Arlan regresó al palacio y fue a visitar a su padre, quien descansaba en su cámara.
Dentro de la cámara del Rey, el asistente personal del Rey le insistía para que tomara su medicina.
—¿Por qué no bebes tú ese amargo brebaje en mi lugar, Garian? —replicó el Rey.
—Con gusto lo bebería si beneficia la salud de Su Majestad —el asistente respondió cortésmente—. Pero no funciona así. Su Majestad debe beber esto. No es bueno que canalice su ira contra su salud.
—Ese terco hijo mío solo me escuchará cuando me vea en mi lecho de muerte —continuó el Rey—. Eso sería aún mejor, ya que podría pedirle que cumpla mi último deseo antes de morir, y él no podrá negarse. Al menos es suficientemente piadoso para cumplir el último deseo de su padre moribundo.
—No diga eso, Su Majestad. Su Alteza es un hijo devoto. Nunca permitiría que la salud de su padre se vea comprometida.
Justo en ese momento, alguien entró en la cámara, después de haber escuchado ya su conversación.
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