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4: Objetivo

—Voy a necesitar que no te muevas o te voltees, no importa lo que sientas, ¿he sido claro? 

—Trataré. 

Respiro hondo, mientras pongo jabón en mis manos y rodeo su cuerpo para agarrar mi pene. Teniéndolo entre mis manos, ella se mueve y hace un extraño sonido que, por alguna extraña razón, un escalofrío recorre mi cuerpo. 

—Pareces una yegua relinchando. Quédate quieta y no hagas esos ruidos extraños. 

—Es que se siente muy extraño cuando tocas ahí. 

—¿Y cómo crees que me siento yo? Esto es una simple erección matutina, así que la tendrás a menudo, si es que no logramos regresar a nuestros cuerpos. Ahora aguanta un poco — froto mi pene entre mis manos y no deja de temblar. 

Eso puedo comprenderlo, pues me ocurrió lo mismo cuando toque sus balones. ¿Así me escucho cuando gimo? Creo que cuando regrese, no podré hacer esto de la misma manera. La camisa me está molestando, es una sensación extraña, como si me estuviera raspando los pezones. Miro por encima de la blusa y los veo bien erectos. 

—Enjuagate bien — salgo a las carreras del baño y voy a lavarme las manos en la cocina. 

Esto es muy incómodo e inquietante a la vez. Hasta el corazón se siente acelerado y mi respiración agitada. Tenemos que encontrar la manera de volver a nuestro cuerpo. Luego de ella salir, se viste con la ropa que le he dejado sobre la cama. 

—¿Cuál es tu nombre?

—Araceli, ¿y el tuyo? 

—Fabián. Es importante que lo sepamos. No perdamos más tiempo. 

—¿No trajiste mi mochila? 

—No. 

—¿Y mi mamá? ¿La viste?

—Ella está de maravilla. ¿Has pensado en si tiene algún don de aparecer y desaparecer? 

—¿Por qué lo dices? 

—No me hagas caso. 

Busco la moto, pero ahora no sé qué hacer con ella. 

—Yo no voy a subir a esa cosa — se niega rotundamente.

—Pues vete caminando — me subo y la enciendo. 

—Puedo caerme. No quiero estar atrás. 

—¿Estás viendo esto? — me señalo—. Si yo no tengo miedo a caerme, aún teniendo este peso encima y sabiendo que la motora puede desnivelarse, ¿por qué vas a tener miedo tú? Súbete. 

Le doy el espacio de al frente y me voy detrás de ella, estamos muy pegados, así no puedo concentrarme. Ella me guía a la universidad y estaciono la motora. La gente se nos queda viendo, no los culpo, yo en su lugar hubiera hecho lo mismo. 

—¿Podrías caminar normal? — cuestiona.

—Estoy caminando normal. 

—No, no lo estás haciendo. Pareces a Bambi. ¿Por qué abres las piernas así? 

—Ya no hables tanto y dime dónde está ese idiota. 

—A esta hora debe estar con sus amigotes. Yo no voy a acercarme. 

 

—Claro que lo harás o haré el ridículo frente a todos y serás tú quien se verá afectada después. 

—Eres malvado. 

Logramos encontrarlo en el grupo que está y no pierdo tiempo para acercarme.

—Oh, mira a quién tenemos a aquí. A la vaca loca — hace un gesto con su mano sobre la frente, como si unos cuernos tuviera en ella.

Su grupo nos rodea y las ganas de partirle la boca, son inmensas. 

—¿Así que tú eres el tal Giovanni? 

—Casi se te caen las babas al verme, gorda — trata de tocarme la nariz con el dedo y giro la cara —. ¿Vienes por esto? — me tira un papel en el pecho y lo examino. 

—¿Alguien como tú se atrevió a confesarse? — le pregunto a Araceli y baja la mirada—. Eres valiente — no puedo negarlo, estoy sorprendido.

—Yo no lo hice, lo hiciste tú — se defiende.  

—¿Yo? Jamás le enviaría una carta a un tipo tan feo. Mejor dicho, a ningún hombre — arreglo lo dicho. 

—¿Vinieron a hablar conmigo o entre ustedes? 

—Contigo, cara de mapache. Yo no te envié eso. Hay muchos Giovanni, ¿que te hace pensar que la carta iba dirigida a ti? 

—Estaba en mi casillero.

—Fue una equivocación.

—Está claramente mi apellido. 

—Tengo hipermetropía y se supone que use espejuelos, pero ese día, para mí desgracia, no los usé. 

—No te hagas la graciosa. 

—Y tú no te hagas el pendejo. Cualquiera diría que estás decepcionado al saber que no fue dirigida para ti — sonrío y lo encaro—. Tengo buenos gustos y, créeme, jamás podría fijarme en un mecha corta como tú. Este cuerpo es demasiado, para tan poca cosa. 

—¿Qué te crees, gorda barraca? 

—Déjala en paz— la mano de Araceli se entrelaza en la mía y la miro inmediatamente—. Ella no tiene por qué fijarse en ti, cuando me tiene a mí. Ella es mía, así que lárgate de aquí. 

—¿Yo tuyo? — pregunto confundido. 

—Sí, mía — enfatiza, abriendo los ojos como búho y haciendo un tic muy extraño con el ojo. 

—¿A ti qué te pasa? ¿Te cayó algo en el ojo? — pellizca mi espalda y protesto, ahí es cuando caigo en cuenta de nuevo —. Ya lo oíste. Soy de ella. Quiero decir, yo soy de él — le agarro la mano y salgo del grupo corriendo con ella. 

—No pudimos sacarle nada. 

—Debiste advertirme de ese tipejo. Es una basura. ¡Qué ganas de reventarle hocico! — aprieto fuertemente el puño.

—¿Ahora qué vamos a hacer? 

—Tendremos que buscar otra forma de averiguar lo que queremos, con él no se podrá hacer nada.

Regresamos a mi casa y nos sentamos en el sofá a conversar un poco. Tengo que pensar en algo, pero nada se me cruza por la mente. Estamos en completo y absoluto silencio, cuando alguien toca la puerta y me levanto a abrir. Cesar se queda en la puerta y mis amigos entran, mientras él se me queda viendo de arriba abajo. 

—¿Quién eres? 

—Hola — la voz nerviosa de Araceli, me pone sobre aviso de que algo no anda bien. 

Al voltearme, veo el arma que le tienen puesta en el cuello. 

—¿Por qué desapareciste el otro día? — la presionan.

—Tenía diarrea — su respuesta, hace que tape mi rostro de la vergüenza. 

¿Cómo se atreve a decir semejante cosa? 

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