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EL OSCURO DESIGNIO (69)

Jill Gulbirra escuchó el informe de la incursión de boca de Cyrano antes de que el helicóptero llegara al hangar. Quedó abrumada por las bajas, y se enfureció de que la misión hubiera sido incluso tomada en cuenta. Parte de su rabia era contra sí misma.

¿Por qué no había discutido más firmemente con Clemens?

Sin embargo... ¿qué otra cosa podía haber hecho? El láser era el único medio posible de penetrar en la Torre. Clemens no lo entregaría a menos que la incursión fuera llevada a cabo.

Una vez el helicóptero hubo aterrizado, ordenó que el dirigible abandonara el valle. Giró su morro hacia el sudoeste, poniendo rumbo al Mark Twain. Cyrano acudió a la enfermería a que le curaran sus heridas, luego se presentó a la sala de control. Jill recibió un informe completo, tras lo cual se puso en contacto con el barco.

Clemens no se mostró tan feliz como hubiera sido de esperar.

Así que creéis que el Podrido Juan está muerto? ¿Pero no estáis seguros en un cien por cien?

Sí, me temo que así es. Pero hemos hecho todo lo que usted pidió, así que supongo que nos entregará el RL.

RL era el nombre clave para el rayo láser.

Tendréis el RL. El helicóptero podrá recogerlo en la cubierta de vuelos.

OVNI a estribor, señor dijo el oficial de radar. Aproximadamente a nuestra misma altura.

Clemens debió haberlo oído, puesto que dijo:

¿Qué ocurre? ¿Un OVNI?

Jill ignoró su voz. Por un momento pensó que la pantalla de radar estaba mostrando dos objetos. Luego comprendió.

¡Es un globo!

¿Un globo? dijo Clemens. ¡Entonces no son Ellos!

Quizá se trate de otra expedición a la Torre dijo Cyrano en voz baja. ¿Nuestros desconocidos colegas?

Jill dio órdenes de enfocar un proyector hacia ellos y utilizarlo como transmisor Morse.

Aquí el dirigible Parseval. Aquí el dirigible Parseval. Identifíquense. Identifíquense.

Le dijo al radio operador que enviara también el mismo mensaje. No hubo respuesta ni por la radio ni por la óptica.

Diríjase directamente hacia el globo le indicó a Nikitin. Intentaremos echarle un vistazo desde más cerca.

les, kapitano.

El ruso, sin embargo, se sobresaltó, y señaló hacia una parpadeante luz roja en el panel de control.

¡La compuerta del hangar! ¡Está abriéndose! El primer oficial se lanzó hacia el intercom.

¡Hangar! ¡Hangar! ¡Aquí Coppename! ¿Está abriendo usted la compuerta? No hubo respuesta.

Jill pulsó el botón de alarma general. Las sirenas empezaron a mugir por toda la nave.

¡Aquí la capitana! ¡Aquí la capitana! ¡Dependencias de la tripulación! ¡Dependencias de la tripulación!

La voz de Katamura, un oficial de electrónica, respondió.

¡Sí, capitán! ¡Le escucho!

Envíe inmediatamente hombres al hangar. ¡Creo que el oficial Thorn ha escapado!

¿Crees realmente que es él? dijo Cyrano.

No lo sé, pero parece probable. A menos que... alguien más... Llamó a la enfermería. No hubo respuesta.

¡Es Thorn! ¡Maldita sea! ¿Por qué no instalé un control de apertura de seguridad en la compuerta del hangar?

En rápida secuencia, ordenó a dos grupos que se dirigieran al hangar, y un tercero al hospital de la nave.

Pero Jill dijo Cyrano, ¿cómo pudo escapar? No está recuperado de sus heridas, y está custodiado por cuatro hombres, y está atado a su cama, y la puerta está cerrada con cerrojo, ¡y los dos hombres de dentro no tienen la llave!

¡No es un hombre ordinario! ¡Tendría que haberle encadenado las manos también!

¡Pero me pareció innecesariamente cruel!

Quizá el helicóptero no haya sido reaprovisionado de combustible.

Eso sería una negligencia por parte de Szentes. No confíes en ello.

La compuerta ha acabado de abrirse dijo Nikitin. La voz de Graves llegó por el intercom.

¡Jill! Thorn...

¿Cómo logró salir? restalló Jill.

No estoy seguro de los detalles. Yo estaba sentado en mi oficina, comprobando las existencias de alcohol para fines médicos. De pronto oí un estrépito infernal. Gritos, algo estrellándose contra algo. Me levanté, pero Thorn estaba en la puerta. Un trozo de cadena rota colgaba de su tobillo. ¡Tuvo que romperla con sus manos desnudas!

»Cargó contra mí, lanzándome hacia un lado con tanta fuerza que perdí el conocimiento al chocar contra la pared. Tardé un minuto en recobrarme. Ni siquiera podía ponerme en pie. ¡Había arrancado con sus manos el intercom de la pared! ¡Con sus manos desnudas! Intenté ponerme en pie, pero no pude. Me había atado las manos a la espalda y mis tobillos entre sí con los cinturones de los dos guardias. Hubiera podido matarme también, le hubiera sido fácil partirme el cuello. ¡Todavía me duele allá donde me agarró! Pero me dejó vivo, he de decirlo en su favor.

»Finalmente conseguí liberarme y dirigirme a la enfermería. Los cuatro guardias estaban en el suelo. Dos aún estaban vivos pero seriamente heridos. Todos los intercoms estaban rotos. La puerta estaba cerrada con llave, y las pistolas y cuchillos de los guardias de fuera habían desaparecido. Yo aún estaría ahí dentro si no fuera un experto en abrir cerraduras y aquella cerradura no fuera practicable. Entonces corrí hacia el intercom más próximo...

¿Cuánto tiempo hace que se soltó?

Veinticinco minutos.

¿Veinticinco minutos?

Se sintió desmayar. ¿Qué había estado haciendo Thorn durante todo aquel tiempo?

Ocúpese de esos hombres dijo, y cortó la comunicación. Miró a Cyrano.

Debe disponer de un transmisor oculto en algún lugar, no sé dónde dijo.

¿Cómo lo sabes?

No puedo estar segura. Pero ¿qué otra cosa pudo demorarle todo este tiempo?

¡Nikitin, descendamos a nivel del suelo! ¡Tan rápido como sea posible!

La voz de Katamura le llegó por el intercom.

Capitán, el helicóptero ha salido. Cyrano maldijo en francés.

Nikitin conectó el intercomunicador general e informó a la tripulación que la nave iba a emprender una maniobra peligrosa. Todo el personal debía sujetarse donde le fuera posible.

Cuarenta y cinco grados, Nikitin dijo Jill. A toda velocidad.

El operador del radar informó que el helicóptero estaba en su pantalla. Se dirigía hacia el sur y hacia abajo a máxima velocidad, con una inclinación de cuarenta y cinco grados respecto a la horizontal.

En aquel momento, el suelo de la sala de control se había inclinado pronunciadamente hacia abajo. Todos se apresuraron a sujetarse en las sillas clavadas al suelo. Jill se sentó

junto a Nikitin. Le hubiera gustado sentarse en la silla del piloto, pero incluso en estas circunstancias lo prohibía el protocolo. Sin embargo, no importaba que no estuviera a los controles. El ruso era capaz de dirigir el aparato hasta el suelo tan rápido como era posible. El trabajo de ella sería comprobar que no lo hiciera demasiado rápido.

Sí Thorn tiene un transmisor dijo Cyrano, puede utilizarlo ahora mismo si quiere.

¿Por qué no lo hace? Nadie se lo puede impedir.

Aunque estaba pálido y tenía los ojos muy abiertos, le dirigió una sonrisa a Jill.

Jill desvió la vista de Cyrano a los indicadores del panel de control. La nave avanzaba paralelamente al valle, de modo que no había problema con respecto a las cimas de las montañas. El valle parecía estrecho, pero estaba ensanchándose rápidamente a medida que descendían. Había algunas luces ahí abajo, fogatas a cuyo alrededor debía haber centinelas o rezagados de alguna fiesta nocturna. Las nubes que habían traído la lluvia se habían disipado rápidamente, como hacían casi siempre. El cielo constelado de estrellas arrojaba una pálida luz al espacio entre las dos montañas. ¿Había alguien de ahí abajo mirando hacia ellos? De ser así, debían estarse preguntando qué era ese enorme objeto y por qué estaba descendiendo tan rápidamente.

No demasiado rápidamente, para su gusto.

Cyrano estaba en lo cierto. Si Thorn pretendía hacer estallar una bomba, podía haberlo hecho ahora. A menos... a menos que prefiriera aguardar a que la nave hubiera aterrizado. Después de todo, no había matado a Graves, y hubiera podido matar a los otros dos guardias.

Manteniendo un ojo filo en el panel de las pantallas de radar, llamó al hangar. Szentes respondió.

Estábamos todos en nuestras dependencias dijo. No hay ninguna guardia en el hangar.

Lo sé dijo ella. Sólo dígame... rápidamente.. ¿qué ocurrió?

Thorn asomó su cabeza por la puerta. Nos apuntó con una pistola. Luego arrancó el intercom, y nos dijo que iba a cerrar la puerta. Dijo que había una bomba colocada de modo que estallaría si intentábamos abrir la puerta. Luego la cerró. No sabíamos si debíamos creerle, pero nadie se atrevió a comprobar si estaba mintiendo o no. Luego el oficial Katamura abrió la puerta. No había ninguna bomba; Thon había mentido. Lo siento, capitán.

Hizo usted lo que debía.

Le dijo al radio operador que transmitiera la situación al Mark Twain.

A mil metros de altitud, ordenó a Nikitin alzar los propulsores de modo que hicieran dar a la nave un salto hacia arriba, al tiempo que alzaba el morro tres grados. La inercia seguiría haciéndoles caer pese al efecto de freno de los propulsores. Al cabo de un minuto ordenaría alzar el morro diez grados. Esto frenaría aún más la caída, nivelando la nave.

¿Qué ocurriría cuando la nave se enderezara a los mil metros? Si se nivelaba a esa altura. Era someterla realmente a un gran esfuerzo, pero conocía las capacidades del Parseval casi tanto como las suyas propias.

¿Debía hacer que la nave tomara tierra? No había forma de amarrarla, y el hidrógeno habría de ser expulsado si no quería que volviera a elevarse cuando la tripulación la abandonara. De otro modo, algunos de los hombres no podrían salir a tiempo, y serian alzados con el aparato.

¿Pero y si Thorn no tenía ningún transmisor? ¿Y si no había ninguna bomba? Perderían la nave inútilmente.

¡Demasiado aprisa! ¡Demasiado aprisa! dijo Nikitin.

Jill estaba ya inclinada hacia adelante para pulsar el botón que descargaría mil kilos de agua de lastre. Pulsó el botón, y unos pocos segundos más tarde la nave se elevó bruscamente.

Lo siento, Nikitin murmuró. No había tiempo que perder.

El radar indicaba que el helicóptero estaba al norte de ellos, a trescientos metros de altitud. ¿Estaba aguardando Thorn para ver lo que iban a hacer? Si era así, no tenía intención de hacer estallar la bomba si se estrellaban al tomar tierra o abandonaban la nave.

¿Qué debía hacer ella? Pensó que cualquier alternativa hacía chirriar sus dientes. No podía soportar la idea de dañar o perder aquella belleza. La última aeronave.

La seguridad de la tripulación, sin embargo, era lo primero.

Ciento cincuenta metros de altitud dijo Nikitin.

Los propulsores fueron orientados directamente hacia arriba y mordieron el aire a toda velocidad. Las montañas eran acantilados negros a ambos lados; el Río destellaba con chispas de luz estelar a babor; las llanuras se deslizaban bajo ellos a toda velocidad.

Había casas ahí abajo, frágiles estructuras de bambú llenas de gente, la mayoría de los cuales debían estar durmiendo. Si el dirigible aterrizaba en la llanura, aplastaría a centenares de ellas. Si se incendiaba, quemaría aún muchas más.

Jill ordenó a Nikitin situarse sobre el río.

¿Qué podía hacer?

De la gente a lo largo del Río que permanecía despierta por cualquier razón, unos cuantos alzaron la vista hacia el cielo constelado de estrellas. Quienes lo hicieron vieron dos objetos recortados contra el fondo, uno mucho más grande que el otro. El más pequeño estaba compuesto por dos esferas, una debajo de la otra, la más grande encima. El objeto mayor era largo y con forma de grueso cigarro.

Avanzaban la una hacia la otra, la más pequeña emitiendo una débil luz por la esfera inferior, la otra arrojando intensos chorros de luz. Uno de esos chorros parecía encenderse y apagarse a períodos rítmicos de tiempo.

De pronto, el objeto mayor hundió su morro, y cayó rápidamente. Cuando estuvo cerca del suelo, emitió un ruido extraño.

Muchos no reconocieron la forma de ninguno de los dos objetos. Nunca habían visto ni un globo ni un dirigible. Algunos habían vivido cuando los globos ya eran conocidos, aunque muchos de ellos habían visto tan sólo ilustraciones o fotografías de ellos. Pero la mayoría de este grupo jamás habían visto u oído hablar de una aeronave excepto en ilustraciones de lo que se esperaba conseguir en el futuro.

Una muy pequeña minoría reconocieron el objeto mayor que ahora estaba descendiendo como un dirigible.

Fuera cual fuese su conocimiento, muchos echaron a correr para despertar a sus parejas y amigos o para hacer sonar la alarma general.

Por aquel entonces algunos habían visto el helicóptero, y eso causó aún más curiosidad y aprensión.

Los tambores empezaron a sonar; la gente, a gritar. Todo el mundo estaba despierto ya, y las casas empezaban a ser evacuadas. Todos miraban hacia arriba y se interrogaban.

Las preguntas y los gritos se convirtieron en un gran alarido cuando uno de los objetos voladores estalló en llamas. Gritaron y gritaron mientras caía, arrastrando tras de sí una brillante estela de fuego naranja, como la gloria de un ángel caído.

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