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Cap.1.2

El domingo por la mañana Delilah apareció en la entrada de la habitación de Caín tal cual le fue ordenado por Lucrecia. Llevaba en sus manos la ropa que Raguel había elegido para él: un conjunto que por sí solo excedía la elegancia y que le fue difícil traer con el cuidado que exigía. 

Desde que inició el trayecto hacia el tercer piso, le fue inevitable imaginar a ese hombre usando la ropa que le fue preparada, sus mejillas se sonrojaron con un innecesario calor incluso antes de que la puerta de la habitación se abriera para ella. 

El cabello desordenado de Caín aún goteaba por la ducha qué había tomado previamente, caía seductoramente sobre la piel tersa de su rostro recién exfoliado. Él no era un hombre descuidado, pero su atlética figura sobresalía demasiado con ese aspecto desarreglado y su reveladora camisa blanca estaba mostrando más de lo que Delilah se atrevería a mirar. 

Caín lució complacido por la llegada oportuna de la joven, en ese estado no podía tomar la ropa por sí mismo y se hizo a un lado para abrirle el paso invitándola a entrar. 

La habitación era ordenada y despedía una suave fragancia difícil de describir, justo como se podía esperar de un hombre como él. La pared del sur estaba llena de libros y la pulcritud de los pisos y las ventanas relucía en su totalidad. 

Delilah dejó cuidadosamente la ropa sobre la cama, y luego tomó una toalla seca acercándose a él, se estiró un poco y logró rodear su cuello para evitar que las gotas de agua continuaran mojando la tela de su camisa. 

El hijo del conde Salieri lució desconcertado, reaccionando con una respuesta evasiva lo suficientemente inmediata como para que ella retrocediera. Delilah desconocía el hecho de que, ni siquiera Yara podía tocarlo en ningún sentido, ella simplemente actuó en base a las advertencias de Lucrecia; definidamente ese atuendo no debería ser estropeado en ninguna forma, además, ese no era el primer contacto físico entre los dos. 

—La camisa podría mancharse, lo siento. 

Caín lo comprendía aún si ella no lo hubiese dicho, evidentemente, la ropa debería ser revisada, incluso el cabello necesitaba ser cuidadosamente peinado por la parte de atrás, eso era algo que ni Yara hacía, pero que debería permitírsele a la chica extraña. 

Por solo un segundo, sus miradas se habían encontrado mientras ella trataba de comprender como debería actuar sin exigir explicaciones. Por un largo rato no tuvo interés en mirar cualquier otro contorno que no fuese el de él. Así que Caín, aún con su creciente desconfianza, dejó caer su cuerpo sobre el asiento frente al gran espejo y le ordenó que tomara el cepillo y se apresurara. 

Los ojos de esa chica no poseían ningún brillo especial, sus expresiones sin encanto podían describirse como insensibles, aun así, el tacto de sus dedos creó una suave sensación que debilitó sus sentidos, inmovilizándolo. No fue capaz de apartarla porque ella lo miraba desde un ángulo más alto y levantando su atractivo rostro, comenzó a acomodarle el cabello cuidadosamente. 

Hacía mucho que una mujer no tocaba su rostro, aun existía en lo más profundo de su ser el rechazó a relacionarse con alguien, ser sometido en tal forma lo dejó en una situación bastante desfavorable y aquella tortura solo terminó cuando la mujer que no encajaría jamás en la descripción de distinguida se hizo a un lado por cuenta propia. 

—Está terminado. 

Delilah volvió a dejar el cepillo en su lugar y se apartó lentamente para que Caín pudiera mirarse directamente en el espejo. 

La belleza de su rostro resaltaba considerablemente, él no había sido consciente del impacto que tenía su atractivo innato. Por un momento, Delilah no pudo evitar pensar a profundidad sobre ese hombre, incapaz de comprender porque alguien se atrevería a engañarlo y abandonarlo cuando lucía tan perfecto para ella. 

En ese momento, entre los pasillos silenciosos de la mansión, viajó un fuerte sonido que los obligó a mirar hacia el reloj, el tiempo se había terminado y el auto que esperaba por Caín, había llegado. Lucrecia amaba la puntualidad y en este día no podía ser menos perfeccionista, considerando que era el día en que podía levantar el rostro alardeando del lugar al que había sido invitada. 

Estaba ahora sentada dentro del auto que los archiduques le proporcionaron a petición de Leroy, su sonrisa se extendía inusualmente como si se considerara así misma una noble princesa y no era para menos, el vestido que Raquel le envío era bastante hermoso y elegante. Delilah tampoco fue capaz de apartar la mirada de su figura cuando estuvo frente a ella. El corte francés era perfecto para la delicadeza de sus movimientos, era como una muñeca de porcelana, una belleza sin comparación. 

Lucrecia sonrío maliciosamente, las ropas de Delilah no fueron especialmente preparadas, si estaba tratando de hacerlo evidente lo hizo con pronunciada crueldad, ella deseo desaparecer del radar de la mirada de esos ojos arrogantes, pero entonces, inexplicablemente, le fue ordenado en un tono agradable qué subiera al auto. La muñeca francesa se hizo a un lado para cederle el lugar a la chica que ya era la única fuera. 

Esa muñeca de cristal despreciaba a la gente que no entendía lo básico del sentido de la lógica, así que no iba a esperar a que Delilah confirmara si en verdad estaba siendo invitada, yendo con el tiempo exacto, si se atrevía a desobedecer, estaría causando más de un problema. Se suponía que la invitación era tan solo para 2 personas, pero ahora no cuestionaría a la mujer difícil que, por primera vez le sonreía con amabilidad. 

El auto avanzó apenas ella estuvo dentro, el camino hacia la residencia Bathory tomaría 1 hora de recorrido, sería un viaje largo que tan solo Lucrecia disfrutaría. Si bien su relación con Caín ya era bastante buena, el conversar juntos hacia desaparecer todo a su alrededor. Ellos estaban sentados en la parte derecha del auto mientras Delilah tenía un amplio lugar frente a los dos. 

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