Cielo se despertó sintiendo frío a pesar de estar envuelta en su gruesa y pesada manta. Pero no era el clima lo que estaba frío.
Era él.
Cada vez que venía, la habitación se volvía fría. O tal vez no era la habitación, sino su cuerpo el que se congelaba.
Sentándose, sus ojos lo buscaron en la oscuridad, pero no pudo encontrarlo. Sin embargo, sabía que estaba ahí. Sujetando su manta, la sostuvo firmemente contra su cuerpo, como si la protegiera.
—¿Hola? —Su voz tembló—. ¿Estás ahí?
Lentamente, él surgió de la oscuridad. La vista de él hizo que ella contuviera la respiración y quisiera esconderse bajo las sábanas. Era hermosamente aterrador, si eso tenía sentido.
El extraño dio un paso hacia ella.
—¡No! Por favor. —Cielo gritó, retrocediendo en su cama.
—No te haré daño. —Él aseguró.
—¿Qué quieres? —Salió como un susurro.
Se acercó más. —Te quiero. Ven conmigo.
—¿Por qué? —Preguntó ella.
—Porque pertenecemos juntos.
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