Un golpe sonó en la puerta del dormitorio de Keeley. —¿Cariño? Te tengo una sorpresa, ¿puedo entrar?
La luz se colaba por las rendijas de sus persianas y ella parpadeó soñolienta. ¿Ya era de mañana?
Se levantó y se frotó los ojos. —Sí.
Su papá abrió la puerta cargando una bandeja grande con panqueques de arándanos, tocino y una copa de vino llena de jugo de naranja. Keeley le sonrió radiante. —¿Cuál es la ocasión?
Él dejó la bandeja y se sentó junto a ella en el borde de la cama antes de alborotar su cabello revuelto.
—No todos los días tu hija entra en una universidad en el top treinta. Lamento no haber podido celebrar contigo ayer. ¿Por qué no vamos a visitar el campus y cenamos hoy? Quizás hasta pueda comprarte una camiseta en la librería.
—¿En serio? —preguntó emocionada, casi tumbando el vaso de jugo de naranja mientras se abalanzaba hacia adelante para abrazar a su papá.
—Cuidado —rió él—. Deberías comer primero tu desayuno. ¿Dónde está la carta? Quiero verla.
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