—Mis bebés están aquí —sonreí y casi chillé las palabras justo cuando se abrió de golpe la puerta de mi habitación.
—¡Mamá! —Rika fue la primera en entrar, siempre tan rápida en sus pies.
—¡Mamá! —Reagan iba justo detrás de ella.
—¡Mamita! —La pequeña Talia fue la última de mis tres hijos en cruzar la puerta. Y los tres lloraban lágrimas de alivio al verme.
No eran los únicos que habían estado corriendo. Pisándoles los talones venían los adultos que estaban subiendo aquí.
—¡Trinidad! Mi niña —Mamá fue la siguiente en entrar en la habitación.
—¡Trinidad, oh gracias a la Diosa que estás despierta! —Papá fue el siguiente.
—¡Cariño! Oh, gracias a la luna y las estrellas —Lila fue justo después de Papá, y cerrando el grupo, estaba Abuelo.
—¡Trinidad! ¡Mi querida y dulce Trinidad! —Las siete personas literalmente corrieron hacia la habitación como si fuera una especie de carrera. Y la meta era la cama en la que Reece y yo estábamos sentados actualmente.
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