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Interludio - Madam Purplehorse 1.1

Capitulo introductorio al arco.

La casa Purplehorse fue una de las casas fundadoras de la nación de Asura. En un principio fue igual a todos, un grupo de nobles que se dedicaban a la economía y la guerra. No obstante, los tiempos cambiaron y a cada cambio generacional, tuvieron que irse adaptando. Hace alrededor de cien años, la cabeza de la familia tomo la decisión de cambiar de rubro. El prestigio se había perdido, y los nobles diestros en la magia y el combate, eran innecesarios. Ahora deberían dominar la economía y las relaciones sociales. El problema de los Purplehorse era que se habían quedado atrás en esta carrera. El honor y la habilidad poco valían y cualquiera que cultivara estas virtudes, sería tratado como una herramienta. Por otra parte, las mujeres y hombres de la familia, que se casaran con nobles de otras familias, jamás serían tratados como esposos y esposas. A lo sumo, serían considerados meros amantes. Así que por esto, y muchas otras cosas, el jefe de la familia de hace cien años atrás, deicidio cambiar de rubro. En aquella época era solo un joven de unos veinte años. Viajo por todo el mundo y se dedicó a buscar prostitutas. No cualquier prostituta, sino una que tuviera la gracia y el desplante de una princesa. Algo poco usual, ya que si querías encontrar a una prostituta, debías ir a los bajos fondos. Y ahí, rara vez encontrabas algo destacable. No obstante, el jefe de la familia no se rindió y para cuando volvió a su casa, tres años después, había conseguido a tres cartas del triunfo, según él.

De esta manera, entre fiesta e reunión, la casa Purplehorse, poco a poco se fue haciendo un nombre. En un principio, durante los primeros cinco años, fue ganando mala fama hasta desaparecer de los círculos de la nobleza. No obstante, fueron ganando poder en el reino. Alguna concesión, alguna descuento, algún dato estratégico extraído de las bocas de los mismos funcionarios mientras se dejaban tentar por la lujuria. Durante las siguiente dos generaciones siguieron el mismo ritmo hasta alcanzar las grandes esferas. No obstante, de repente, en la penúltima generación, ocurrió lo impensado. El jefe de la familia enfermo y además, tuvo a una niña como heredera y esto ocasiono todo el derrumbamiento de la familia y del negocio.

La joven Cristina (nombrada así por su propio padre), fue acosada desde joven por las otras niñas nobles. Las cuales, molestas porque sus padres se desvivían por las prostitutas de la mansión Purplehorse, se desquitaban con ella. Cristina durante toda su corta vida, sufrió muchos abusos. No obstante, encontró un consuelo en la fe de San Millis. El perdón de pecados y el amor. A la tierna edad de quince años, se enamoró de un muchacho que iba a ser sacerdote. Al menos, así lo había destinado la cabeza de su familia. El hecho es que ambos encontraron el amor y se apartaron de ambas familias.

Pasaron dos años, la pareja vivía feliz, hasta que un día, llego un mensajero con carta del al cabeza de la familia. "Lord Purplehorse iba a morir". Cristina angustiada (porque a pesar de odiarlo por mantener tal negocio, igual quería a su padre) le pidió consejo a su entonces marido. El hombre consintió en ir a la casa por amor a la familia. Una vez que llegaron a la mansión, los recibieron varias sirvientas con vestimentas exóticas, que rayaban en lo erótico. Digamos que sus faldas eran bastante cortas y sus escotes muy pronunciados. Si te acercabas lo bastante, podías ver las aureolas rosadas.

Cristina molesta una vez más, puso mala cara. Sin embargo, nadie se molestó por tales miradas recriminatorias. Era normal para las sirvientas prostitutas recibir ese nivel de desaprobación. Siguieron su camino por el pasillo de la entrada, subieron por una de las escaleras dobles, llegaron al segundo piso y se dirigieron a la habitación del lord. El jefe de la familia estaba en su cama. Pálido como un papel y ojeroso como un borracho empedernido. Estaba en sus cincuenta, pero parecía estar en sus setenta. Con una piel suelta y rugosa. ¿Qué era esto?, se preguntó Cristina, ¿era acaso el juicio de San Millis?.

-Buenos días, querido padre- dijo Cristina fuerte, digna e fría en la superficie

-Buenos días, Cristina- respondió lord Purplehorse con voz cansada y rasposa

-¿Qué requieres de mi?-

-Nada en especial. Solo quería ver si ya era abuelo y que tomes posesión de mi herencia. Ya no me queda mucho-

-Eso…-

-Cristina, ya hablamos de esto hace años. Eres una noble, naciste así y vas a morir así. Puede que tu riqueza no provenga de los negocios corrientes, como los demás nobles, pero es la heredad de tu familia-

Cristina quedo pensativa, esperando encontrar alguna falla, a lo mejor alguna trampa, pero no la hubo. No obstante, el viejo lord no podría ver a sus nietos. Después de todo, durante estos dos años, no había pasado nada entre Cristina y Ángelo (su marido). Como anterior aspirante a clérigo, el muchacho de diecisiete años, no la había tocado. Podían abrazarse, besarse y compartir como pareja, pero el joven estaba indeciso. Ante esto, hasta la misma Cristina había empezado a perder confianza en sí misma.

Una vez que el viejo lord escucho esto, sintió indignación, pena y amargura. Su niña, una joven hermosa, de cuerpo esbelto y divina figura, era tratada como si no tuviera gracia alguna. No obstante, el viejo lord salió con un plan lleno de pericia y propia personalidad. Hacer uso de las artes de las sirvientas. Cosa que en un principio horrorizo a la joven Cristina, pero con el tiempo acepto.

Al año siguiente, nació el próximo heredero de la familia Purplehorse, una niña. Podia haber sido un acontecimiento lleno de alegría y regocijo, pero no lo logro ser. El lord al ver a su nieta, entristeció y se sumió más en su enfermedad. Tenía las esperanzas de que naciera un varón y retomara el legado de su familia. "El destino es cruel" murmuro en sus últimos momentos. Su abuelo se adaptó, tomo todo su legado y lo cambio para transformar a su familia en una de las grandes casas nobles de Asura. No obstante, en dos generaciones más, todo se fue a la basura. Su hija no seguiría con el negocio (así se lo había afirmado al primer ministro Darius hace años) y su nieta seguiría el mismo camino. Mejor sería morir, pensó, y así lo hizo.

Tiempo después de que la noticia de la muerte del lord se hizo pública, las desgracias cayeron sobre Cristina una tras otra. Varios nobles tomaron a las sirvientes con las que se habían encaprichado en su juventud y las convirtieron en sus esposas o concubinas. Cualquiera pensaría que esto era una locura, pero cabe resaltar, que en presencia de las princesas y las prostitutas, no había mucha diferencia. Elegancia, canto, lectura, erudición, conversación y baile. Era el conjunto del entretenimiento, de la fascinación y el amor. Muchos lores iban a veces solo conversar. Se sentían vivos, amados, elogiados y excitados con las instruidas sirvientas (prostitutas). Ahora que no existía la persona a la que guardaban lealtad, era el momento de los nobles y lo tomaron.

De esa manera, la mansión Purplehorse quedo casi vacía, con Cristina, Ángelo y Tristina (su hija) como únicos residentes. Los dos primeros años fueron de ensueño, no obstante, nada hecho de mala manera perdura por las buenas. Llegaron varios acreedores y otros nobles reclamando deudas contraídas por el lord. Poco a poco Cristina se vio ahogada, desvalida y triste. Ángelo no pudo hacer mucho más que darle su apoyo. Ya que Ángelo desde joven fue instruido en los conocimientos eclesiásticos y no tenía idea de cómo funcionaba la economía. Por su parte, Cristina se las arregló como pudo, vendió los muebles, las esculturas, la vajilla que data de la época de los héroes y así sucesivamente. Después de dos meses la casa estaba vacía, pero les quedaba el amor, o al menos eso pensaban. Cristina cada día se desencantaba más de su marido. Lo encontraba tonto, afeminado y lento, pero se decía así misma que era por la educación. Que era algo que tenía que ver con la crianza. No obstante, sus excusas no le sirvieron de mucho. Cristina dejo de tener sexo con Ángelo y solo se dedicó a su hija. Sentía tanta aversión a su marido que le daba asco. Como podía dormir con un hombre tan poco varonil que se escondía detrás de su esposa.

El problema definitivo vino a caer en su sexto año de matrimonio, cuando Tristina recién había cumplido tres años. Su querido esposo, su repulsivo esposo, había aceptado una invitación. Se había acostado con alguien, había perdido el poco dinero que tenían y había contraído una deuda monstruosa. En realidad no lo era, pero como estaban sus finanzas, lo era.

Todo era algo planeado por el primer ministro Darius. Un viejo rechoncho que había escalado en los círculos de la nobleza hasta llegar a donde estaba. En pocas palabras, ser el segundo, sino el tercero más influyente en toda la nación. Como la mayoría de los nobles, tenía gustos especiales, sobre todo en la cama. Así que el mes pasado había venido con una oferta. Le dijo a Cristina que si le vendía a su hija como esclava, él le devolvería la gloria a la casa Purplehorse. Cristina reacciono furiosa, casi le arranca los ojos en ese mismo momento. Entre Ángelo y los guardias del primer ministros tuvieron que separarlos. El rostro del primer ministro quedo herido de gravedad, con parte de sus abultadas mejillas sangrando y abiertas como grandes lonjas de carne. Una vez que se libró de su atacante, se fue de inmediato. No sin antes proferir a gran voz, maldiciones y una pronta venganza. Por su parte, Cristina se quedó llorando, conformándose con el consuelo de su marido y de saber que su hija estaba bien.

Volviendo al embrollo en el que se metió Ángelo. Fue un asunto estúpido y de dudoso trasfondo. No obstante, a Cristina no le quedaban fuerzas, no le quedaba dinero y no le quedaba nada que vender. Así que Ángelo se fue a la cárcel. Por alguna razón, Cristina no lo sintió tanto como esperaba. Su hija, lo que mas le importaba en la vida, estaba bien. No le quedaba dinero, pero podía vivir de lo que le daba el bosque del patio trasero. A lo mejor, si se veía en dificultades, podría prostituirse. ¿Por qué no? Pensaba Cristina en ese momento. La religión y las promesas se fueron a la mierda. Su marido ante la calentura, fue fácilmente engatusado por otra mujer. Así que ¿Por qué no?.

No hubo necesidad de llegar a prostituirse, pero los problemas de Cristina no terminaron ahí. Medio año después, se enfermó. Pensó que por la tos, era un simple resfriado. No obstante, se fue agravando, hasta quedar medio moribunda. Sacaba a diario fuerzas de su flaqueza por el bien de su hija. Estaba perdiendo peso a un ritmo acelerado y su pequeña cada día vivía más en la precariedad. Cuando Tristina cumplió los cinco años, se había enfermado con hongos venenosos. Esa vez, ni siquiera la misma Cristina sabe cómo lo hizo.

En aquella época, parecía un saco de huesos, maloliente, mas cercano a un cadáver que a un humano. El hecho es que esa vez, fue a la ciudad a pie, en donde se demoro medio día en ir y otro en volver. Vendió su ultima posesión, un collar que le había dejado su madre hace muchos años y con eso compro la tan añorada medicina.

Después de ese incidente, paso el tiempo y cuando Tristina iba a cumplir su sexto año, Cristina estaba preparándose para morir. Ya estaba al borde de sus fuerzas y pasaba todo su día durmiendo en su cama, ubicada en medio del salón de baile. Esta casa era una basura, pero para Cristina este lugar era mágico. Estaba al centro de la mansión Purplehorse. Era un salón que se extendía desde el primer piso hasta el techo del segundo piso. El techo era de vidrio y se extendía de punta a punta, permitiéndote ver el cielo azul o las estrellas por la noche. No era el lugar más adecuado para un enfermo, pero a estas alturas, todo le daba lo mismo. Solo quería ver a su hija y disfrutar de esta vista.

Un día, en el que supone cambio su suerte, vino un hombre a comprar su mansión. Era alguien alto, uno de los hombres mas altos que hubiera visto. Pero no parecía un bruto de esos gigantones que se meten al ejercito. Era un elfo, de pelo largo, lizo y blanco como la nieve. Cristina no distinguió quien era. En un principio pensó que era un ladrón, a lo mejor un aventurero que venía a saquear su desvalida casa. Vestía bastante simple. Con una camisa, un pantalón café y una botas negras que le llegaban hasta las rodillas. Pero su rostro era agradable, suave y amigable como el de la mayoría de los elfos. No obstante, sus ojos eran diferentes, tenían la confianza del que ha ido mas allá que cualquiera. Cada paso que daba era un proclamación de dominio. Como si el sonido de sus pasos gritara "este lugar me pertenece". Era una buena visión antes del final, pensó Cristina.

Por otro lado, Tristina estaba muerta de miedo, no conocía al hombre y su madre siempre le había dicho que tuviera cuidado con los extraños. Así que estuvo alerta, esperando el momento para defenderse. No obstante, el elfo se hinco sobre una de sus rodillas y emitió una amable sonrisa que la hizo relajarse. El elfo con una voz gruesa, dijo -tranquila niña. Solo vengo a ver tu casa. La quiero comprar-

Cristina quedo en shock cuando escucho esto. Era su última posesión, pero si la podía vender, podía arreglar algo para su hija. Tuvo el impulso de llorar, pero recompuso su mente y se comportó como le enseñaron las sirvientas. A los hombres poderosos les gustaba la sinceridad, pero sobre todo las mujeres seguras de sí mismas. Así que Cristina junto fuerzas y respondió -en ese caso, debes hablar conmigo-

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