En la fría oscuridad, una pequeña procesión de vehículos iba ascendiendo por un antiguo y maltrecho camino de montaña. El camino se aferraba precariamente a la ladera de piedra, tan estrecho que las ruedas de los transportes apenas encajaban en su agrietada superficie.
Mirando a través de las ventanas a su derecha, todo lo que los refugiados podían ver era un precipicio vertical. Era como si estuvieran conduciendo sobre la nada, a unos pocos centímetros de precipitarse a sus muertes. De vez en cuando, una piedra suelta era empujada fuera del camino por las ruedas de los vehículos en movimiento lento, y caía, rebotando en los acantilados con un estruendoso tintineo.
El sonido viajaba lejos a través del profundo desfiladero, reflejándose en sus paredes de piedra mientras se volvía más y más fuerte. Para los asustados refugiados, parecía ensordecedor como un trueno.
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