Capítulo 50: Ascenso al Trono

La guerra había cesado. Los gritos de batalla, las explosiones de magia y el fragor de la lucha se habían disipado en el viento, dejando atrás sólo el silencio siniestro de la muerte. Johnathan, victorioso y aún con su aura de Divinidad Verdadera brillando alrededor de él, se encaminó hacia el palacio real del Imperio Ellyrian, una imponente fortaleza en el corazón de la ciudad capital. Las calles estaban desiertas, los habitantes del imperio habían huido o se ocultaban en sus casas, temiendo la ira del conquistador humano.

El gran salón del trono era un espectáculo magnífico para contemplar. La arquitectura Ellyrian se jactaba de columnas altas y curvadas, techos adornados con mosaicos vívidos y murales de batallas pasadas y victorias gloriosas. Pero a pesar de su belleza, había un aura de pesar y temor que impregnaba el aire. Los guerreros Ellyrians que observaban desde las sombras, empalidecieron ante la presencia de Johnathan.

Frente a Johnathan, en un trono elevado, se sentaba el Emperador Ellyrian. Un ser de edad insondable, su rostro esculpido con siglos de sabiduría y su cuerpo mostraba el poderío de su raza. Pero en sus ojos se reflejaba un miedo palpable. Johnathan podía sentir la tensión en el aire, como una cuerda tirante a punto de romperse.

Con una confianza que desafiaba la inmensidad de la situación, Johnathan avanzó. Cada paso resonaba en el gran salón, cada eco un testimonio de su poder. Su aura púrpura oscuro de Divinidad Verdadera inundaba la sala, una advertencia de su poder que ni el Emperador más poderoso podía ignorar.

Finalmente, Johnathan se detuvo a una distancia de combate del trono. Su mirada se encontró con la del Emperador, una confrontación silenciosa antes de la tormenta. Entonces, sin más palabras, Johnathan atacó.

El Emperador intentó defenderse, pero fue en vano. No importaba cuánto resistiera, no podía competir con la velocidad y la fuerza de Johnathan. Con un solo golpe, el Emperador fue lanzado al suelo, derrotado.

La sala cayó en un silencio absoluto. Nadie se atrevió a moverse. La visión del Emperador, su líder incontestable, derribado con tal facilidad, era un golpe que muchos no podían creer.

Johnathan, con la mirada alzada, se dirigió a la multitud de Ellyrians: "¡Yo, Johnathan Light, me autoproclamo Emperador de la raza Ellyrian! ¿Quién se atreve a desafiarme? ¡Hable ahora o calle para siempre!"

El silencio continuó. Nadie podía, ni quería desafiar a Johnathan. Su poder había sido demostrado de forma demasiado contundente. Y así, Johnathan se convirtió en el nuevo Emperador de los Ellyrians. Una nueva era había comenzado en el Imperio Ellyrian, una era que prometía un futuro incierto, pero inevitablemente emocionante.