El Investigador Privado se encontraba en el centro de la sala de conferencias, agarrando un sobre con sus dedos temblorosos. Gotas de sudor se formaban en sus sienes a pesar de la baja temperatura en la habitación.
Enfrentó a sus clientes con una falsa valentía que funcionaba bien con sus otros clientes, pero no con los hombres distinguidos sentados en las cómodas sillas de cuero alrededor de la larga mesa.
La reunión que pensó sería sencilla, resultó ser una ejecución, la suya propia. Caminó directamente hacia la guarida de leones. Se preguntó si incluso lograría salir con vida sin perder una extremidad o dos una vez que soltara la noticia de que la mujer que habían estado buscando durante años simplemente desapareció sin dejar rastro.
Nueve pares de ojos afilados como halcones lo atravesaron, casi cortándolo en pedazos. Si las miradas mataran, sus ojos afilados como láseres deberían haber quemado su carne hasta convertirla en cenizas.
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