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Dafne

Abrí lentamente los ojos y lo primero que vi fue a mamá de pie frente a mí, observándome. Me sobresalté y al moverme bruscamente, sentí un fuerte dolor punzante en la cabeza, por lo que cerré los ojos y me llevé la mano a la cabeza con una mueca de dolor.

—Bahar —dijo ella y dejé escapar el aire al saber que escucharía sus reproches sin sentido— ¿qué estás haciendo? Emir habló conmigo esta mañana y me dijo que te encontró borracha.

Sabía que Emir sería un soplón y hablaría con ella; era tan predecible.

—Mamá, por favor. Me duele la cabeza.

—No, no me voy a callar, me vas a escuchar. Si tengo que golpearte para que reacciones y me escuches, lo haré. Ya no eres la misma adolescente del pasado, ya eres una mujer y debes comportarte como tal.

—¿Sabes por qué estaba bebiendo, mamá? —cuestioné débilmente, sin dejar de mirarla a los ojos— Porque hoy se cumplen diez años de lo que me hiciste. Hoy se cumplen diez años, mamá —se me rompió la voz— diez años de aquel día en que me diste un té abortivo y lo tomé sin darme cuenta —hice una leve pausa. —Hace diez años, y no he podido superar la muerte de mi niña. Me hiciste pujar, me hiciste desear que estuviera viva y esperar escucharla llorar, aún sabiendo que estaba muerta. Eso yo nunca te lo voy a perdonar. Me dijiste que lo iba a superar, pero ese día nunca llegó.

Me dolía todo. Todos esos recuerdos habían llegado a mi memoria, y aunque era más por Kemal que estaba tomando, quería que sintiera culpa por haberme hecho trizas en el pasado cuando me arrebató lo más preciado que tenía. A mi bebé, una parte de mí llena de ternura que ella mató.

Melek apretó los dientes en una expresión dura y fría. No podía entender por qué no lograba hacerla sentir culpa. Era un caso perdido.

—Era esa bebé o tú, tú eres mi hija y solo quise protegerte —cerró los ojos, hastiada— además, sabías que no podías andar de regalada e ignoraste los problemas. Ignoraste que existen consecuencias. Hasta el sol de hoy no he podido saber quién fue ese desgraciado.

—Ojalá Dios te perdone, mamá, porque yo nunca lo haré. Cuando asesinaste a mi hija me secaste por dentro, tú me secaste por dentro.

—Ya basta, solo era un feto, ni siquiera tenía vida.

—Eres una cínica, mamá. ¿Te atreves a decirme que no tenía vida? ¿Crees que soy una ignorante?

—Dependía de ti para vivir y no estaba destinada a pertenecer a esta sociedad. Deja tu sentimentalismo. Yo te perdoné por todo el estrés que me hiciste pasar hace diez años por ese embarazo de quién sabe quién. Pensé que te matarían. Agradece que tu madre pudo sacarte de eso.

—No tienes alma, mamá —le dije con voz llorosa.

—Cuando se trata de salvarte la vida, puedo ser desalmada porque eres mi hija y no me tiembla la mano para hacer cualquier cosa por sacarte de los problemas que por tu inmadurez has creado.

Diez años antes

Mamá me llevó de paseo a París y me escondió en una casa grande. Quedamos en que iba a tener a mi bebé.

Eso fue lo que ella me dijo y le creí.

Estaba muy ilusionada. Muy feliz, me sentía invencible ante cualquier adversidad de la vida. Quería proteger a mi bebé de todo lo malo.

—Bien, Bahar, veamos a tu bebé —habló la ginecóloga obstetra y yo sonreí anonadada.

Ella colocó un líquido gelatinoso en mi pequeño vientre abultado y colocó el aparato en mi vientre y lo removió, mis ojos observaban la pantalla en busca de alguna imagen.

—Doctora, ¿puede decirme cuántos meses está?

—Lo vamos a saber en un momento, no se preocupe.

Mi mamá asintió.

Observé la pantalla y mi corazón latió apresuradamente al ver su cabecita y su pequeño cuerpo. Suspiré pérdida en la felicidad y unas lágrimas bajaron por mis mejillas. La ternura que sentí no se pudo haber comparado con ningún sentimiento. Esto era único.

—Bien, aquí vamos —removió el aparato— aquí vemos un feto —arrugó el entrecejo— más o menos de dieciséis semanas.

—¿Dieciséis semanas, doctora? —cuestionó Melek sin poder creerlo.

—Por supuesto, señora, y por lo que puedo ver es una niña —la doctora me dedicó una sonrisa.

—¿Una niña? No puedo creerlo. Kemal vamos a tener una niña —pensé. Si tan solo supieras, amor. Si tan solo estuvieras aquí, estoy segura de que hubieras estado tan feliz e ilusionado como yo. Me dijiste que querías una niña con mis ojos.

—Este embarazo está muy avanzado, pensé que solo eran menos de tres meses.

—No, señora, puedo verlo por el tamaño del saco gestacional. ¿Quieres escuchar su corazón?

Me sentí emocionada.

Y cuando escuché ese sonido, el llanto se intensificó aún más. Era el sonido más magnífico y emocionante que nunca había escuchado, sin embargo, cuando lo escuché, se convirtió en mi favorito.

Ella estaba dentro de mí y su corazón latía con el mío, desenfrenado por la emoción que sentí al saber que sería una niña preciosa, la luz de mis ojos. La luz de los ojos de su padre.

Observé a mamá, ella estaba algo distraída y jugaba con sus dedos; ni siquiera sé en qué estaba pensando, pero no le di mucha importancia, solo podía pensar en ella.

...

Acaricié mi pancita mientras observaba mi pequeño vientre en el espejo.

—Vas a ser una bebé muy bella —le dije— te prometo que voy a protegerte. ¿Cómo te vas a llamar?... ¿Dafne? Sí, creo que es un bonito nombre; ahora que lo tendrás tú, será el nombre más bonito del mundo, al igual que tú. Mi niña bella.

—¿Bahar?

—¿Sí, mamá?

—Te hice tu té favorito.

—Que bien, ya me hacía falta —me dediqué una sonrisa de agradecimiento, sin saber el veneno que me estaba dando a beber.

El peor error de mi vida fue haber bebido de él.

Me empezó a doler el vientre.

Todo fue en tan solo un momento.

Comencé a sangrar y mamá llamó a una persona desconocida que se encargaba de prácticas abortivas.

Le pedí, le supliqué que no lo hiciera, sin embargo no me escuchó.

El doctor me revisó y me dijo que ya no encontraba ningún latido.

Y esas palabras me destrozaron por dentro. Lloré. Grité fuerte, muy fuerte y golpeé la cama varias veces intentando sacarme ese dolor tan grande que sentí al comprender que yo iba a poder tener a mi hija conmigo. Que no iba a poder siquiera besar su frente y oler su aroma. Que jamás iba a decirme mamá, que jamás iba a poder saber cómo sería el sonido de su voz.

El doctor me obligó a pujar a mi bebé. La miré, su cuerpecito inerte, y su piel suave y sensible, sus ojos cerrados. Esperé a que ocurriera un milagro y que ese deseo de escuchar su llanto se cumpliera, pero la vida es injusta y cruel.

Ese llanto nunca salió y yo me desmayé, no podía aguantar la presión en mi pecho, la desilusión de esperar tanto a alguien importante y que al final después de tanto esfuerzo no resultara.

El dolor de perder a un hijo es el dolor más grande que puedes experimentar, yo lo experimenté y fue el día más terrible y oscuro de mi vida.

Nunca lo superé y cada vez que cumple años le dejo flores a su tumba y luego me emborracho hasta perder el conocimiento.

Caí en su trampa, ella me amenazó con matar al padre de mi bebé, me dijo que lo podría tener si me casaba con Emir, así lo hice depositando toda la confianza en ella de que mi bebé iba a estar a salvo de todo. Pero....no fue así.

Mamá me obligó a bajar al comedor para que comiera junto a la persona que había hecho trizas mi corazón.

Ese día me sentí tan desanimada y deprimida que lo único que quería hacer era quedarme escondida en mi habitación para no mirar a Kemal.

Estaba cabizbaja, ni siquiera mis ojos habían hecho contacto con los de él. Cada vez que intentaba mirarlo no podía hacerlo porque recordaba todo lo que escuché la noche anterior.

Mamá reía con Samira.

Cada vez que la miraba sentía desprecio. Aunque la amaba, sentía cierto rechazo hacia ella por lo que me hizo en el pasado. El resentimiento se quedó ahí y se manifiesta cada veintidós de septiembre.

—¿Ya fijaron fecha para el compromiso? —quiso saber el estúpido de mi esposo. A él sí lo miré y le dediqué una mirada repulsiva.

—No —contestó Samira y me observó con una sonrisa triunfadora— pero pronto lo haremos. ¿No es así, cielo?

Acarició su mano con suavidad, y repasé con una mirada apagada y seria todos sus movimientos, hasta que llegué a su corbata y mi estómago cosquilleó al saber que pronto me encontraría con sus ojos.

Gül acarició mi mano por debajo de la mesa y yo desvié la mirada hacia ella.

—Cuéntanos de ti, Samira —habló Gül después de una larga pausa—. Leí en una revista que eres hija de un abogado conocido de la familia. Me extraña que nunca coincidimos.

Samira fingió una sonrisa amable.

—Es que viví fuera con mamá todo el tiempo, solo venía al país a vacacionar, ya que me pareció mucho mejor vivir en los Estados Unidos.

—¿Onur Yilmaz es tu padre, jovencita? —cuestionó Burak, y ella asintió — vaya, qué gran sorpresa. Es todo un honor saber que vas a formar parte de esta familia.

—Para mí también lo es.

—No es musulmana, tío, es cristiana —reveló Murad, y todos se quedaron mirando, como si algún desastre hubiera pasado ante sus ojos.

Miré a Samira, la cual se puso seria y bajó la mirada, y luego a Kemal. Él le dedicó una mirada fría a Murad.

—¿Cuál es tu problema con ella, Murad? —inquirió Kemal en un tono firme. Era verdad, él la amaba demasiado; lo pude ver en sus ojos y en la manera en la que la protegía, de la misma forma en la que antes a mí también lo hacía cuando los amábamos en secreto.

—Murad, Kemal, no vamos a iniciar una disputa por eso. Por favor, Samira, disculpa a mi hijo, es un tanto intenso.

—Creo que no tiene nada de malo que ella sea cristiana —habló Emir con su desagradable voz, pero yo rodé los ojos, sin embargo nadie pudo verme, porque volví a bajar mi cabeza— Kemal es un hombre moderno y debemos respetar eso.

Me levanté de la silla, y ésta hizo un sonido que llamó la atención de todos en la mesa. Me sentí algo intimidada al tener todos esos ojos confundidos puestos en mi dirección.

—Iré arriba, discúlpenme, no me siento muy bien.

—¿Qué te pasa, Bahar? ¿Es algo de lo que deberíamos preocuparnos? —dijo Burak, y Emir tensó la mandíbula, tenía miedo de que yo cometiera un error y terminara despotricando en su contra por el odio desmedido que le tenía.

Forcé una sonrisa débil.

—Solo tengo dolor de cabeza; no mintió, me sentía resacada por todo lo que tomé la noche anterior.

Observé cómo mi mamá se puso incómoda con mi retiro; ella quería que yo parloteara por los codos con esa mujercita de Kemal. Increíble que hasta quisiera obligarme a eso.

Y miré a Kemal, y mi corazón palpitó ferozmente en mi pecho. Aún con todo lo que pasó, mi corazón infiel palpitó con él, haciendo deshonor a lo que no quería sentir, pero por más que intentaba sacarlo de mi pecho, era imposible.

Y él también me estaba observando, pero hubo algo que no me gustó, y fue ver lástima en su mirada. Odiaba esas cosas.

—No te vayas, Bahar, quédate —me ordenó mi Melek—, no has comido nada; no quiero que te enfermes —dijo para no escucharse tan demandante.

—Ya, mamá, deja de decirme lo que tengo que hacer; ya estoy demasiado adulta como para que me digan qué tengo que hacer. Estoy cansada de ti. ¿Acaso no entiendes que eres la última persona de la cual quiero recibir consejos? —cerré los ojos y respiré sofocada.

Todos me miraban con atención, incluso los ancianos se miraron entre sí, y pude ver que como siempre, esa actitud no sería aprobada por ellos; al contrario, quedaría muy crucificada.

—¿Cómo te atreves, Bahar, a hablarle así a tu madre? —cuestionó Burak con autoridad.

—Solo está histérica, tío —le contestó Emir—, pero no te preocupes, yo mismo la voy a poner en su lugar cuando estemos a solas.

Orhan levantó una ceja.

—Disculpate con tu madre —me ordenó—, no nos desafíes; te irá peor si no lo haces.

Me quedé en silencio, analizando la situación, y un nudo se instaló en mi garganta.

—Cada día más te quieres parecer a los hombres, deja de igualarte a nosotros. Si de verdad quieres ser un hombre, deberías dejar de ser tan emocional. Solo dejas en evidencia que serías un completo fracaso.

—Bahar, ve a tu habitación y piensa en lo que hiciste. La próxima vez cuidarás tu boca y sabrás cuándo es el momento adecuado para decir algo.

Estúpido viejo decrépito, ni siquiera se dio cuenta de que se contradijo en sus palabras, pero no era yo quien se lo iba a decir. Ya me iba a encargar de ese imbécil.

Nunca había deseado tanto ver el funeral de una persona; sin duda, sería uno de los mejores días de mi existencia.

Miré a Gül, y ésta tragó grueso; ella tenía mucho miedo, sobre todo a su padre; era como si verlo fuera ver a un despiadado monstruo.

Intentó levantarse para acompañarme, pero solo bastó con un solo gesto severo de la mirada de su padre para que se devolviera a su asiento.

Me encaminé a las escaleras para subir a mi habitación, cual niña pequeña de cinco años regañada por cometer una travesura. ¿Acaso las personas iban a seguir pensando que yo era infantil?

Me miré al espejo; quería llorar, estaba demasiado cansada de todos en la casa, pero no lo iba a hacer; ya nadie me iba a volver a lastimar, yo los iba a lastimar, en especial a esa mujercita estúpida llamada Samira; solo estaba esperando que mostrara quién realmente era y que fuera la que primero me declarara la guerra.

Narra Kemal.

—Hola, Emir —lo saludé con un abrazo fuerte y palmée su espalda levemente. Cuando nos separamos, tomamos asiento en su despacho.

—Crucé mucho los dedos para que tu respuesta fuera afirmativa —me dijo él. Me sonrió abiertamente—, creo que funcionó, porque ya estás aquí.

Forcé una sonrisa amigable; pero mi estado de ánimo decayó de forma terrorífica después de cómo traté a Bahar. Ni siquiera podía dejar de pensar en ella y mi instinto de ir a ver cómo estaba crecía cada segundo más, hasta darme mucha ansiedad. Sin embargo, debía ser maduro y cumplir con mi palabra.

—Emir, estoy aquí por ti, quería hacerte un favor con la empresa, ya que me dijiste que si los hijos de mi padre no trabajan en ella, la dirección de la empresa quedaría en manos de tu padre.

—Eso nunca, mi padre ya está para jubilarse y descansar. Debe dejarle el camino libre a las nuevas generaciones —rió con malicia—, que somos nosotros los jóvenes.

Tomé una bocanada de aire.

—Conociendo a Kerim Evliyaouglu, debe haberle caído como piedra en el hígado jubilarse de la dirección de la empresa.

—Todos pasaremos a la historia y todos disfrutamos nuestros momentos de gloria...

Se levantó y se encaminó hacia donde reposaba el whisky. Tomó dos vasos e inclinó la botella un poco. Bajé la cabeza y observé hacia el suelo, pero pude escuchar el sonido que hacía el líquido al caer dentro del vaso.

Emir me cedió uno de los vasos y yo lo recibí sin dudarlo. Necesitaba un trago de whisky para levantar el ánimo.

—Y ¿qué hiciste después de escaparte por esos cinco largos años? —dijo, se llevó el vaso a la boca y tomó un sorbo, yo esbocé una sonrisa y negué con la cabeza.

—No me escapé —mentí—. Solo quería otro ambiente que fuera más moderno.

Enarcó una ceja incrédulo.

—¿Me vas a decir que no estabas escapando de alguien? Cuéntame tu gran secreto. Siempre me dio curiosidad por saber quién era esa mujer que te dejó vuelto un desastre.

Me tensé, enredé mis dedos en mi cabello y sonreí débilmente intentando no parecer un tanto intimidado.

—¿De qué hablas? Ya deja de bromear, Emir.

—Vamos, Kemal— me animó —fue bastante obvio así que no intentes negarlo.

—Bueno, me enamoré mucho en mi adolescencia. No es nada fuera de lo común.

—Veo que por fin sentaste cabeza —añadió— y por lo que veo con una mujer muy bella, con todo respeto. Además es dulce y de buena familia.

—Sí, Samira es increíble. Desde que la conocí, supe que quería casarme con ella.

—Sigues siendo el mismo romántico empedernido, aunque menos solitario.

—Bien —dije, dando por terminada la conversación—. ¿Qué me tienes para la empresa?

—Es lo mejor que puedes hacer. Serás el abogado corporativo de la empresa. Así que prepárate, porque me vas a acompañar a donde sea que vaya.

—¿A Rusia? —Me animé a preguntar, sin poder creerlo.

—Es raro, ¿sabes? Pero tengo tantas cosas que hacer en Rusia.

—¿Qué cosas?

—¿Acostarme con una rusa? —pronunció con cinismo.

—¿Qué hay de Bahar?

—Bahar y yo no funcionamos, sabes que lo intentamos.

¿De qué demonios estaba hablando? Ni siquiera le estaba preguntando cómo iban en sus relaciones íntimas, era lo que menos quería saber. Solo le estaba preguntando en dónde quedaría parada Bahar en los medios de comunicación si se llegaban a enterar que Emir continuaba con sus secciones de Donjuanismo.

—No me refería a eso. Sabes lo que hiciste con Janet Macdonald, le fuiste infiel y fue el hazmerreír de todas las revistas y redes sociales.

—Kemal, yo solo quería vivir mi vida y cometí un error, pero como tú eres el señor perfecto, no puedes entenderlo.

—Te comprendo perfectamente, Emir —resoplé—. Solo aprende a ser cuidadoso. Aprende de esos errores del pasado. No querrás que tu padre se enfade contigo. ¿No es así?

Narra Bahar:

Salí de mi habitación rogando por no encontrarme con nadie que me estorbara la existencia, así que supuse que mis deseos se cumplirían. Pero antes de llegar al despacho de mi esposo, me encontré con Samira y quise seguir caminando...

—Ah, estás aquí —dijo y sonrió, y yo me detuve—. Me quedé preocupada por ti desde la comida. Creo que no estás pasando por un buen momento y quería saber si quieres salir conmigo a la peluquería o algún lugar que te haga bien.

Vaya, ella fingía muy bien. Era tanto el nivel de hipocresía en sus palabras que casi lo podía sentir en el aire.

Las vibras nunca mienten, algo quería ella.

—Por supuesto que sí, Samira. Cuenta con ello —respondí en un tono serio y soso.

—No vayas a pensar que esto es obra de Kemal —se puso seria— es porque salió de mí. Soy muy tímida y créeme que fue muy difícil acercarme a ti —jugó con sus dedos bajo mi mirada curiosa.

—No pasa nada, yo no muerdo —intenté no rodar los ojos de lo fastidiada que me ponía ver qué tan mosca muerta fingía ser.

—Pues será un placer poder ser tu amiga.

—Desde luego —forcé una sonrisa y seguí mi camino.

—Estúpida —dije en un murmullo—. Ya me encargaré de ti.

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