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Orario y el balance 2.300

Semiramis estaba durmiendo en la cama de Viggo como tantas otras veces y soñaba con sus años navegando por los mares y atracando en los puertos mercantes. Ella sentía la brisa fresca sobre su rostro mientras las gaviotas graznaban a la distancia. Ella estaba sobre su barco llevando un inventario de lo comprado. A su lado estaba Scheherezade vestida con la túnica oscura que la cubría de la cabeza a los pies junto a un velo que cubría la mitad de su rostro. Semiramis todavía se preguntaba ¿Cómo Scheherezade podía provocar tantas emociones en los hombres que tenía que ocultarse para no provocar desastres? Sin duda alguna era la voluptuosidad, pero también esos ojos verdes demasiado hermosos y llamativos. Al conocerla te llamaba aún más la atención, sobre todo su voz suave y tranquilizadora junto a su elocuencia e inteligencia.

—Misthios— grito uno de los marineros que transportaban la mercadería adentro de la bodega del barco. Era un hombre vestido únicamente con una túnica que le cubría desde la cintura a las rodillas. Piel bronceada, barba cana, no muy alto, pero robusto.

Semiramis miró al marinero y lo vio sonreír como si hubiera visto a un amigo de toda la vida. Ella miró hacia donde miraba él y vio a un muchacho de cabello rojo llameante venir en su dirección. Dicho muchacho no debía medir más de un metro con cincuenta centímetros. Tenía un hermoso rostro que se le podría considerar andrógino, ojos azules intensos que contrastaban sus cabellos rojos, un físico atlético, pero fuera de su apariencia, lo más agradable era su sonrisa rebosante de confianza.

Semiramis sonrió en medio de su sueño. Dentro de sus sueños escucho la suave melodía de una lira. Las cuerdas proyectaban sonidos con el suave roce de los dedos. Ella no podía ver quien la estaba tocando, pero cuando volvió a ver a Viggo venir en la distancia, él había crecido sin que se diera cuenta. Ahora medía un metro con ochenta centímetros y se veía más maduro. Lo lindo se había perdido dejando paso a lo sensual, un rostro más cuadrado, una figura más masculina, músculos definidos y una sonrisa igual de confiada, pero más seria. Ella volvió a escuchar el sonido de la lira que provenía del puerto mientras las aguas agitaban el barco y hacían rechinar las tablas. Ella desvió la mirada buscando al musico, pero no lo encontró. Volvió a mirar a Viggo y sin darse cuenta ya era un hombre. Ahora era una cabeza más alto que la mayoría de la gente que andaba en el puerto. El cabello rojo quedaba, pero ya no vestía con el grueso cinturón con cabeza de león ni la túnica roja de los espartanos. En su lugar llevaba un abrigo negro con bordados blancos, una chaqueta sin mangas, pantalón de tela y botas negras hasta las rodillas. La sonrisa rebosante de confianza estaba ahí, perfecta, proyectando la imagen del que disfrutaba compartir con otras personas. Viggo era muy social y por eso los marineros lo adoraban como un gran amigo de toda la vida. Sin embargo, sus ojos que antes eran de un azul intenso se habían vuelto dorados con rayos de energía dorada recorriendo la superficie.

Semiramis se despertó de golpe y se sentó en la cama. Solo estaba cubierta por una sabana, la cual se cayó y dejo ver su cuerpo maduro y voluptuoso. Gracias al nacimiento de Uriel y Gwynevere sus senos habían crecido y sus caderas se habían enanchado. Su cabello negro seguía siendo largo y sus ojos con un iris amarillo.

Semiramis miró hacia los pies de la cama, miró más allá, donde se veían los atriles con cuadros de pintura que a Viggo tanto le gustaba hacer. Viggo estaba sentado en un taburete, desnudo, con su cabello rojo cayendo por su espalda. Él sostenía la lira de oro que ella misma le regalo. De ahí provenían los nítidos sonidos y la melodía que le recordaba a los puertos de Atenas. Era una melodía pacifica, suave y agradable al oído ¿Quién lo pensaría? Se preguntó Semiramis. Si alguien viera a Viggo en aquella armadura turquesa que trajo de su último viaje, nunca se esperaría encontrar a Viggo tocando la lira.

Semiramis miró al lado izquierdo de la cama, donde Scheherezade dormía del otro lado, dejando un espacio entre ellas. Ella dormía de lado, con la parte superior expuesta, dejando ver su piel morena y sus voluptuosos senos ocultos bajo el cabello oscuro.

Semiramis trato de no hacer ruido y se levantó. Después camino con cuidado y se acercó a Viggo quien seguía tocando la lira de oro. De repente Viggo detuvo sus dedos y la lira ya no emitió más sonidos. Semiramis llego detrás de él, lo abrazó y lo beso en la espalda.

—Lo siento— susurro Viggo

—No me importa— susurro Semiramis con los ojos cerrados y la mejilla sobre la espalda de Viggo, sintiendo el calor de su cuerpo —se escuchaba muy bien, soñé con Atenas—

—¿Fue un buen sueño?—

—Estábamos en el puerto, era la tarde, las gaviotas graznaban y estábamos terminando de subir la mercadería. Un muchacho de cabello rojo llego y absorbió la atención de toda la tripulación—

—Era divertido conversar con aquellas personas— respondió Viggo con una mirada soñadora y una sonrisa en los labios —extraño navegar por el mar, las playas de arena blanca y asar carne a la luz de la luna—

—Siempre tuviste un buen gusto para la comida— dijo Semiramis, ella soltó a Viggo, lo rodeo y se acercó a él. Era como lo recordaba en sus sueños, su rostro maduro, la sonrisa rebosante de confianza, pero el iris había perdido el color azul y ahora era de un dorado brillante, poco natural. Ella le tomo el rostro con ambas manos y lo beso pensando que Viggo se estaba alejando de todos y recorriendo un camino solitario. Viggo la beso con la misma intensidad, sostuvo la lira con su mano izquierda y con la derecha abrazo a Semiramis.

Ellos separaron sus bocas y se miraron a los ojos. Viggo mostro una sonrisa amable y preguntó —¿Por qué fue eso?—

—Yo— dijo Semiramis queriendo apartar los miedos de su corazón —solo quería hacerlo ¿Algún problema?—

—Sabes que no— respondió Viggo, agacho su brazo izquierdo y dejo la lira en el suelo, apoyada contra el taburete. Él se puso de pie, era casi dos cabezas más alto que Semiramis. La abrazó por la cintura y la beso con toda la pasión que había en su corazón. Ellos separaron sus labios y Viggo dijo —jamás tengo suficiente de tus besos—

—Viggo— dijo Semiramis mirando los ojos con el iris dorado. Ella pudo ver como los rayos de energía dorada viajaban de lado a lado —¿Me amaras para siempre?—

—Sabes que sí, después de ti no habrá otra emperatriz para mí, nunca, ni en un millar de años. Eres la única—

Semiramis sonrió y asintió reiteradas veces. Ella pensó que él se refería al juego que mantenían. Después de todo, él era el emperador y ella la emperatriz. Sin embargo, Viggo en su conocimiento del futuro lo decía en un sentido más amplio y profundo de las palabras.

—Hay algo que quisiera pedirte— dijo Viggo en un tono inusualmente serio

—Lo que quieras— respondió Semiramis mirándolo a los ojos

Viggo sonrió de forma sugerente y Semiramis se tapó la boca y soltó una risita. Ella le dio una palmada en el pecho. Viggo se acercó, le dio un pequeño beso y continuo —verás, estoy pensando en dejarle el negocio de los reactivos químicos para armaduras a Hitomi—

Semiramis al escuchar de negocios, se puso seria y negó con el ceño fruncido —Hitomi no es adecuada. No te diré que hacer con tu proyecto, pero ella no me gusta. Es muy, muy inteligente. Una persona responsable y ordenada, pero no tiene la personalidad para los negocios—

—Por eso quería pedirte ayuda— dijo Viggo —quiero que la antagonices, que actúes como si estuvieras molesta con ella. Que la presiones lo suficiente para que ella salga de su zona de confort y poco a poco se vuelva más fuerte—

—Aun así, no creo que sea adecuada—

—No te preocupes, la tomare bajo mi cuidado y le pondré algunas ayudas—

—Así que de eso se trata— dijo Semiramis llevando su mano a la entrepierna de Viggo y apretándola con firmeza —la vas a domar con esto ¿No?—

—¿No la pusiste en nuestra casa para que la comiera?—

—Yo— dijo Semiramis enojada consigo misma y pensar las cosas de una manera tan fría. Si tuviera la oportunidad de volver al pasado, se daría así misma un puñetazo. Ahora no quería a Hitomi cerca de Viggo.

Viggo al ver que Semiramis estaba molesta, le levantó el rostro e hizo que lo mirara a los ojos. Ella lo miró y se besaron mientras Viggo llevaba sus manos a las caderas y masajeaba de forma sugerente. Solo basto tocar durante un minuto en conjunto con los besos para que Semiramis soltara un gemido y comenzara a respirar de forma errática. Ella de inmediato entendió bien como este hombre funcionaba, así que lo apartó. Tomo una profunda respiración y lo miró a los ojos con enfado. Viggo seguía siendo peligroso para su cordura. Si ella no se mantuviera el suficiente tiempo apartada de él, pasarían todo el día en la cama y a lo mejor, ya estaría celebrando su tercer embarazo. Semiramis no podía permitirse otro embarazo, estaba muy ocupada con sus negocios, así que tomo nota de no descuidarse.

—¿Y bien?— preguntó Semiramis mirando a Viggo a los ojos y tratando de demostrar frialdad. Adicional a eso se cruzó de brazos, resaltando sus senos, pero formando una barrera contra Viggo.

—Bueno, como te dije, voy a tomar a Hitomi, hacer que lleve mi negocio de reactivos y apoyarla. Tengo pensado en reclutar a Edgar y a otros jóvenes talentos de la guild, recomendación de mi tía Aina—

—¿Edgar?¿Aquel tipo que salvaste y después se desmorono? Es un inútil—

—Es inútil porque tú y Scheherezade son demasiado buenas haciendo negocios— respondió Viggo —pero si es con Hitomi, le puede ayudar en la parte comercial. No te preocupes, parece que algo paso y Edgar puso los pies en la tierra—

—Espero que no te equivoques, yo tengo mi carácter, pero Hitomi no tiene roce social y es demasiado voluble. Puede que ese tipo le diga dos o tres palabras y ella abra las piernas—

—Será lo que tenga que pasar, si eso pasa entonces ella puede continuar con sus negocios, pero lo dudo—

—¿Por qué?—

—Bueno, ustedes siempre optan a lo mejor y modestamente hablando, yo soy lo mejor en Orario. Edgar solo sabe poner esa cara de perro triste y engatusar con palabras melosas. Sin embargo, aparte de eso no tiene nada—

—Eres demasiado confiado—

—Bueno, tengo mis puntos fuertes— respondió Viggo con una amplia sonrisa, se acercó a Semiramis y la abrazó. Ella trato de mantener una mirada seria, como si fuera totalmente inmune a esa sonrisa descarada, pero solo falto que Viggo la besara para que se derritiera. Esta vez, no hubo defensa que pudiera poner y Viggo hizo lo que se le vino en gana.

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