme tales calumnias? ¡No eres más que una atrevida!
La mujer no se intimidó, al contrario, se mostró altiva.
—No me creo, soy la mujer que le dará agua a beber— reveló— le voy a demostrar que puedo hacerla temblar aún con todo ese poder que tiene.
—No tienes ninguna prueba más que tu palabra —zanjé— así que nadie va a creer tus mentiras.
—Las palabras tienen poder, crean dudas y sospechas, así que no dudes que tengo el poder de ponerte entre la espada y la pared.
—Eres muy atrevida, no tienes ningún respeto por la señora de la casa— me acerqué hasta ella— pero, es admirable, buen intento. Ambas sabemos que tienes más que perder que yo.
Negó.
—No te equivoques Bahar— me advirtió —yo puedo perder mi trabajo, sin embargo, tú puedes perder la vida...
Se alejó de mí y se tomó el atrevimiento de sentarse en uno de mis muebles frente al espejo, como la mujer ordinaria y vulgar que siempre pensé que era. Era denigrante que los empleados ocuparán ese lugar.
—No solo me he dado cuenta del amorío entre su hermanastro y usted, también me he dado cuenta de que el hijo que esperaba era de él. Cuando la señora Melek lo sepa, creo que va a desmayarse de la impresión.
Me rendí, estaba claro que ella me tenía en sus manos. Por mi parte, no sentía ningún temor, el temor que sentía era por Kemal, temía que mi madre lo supiera y le dijera a mis tíos.
No confiaba en Melek, ella podría quererlo con el alma, pero si de algo estaba segura era que si alguien intentaba de una manera u otra atentar contra la relación de negocios que existía entre Evliyaouglu y yo, haría cualquier cosa por quitarlo de mi camino. Y eso lo comprendí cuando deshizo de una inocente, producto del amor más genuino y tierno que podría existir.
—Si Melek se entera de esto, su amor prohibido tendrá más que un fin sin siquiera haber perdurado— prosiguió cual vieja cizañosa y perversa— déjeme decirle que va a pasar— me miró con malicia, estaba disfrutando hacerme sentir pequeña, pensaba que yo lo merecía —Melek matará con sus propias manos a Kemal, el recogido de esta familia. Le será demasiado fácil, ya que no comparten la misma sangre.
—¿Qué es lo que quieres?— cuestioné, jugué con mis dedos, mi piel comenzó a sudar, y la boca se me secó solo de pensar en eso.
Se miró las uñas con dramatismo para darle un aire más terrorífico a la situación.
—Quiero diez millones de dólares— dijo, dejándome atónita.
—¿Acaso estás drogada?— indagué— no puedo darte esa cantidad de dinero.
—¿Tan poco vale tu amor por Kemal que no eres capaz de invertir en mi silencio?
—Baja la maldita voz, imbécil — farfullé iracunda— si alguien te escucha mencionar esa palabra puede que me maten, pero te aseguro que primero te mato con mis propias manos.
Se levantó del mueble y me miró como si me estuviera desafiando.
—No estás en posición de amenazarme, más que nadie sabes que te tengo en la palma de mi mano. Si no me das lo que pido, considera a Kemal bajo tierra. Creo que ya es hora de que se vayas haciendo una idea. Además, no es tan difícil conseguir diez millones de dólares para una mujer que ostenta tanto como tú.
—Claro que puedo conseguirlo, imbécil, pero soy una mujer. Estás consciente de que, si te deposito esa cantidad de dinero, las personas van a comenzar a investigar.
—Supongo que vine a la persona equivocada —se encogió de hombros— que lástima señora, que lástima que no le hayas dado tanto valor a la vida de tu amado.
Comencé a cansarme de esta mujer. Estaba muy equivocada si pensaba que iba a extorsionarme.
—No me tutees— le ordené— tu lugar está por debajo de mí, así que no te voy a permitir que me tutees. Me debes respeto porque yo te alimento a ti y a tu familia. Ya estuvo bueno, Mónica— le señalé — si no quieres aparecer suicidada te advierto que te mantengas al margen de esto.
—Un millón de dólares y pagar la colegiatura de mi hija en la universidad —propuso— si no lo haces, vociferaré ante todos que tú y Kemal se acuestan.
—No te voy a dar ni un centavo— farfullé— Si sabes lo que te conviene, olvidarás lo que viste y harás oídos sordos a lo que pase en esta mansión —me acerqué y tomé su brazo con brusquedad— no sabes de lo que soy capaz. Detrás de esta cara de ama de casa se esconde el monstruo más perverso que pueda existir, no lo provoques, porque cuando sale a relucir, puede hacerte la vida miserable a ti y a los tuyos.
La empujé con fuerza y se tambaleó, se aferró a la columna de la pared recuperando el equilibrio. No dejó de mirarme en ningún momento, estaba sorprendida, no lo podía esconder.
—Tendré mis ojos puestos en ti— le advertí— si esto llega a oídos de mi familia, yo misma me encargaré de que tu familia te encuentre suicidada. Con tan solo una orden mía, haré que la mazmorra que tengas como hogar caiga sobre la cabeza de los tuyos. Y no intentes hablar con Melek, porque aunque ellos no tengan la sangre en común, en su vida es más importante que tú y estoy segura que primero te manda a matar a ti, que sabes tanto, antes que a su hijo.
Enfureció al comprender que no podía amedrentarme.
—La señora me considera demasiado y estoy segura de que no lo hará — se mostró muy segura.
—Si quieres, inténtalo, y luego te va a hacer escoger la manera en la cual quieras morir...
(...)
Después de que Mónica salió de mi habitación, tomé aire y lo dejé salir varias veces.
A pesar de que la amenacé, tenía mucho miedo de que enloqueciera y que no tomara en cuenta mi ultimátum. Nada me garantizaba que me iba a hacer caso, así que no podía dejar de pensar en todo lo que ella me dijo. Me odiaba tanto o un poco más de lo que yo la odiaba a ella, pero a diferencia de nosotras, ella me odiaba por ser rica, y yo la odiaba por ser una metiche.
Sin duda alguna, ella odiaba mi juventud, quería ser como yo, poseer mi belleza y mi estatus social, por eso siempre intentaba traer a su hija aquí y ponérsela a la mejor oferta.
Polina, su hija, tenía diecisiete años. Su familia salió de Rusia mucho antes de que cumpliera los cinco años, así que aprendió a hablar nuestro idioma con facilidad. Ella pensaba que eso era un punto a su favor, pero lo que Mónica ignoraba era que mi familia no se mezclaba con personas cristianas. A pesar de lo que había aprendido, jamás abandonaron sus creencias, y mi madre las dejó trabajar aquí con la condición de que le rindieran culto a su Dios fuera de la mansión.
Ellas aceptaron y automáticamente Mónica logró simpatizar con mi madre, ascendió a ama de llaves.
Sin duda, ella le tenía mucha confianza. Sin embargo, había una probabilidad de que si ella hablara, todos esos años de trabajo los tiraría al retrete, ya que Melek no podía dejar cabos sueltos que quisieran atentar con la relación de negocios con su hija legítima.
No me extrañaba que ella estuviera escuchando detrás de las paredes. Pero debía ser más cuidadosa y mantenerme al margen de Kemal, esa era la única manera de protegerlo de esas personas.
Narra Kemal
Tomé las bragas de Bahar en mis manos y las llevé a la altura de mi nariz. Cerré los ojos mientras su aroma se impregnaba en mis fosas nasales.
La extrañaba. Y me maldije tantas veces por no mandar todo al demonio, aún cuando ella estaba dispuesta a tocarme. Me sentí totalmente arrepentido de haberla rechazado, porque estaba ardiendo de ganas de embestirla.
Cuando fui a buscarla, era demasiado tarde y no me quedaba más que una de sus bragas que robé de su habitación a escondidas, cuando salió a recrearse un poco.
Me sentía como un depravado, pero esto era lo más cercano a ella y lo estaba disfrutando tanto, me hacía recordar el sabor de su coño.
Mi falo saltó en mis pantalones y suspiré, desabroché mi pantalón y liberé mi polla dura, la cual empezaba a estorbar.
—Mmm— pronuncié y apreté más las bragas contra mi nariz. Mi mano se movió lentamente en mi polla. Estaba preso del placer que me otorgaba su aroma. Era como un afrodisíaco que estaba dispuesto a probar, con tal de que me llevara al éxtasis una y otra vez.
—Kemal— gimió ella, en mi mente— más rápido.
Aumenté esos movimientos en mí,é y jadeé al sentir esa sensación de cosquilleo placentero en mi entrepierna.
—Bahar, te necesito preciosa— pronuncié entre jadeos y sonidos que emitía mis manos al tener contacto con mi polla.
Aspiré nuevamente una y otra vez. Estaba mojado, estaba próximo a venirme porque sentía que mi líquido preseminal permitía que la piel de mi polla se resbalara con facilidad.
—Mmm, sí — gemí ronco. Mi piel sudaba y una ola de calor invadió mi cuerpo, abrí la boca y mordí las bragas imaginando que era su coño empapado.
Gruñí ronco cuando la imaginé retorciéndose de placer a causa de mis lamidas abscenas en su tierna, delicada y empapada piel.
—¡Oh sí!— gritó cuando succioné— ¡oh sí, qué delicia! ¡No dejes qué, sí, sigue así, mmmm!
Gemí ronco cuando la sentí renovarse inquieta, a causa de su placentera corrida, y lamí sus bragas al imaginar que era su miel derramada en mi boca.
Y mi cuerpo tembló y mis piernas se debilitaron, gruñí sintiéndome ensimismado en el placer, instantes de gloria adictivos, pensamientos carnales que no me dejaban pensar con claridad, y que por más que me masturbaba con la intención de que menguara este deseo desenfrenado, era inútil. Me torturaba más, pero me encantaba, porque era una dulce tortura, de la que me encantaba ser víctima, esclavo en sumisión a su aroma corporal.
Me derramé, al mismo tiempo que coloqué la braga en la punta de mi polla, imaginando que era su coño caliente. Mi semen cayó en ella y parte de la bañera.
Un toque en la puerta me hizo salir de mi trance sexual y guardé la braga en el bolsillo trasero de mi pantalón, aún estando sucia de fluidos corporales.
—¿Kemal?— me llamaron desde fuera. Era su voz y mi corazón saltó en mi pecho conmocionado.
—¿Sí?— respondí.
—Tenemos que hablar —respondió.
Me lavé las manos, intenté limpiarme un poco, acomodé mi ropa y me encaminé hacia la puerta del baño. Giré el picaporte, y ella me empujó hacia dentro nuevamente, y cerró la puerta.
La miré extrañado por su manera de actuar. Jamás pensé que después de lo que pasó anoche, iba a volver a dirigirme la palabra.
—¿Qué haces?
—Escúchame bien, tenemos un problema —dijo, su tono de voz era preocupado— es muy grave.
Mi corazón palpitó ferozmente en mi pecho. Imaginaba lo peor y ni siquiera había hablado.
—¿Qué sucede?— pregunté con insistencia. Estaba apunto de darme algo si no soltaba lo que tenía que decirme. No me gustaban los suspensos, los odiaba con todo mi ser.
—La sirvienta nos vio —respondió angustiada— anoche, la sirvienta Mónica nos vio.
Me quedé inmóvil ante esa confesión.
—No— dije— no puede ser. ¿Qué te dijo?
Resopló estresada.
—Kemal, ella lo sabe todo, sabe de Dafne y sabes que tú fuiste ese hombre que mi madre tanto busca. Quiere dinero— pronunció con los dientes apretados— si no le doy dinero, va a hablar, va a gritar a los cuatro vientos que nos acostamos.
—¿La dejaste ir?— cuestioné inquieto— no le diste lo que pedía?
—No, por supuesto que no— murmuró para que nadie nos escuchará. Estaba tan cerca de mí, tan cerca que podía sentir su calor— no sé qué hará, pero no le daré ni un centavo, ya que puede que nos siga pidiendo dinero después.
—Bahar, estamos en una posición muy delicada— intenté que entrara en razón— Creo que será mejor que me vaya. Pero antes quiero que sepas que le daré lo que pida para que guarde silencio. Lo último que quiero es dañar tu reputación.
Su expresión decayó al escuchar esas palabras.
—No— respiró profundamente sofocada— no, no te vayas, no lo hagas— me miró a los ojos, sus cejas se fruncieron en una mueca de dolor.
—Fue mi culpa— murmuré, acaricié su barbilla suavemente— y lo peor de todo es que lo volvería a hacer, te volvería a besar.
—Kemal...— pronunció con ternura que me derritió.
—Por eso me iré, sé que si me quedo te destruiré tu vida y destruiré esta familia. Una vez me fui por eso y si lo tengo que hacer nuevamente, sin dudarlo lo haré.
—No me dejes sola— me pidió con voz llorosa— yo… No puedo vivir sin ti, eres lo único que le da sentido a mi vida. Me siento tan vacía cuando no estás cerca.
—Perdóname, perdóname por todo, por decirte que no te amaba. La verdad es que te sigo amando más que ayer— casi se me rompe la voz, pero me contuve.
Respiré profundamente y me acerqué hasta sus labios, abrí levemente los míos para unirlos con los de ella.
Acaricié sus labios con los míos lentamente, la atraje más para pegarla a mi cuerpo enredando uno de mis brazos en su cintura. Mi lengua entró a su boca suavemente y no pudo evitar enlazar su lengua con la mía.
Le quité el velo, ese que estorbaba, quería verla a ella, tocar su cabello. Lo dejé caer en el suelo descubriendo su melena negra, la cual se deslizó lentamente en su espalda.
Jadeó, estaba temblando.
—Sé que te dije...— dijo sin despegarse de mis labios, agarré su cabello y tiré de él lentamente— sé que te dije tantas cosas anoche, pero lo único que quiero desde que llegaste aquí... Es hacer el amor contigo. Te deseo tanto, aún más que la primera vez.
—Y yo a ti, linda— pronuncié contra sus labios en una cercanía tentadora— no sabes cuánto he intentado parar, pero cuando se trata de ti, es totalmente imposible.
Desabroché el botón de su vestido. Solo faltaban unos centímetros más para volver a unir nuestras pieles que ardían con cada toque y cada caricia. Aspiré el rico aroma de su piel: era fresa.
—Tengo miedo, tengo miedo de perderte, no quiero que te pase nada, pero tampoco quiero que te vuelvas a marchar.
—No pienses en eso ahora — acaricié su labio inferior— yo lo voy a resolver.
Su vestido se deslizó lentamente por sus caderas hasta llegar a sus piernas. La miré, con hambre de probar cada centímetro de su piel.
Desabroché su sostén y lo deslicé por sus brazos, lamí su cuello, y succioné esa parte sensible de su clavícula. Sus dedos se enterraron en mi melena negra mientras su cabeza se inclinaba hacia atrás por el contacto de mis labios en su piel. Mi miembro estaba endureciéndose y mi vista deleitándose al verla morir de placer.
—Escapemos...— me pidió entre suspiros— vámonos... lejos, donde podamos estar solos. Esta es nuestra oportunidad...
Mi mano no se quedó quieta, la deslicé en sus caderas hasta llevarlas entre sus piernas para acariciar ese delicioso coño. Mis dedos juguetones se introdujeron en sus bragas y abrieron sus pliegues húmedos y resbalosos.
La besé intensamente, mis dedos jugueteaban con su clítoris sensible...
Hubiera querido decirle que sí que estaba dispuesto a irme y dejarlo todo por ella, sin embargo eso pertenecía a un sueño, a una fantasía muy lejana.
—Te amo...— gimió contra mis labios y se debilitó cuando sintió ese orgasmo explotar dentro de ella. Se aferró a mi cuello, no tenía fuerzas para hablar, fue tanta la intensidad que tuvo que descansar en mi pecho.
Acaricié su cabello mientras la acomodaba de espaldas y liberé mi miembro. Moví sus bragas hacia un lado y me enterré con fuerza, torturando la poca cordura que le quedaba.
Gimió.
Cuando salí de ella y volví a entrar con violencia, desatando miles de corrientes eléctricas en el interior de mi pecho.
Pegué su cuerpo a la pared y me mecí con rudeza, dentro y fuera.
— No pares — me pidió perdida y ensimismada en ese placer que le estaba otorgando. Se mordió los labios, suprimiendo los gemidos sonoros para que no se escucharan fuera de la habitación. Puse mis manos alrededor de sus nalgas y las expandí para darme más acceso y entrar en ella por completo.
No me detuve, no planeaba hacerlo y más con todas esas ganas acumuladas que tenía, hervía por dentro.
—Estás tan...— jadeé — tan apretada.
—Y tú estás tan duro...
Mis manos se pasaron por sus pechos y los apreté con fuerza, lamí mis labios cuando sentí ese cosquilleo intenso que me daba estar dentro de esos tibios y estrechos músculos.
Le di una nalgada y dio un leve brinco en respuesta aturdida por lo violento que había sido, mi mano subió a su cuello y lo apreté con fuerza.
Agarré su pelo e hice una coleta para tirar de él fuertemente con cada dura embestida.
Chilló extasiada.
Sentí como tembló y como sus entrañas se retorcían y palpitaban alrededor de mi polla. Quiso gritar, pero cubrí su boca al escuchar como la puerta de la habitación se abría.
—¿Kemal?
Era la voz de Samira.
Embstí lentamente todavía sintiendo las leves contracciones de ella y me dejé llevar, hasta que sentí como mis piernas se debilitaban, y un calor abrasador invadió mi cuerpo, salí de ella y me derramé en sus nalgas. Me quedé ahí, respirando forzado, abrazando a Bahar fuerte, muy fuerte.
Esperando a que Samira entrara al baño y descubriera la clase de monstruo que soy y que de una vez por todas escapara de mí.