Erasmi

Demetri entró en la habitación débilmente iluminada, el aroma antiséptico lo golpeó al cerrar suavemente la puerta detrás de él. El zumbido rítmico de los equipos médicos llenaba el espacio, creando una disonante sinfonía de vida y fragilidad. Lentamente, se acercó a la cama que estaba en el medio de la habitación y miró a la persona allí, yaciendo inmóvil en la cama, un fuerte contraste con los vivos recuerdos que Demetri guardaba en su corazón.

—Así que, has vuelto a hacerlo, esta vez —susurró suavemente Demetri, a la figura inmóvil en la cama—, extendiendo la mano para sujetar su mano huesuda. El calor del contacto era una débil seguridad frente al silencio de años que afligía esta habitación.

—Verás —Demetri, al acercar la silla, continuó hablando—, no sé por qué te niegas a rendirte aquí y causar estragos en el infierno, pero si realmente estás luchando por todo, ¡hazlo bien! Has estado acostado aquí durante años. ¿No te aburres de mirar el techo día y noche?