—¿Cómo está la situación en la frontera? —preguntó Iris, montada a horcajadas sobre Caña, ya que se negaba a sentarse en la cama—. Últimamente, le gustaba sentarse en su regazo de esta forma, mientras que a Caña no le importaba en absoluto y jugaba con su cabello. Apoyó su espalda en el cabecero, mirando a su compañera.
—No han cambiado muchas cosas —Caña se inclinó y besó la punta de su nariz—. No necesitas preocuparte por esto —acarició su cuello e Iris se apoyó en su tacto.
—Empiezas a encerrarte de nuevo —Iris apretó los labios—. Puso ambas palmas contra su pecho para estabilizarse.
Caña se rió. Iris recordó la primera vez que vio a Caña reírse, ya que no solía hacerlo muy a menudo en el pasado, pero ahora lo hacía de manera más natural y frecuente.
Ella solía imaginar cómo sonaba escucharlo reír y ahora, que podía escucharlo, le encantaba. Una de las cosas más gratificantes de poder escuchar era poder escuchar la voz de su compañero.
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