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Capítulo 19

Alice

Diana vino a buscarme a la habitación, tal y como la joven cocinera me había dicho que haría. Aun así, fui incapaz de comer nada de lo que esta me había traído personalmente antes de irme con Diana a mi primer entrenamiento.

Representaba que debía de coger fuerzas para poder dar lo mejor de mí, pero no dejaba de pensar en las palabras que la cocinera me había dicho aquella madrugada. Ahora decía que se llamaba Julia y no parecía la misma persona que me había dirigido aquellas palabras. ¿Cómo podía decirme que se llamaba Minerva y después negarlo? Además, me había dicho que debía dejar sanar a mi corazón y que lo entendería cuando entendiera a los Dioses. ¿Pero cómo iba a entenderlos, si no creía en ellos?

Durante toda la tarde, mi cabeza pareció que se encontraba en otro lugar. En realidad, no era nada extraño en mí, pero seguro que debió de poner de los nervios a Diana en más de una ocasión.

- ¿Estás escuchándome? – me preguntó al inicio de mi entrenamiento, elevando la voz para que de este modo estuviera algo más atenta.

Miré a Diana e hice una mueca. No me había enterado de nada de lo que acababa de decir. La verdad es que llevaba desconectada desde el momento en que había venido a buscarme y había empezado a parlotear, creyendo ser escuchada. Sonreí sarcásticamente sin quererlo al recordar a mi profesor de matemáticas y sus grandes esfuerzos para que lo escucharan. Diana no se parecía en nada físicamente a ese hombre gordo y sudoroso que me daba clase de matemáticas, pero ambos se encontraban en la misma situación indignante: Yo no sería quien los escuchara con admiración.

En ese momento, Diana calló esperando una respuesta por mi parte. Yo me dediqué a observarla y me percaté de que tenía un arco en las manos y se disponía a disparar una flecha.

- Por supuesto. – mentí.

- Entonces, supongo que sabrás cómo colocar la flecha... ¿verdad, alteza? – preguntó, arqueando una ceja.

Tragué saliva y esbocé una sonrisa a la vez que asentía con la cabeza y observaba la diana que se encontraba a varios metros de distancia en uno de los patios traseros de palacio.

Diana me pasó el arco que tenía entre las manos y su respectiva aljaba, donde cargaba con una infinidad de flechas. A continuación, me dejó a mi suerte.

Siempre había sido un completo desastre en mis clases de educación física, por lo que no tenía mucha fe en que aquello pudiera salir bien. Sin embargo, cogí el arco como si estuviera acostumbrada a cogerlo cada día y una sensación de familiaridad me embriagó cuando coloqué la flecha en el respectivo lugar. Sentí una brisa acariciándome el rostro y cerré los ojos, tan solo para poder disfrutar más de aquella sensación. ¿Qué estaba haciendo? Nunca había disparado con tiro con arco. ¿Pero por qué entonces me sentía tan familiarizada?

- Alteza, le recomendaría que no cerrara los ojos la primera... - empezó a decir Diana mientras yo tensaba el arco, pero no logró terminar la frase, ya que una flecha ya había sido disparada. -... la primera vez.

Cuando abrí los ojos, me asusté realmente, pues la flecha se había clavado en el centro de la diana.

Noté cómo mi corazón iba a estar a punto de dejar de palpitar y mi respiración se quebró, pues yo ya no sabía quién era. La antigua Alice había muerto por completo.

- No está bien decir mentiras, alteza.- dijo Diana y yo salí de mi ensimismamiento.

Incapaz de hablar, me quedé mirando la diana en la que la flecha que había disparado se encontraba justo en el centro y negué con la cabeza, sin poder creérmelo.

- Me habías engañado bien, creía que realmente no habías disparado nunca. ¡Y yo explicándote incluso cómo debías colocar la flecha! – siguió hablando Diana, completamente indignada con los acontecimientos que acababan de pasar. Era obvio que había quedado en evidencia conmigo, ya que sus mejillas se encontraban un poco coloradas a causa de la vergüenza.

- La verdad... es que nunca había disparado con tiro con arco. – confesé finalmente.

La muchacha empezó a reírse, como si acabara de decir una estupidez, sin creerme en absoluto.

- Esto no puede ser solo la suerte del principiante. La diana está a una distancia considerable. Prueba desde más lejos. – me dijo una vez sus carcajadas hubieran finalizado.

Hice caso a la chica y me dirigí hacia la distancia más grande posible. La diana se veía completamente pequeña y tenía que fijarme también en la dirección del viento.

Una vez más, sentí que el arco me perteneciera desde hacía mucho tiempo, como si hubiera estado esperándome durante siglos detrás de una barrera que acababa de traspasar. Y de nuevo, la flecha acabó en el centro.

- Realmente tienes un don, alteza. – me dijo Diana, observándome con curiosidad, mientras yo fruncía el ceño extrañada.

Si hubiera sabido que era tan buena con el arco habría competido en algún lugar más importante que en la consola de la WII de mi casa.

- No lo entiendo. – murmuré confundida.

- Hay muchas cosas que no entendemos. Por eso los reyes anteriormente les preguntaban a los Dioses prácticamente todo lo que se cuestionaban. – susurró la chica a mi lado.

- ¿Y eran respondidos? – pregunté asombrada, todavía reticente a la idea de que tales seres existieran de verdad.

- Los Dioses son caprichosos. – respondió Diana con una sonrisa.

- ¿Caprichosos? – murmuré al no entender a qué se refería con eso.

- Sí. En muchas ocasiones no respondían, tan sólo cuando les apetecía y con quienes ellos querían. – explicó la muchacha.

- Explícame más. – la animé a que hablara, sorprendentemente interesada en un tema que no se trataba de mi entrenamiento y mi extraña habilidad con el tiro con arco. - ¿Cómo hablaban con los Dioses? – pregunté entonces, a pesar de que no creía lo más mínimo que se pudiera hacer algo así.

- Alteza... he oído rumores de que no creéis en nuestros grandes Dioses. ¿Este repentino interés por ellos significa que habéis cambiado de opinión? – espetó Diana, intentando adivinar si lo que quería en realidad era aplazar el entrenamiento.

Los pocos árboles que había en el patio trasero de palacio mecieron sus ramas al son del viento, creando un ambiente que en otro momento me habría parecido relajante. Me quedé unos segundos en silencio, buscando las palabras adecuadas para pronunciar en voz alta. Finalmente respondí:

- Es cierto que no creo en los Dioses, pero me gustaría entender las razones por las cuales vosotros sí que creéis en ellos. No les habéis hablado, tampoco los habéis visto. Simplemente os creéis las palabras que aquellos que han sido reyes os han dicho.

La muchacha arqueó una ceja al escucharme decir esas palabras.

- Te crees que el planeta es redondo, sin haberlo visto desde el espacio exterior. ¿Por qué entonces no creer en las palabras de tu rey o de tu reina? ¿Por qué no creer en la historia que escribieron tus antepasados para que hoy en día sepas lo que ocurrió en el pasado? No se puede ser tan desconfiada, o acabarás sin confiar que nada existe realmente. – me dijo Diana de una forma que no dejaba lugar a más preguntas ni protestas.

Quizá tuviera razón y fuera demasiado desconfiada, pero me habían enseñado en creer en mis propios principios. Sin embargo, me asombró el discurso de Diana, por lo que comenté:

- Eres muy sabia.

En ese momento, la cara de la muchacha se iluminó con una verdadera sonrisa y dijo riéndose:

- Minerva me ha dotado de mucha sabiduría.

- Minerva debe ser la Diosa de la sabiduría... - susurré pensando en la joven cocinera que ahora afirmaba llamarse Julia.

- Exacto. Además, ella es mi favorita. – confesó Diana apoyándose sobre la pared.

- ¿Por qué? – osé preguntar.

- Minerva es representada como una mujer fuerte e inteligente. También se dice que si le rezas a la Diosa antes de un combate, es posible que esté a tu favor.

- ¿Y qué más es capaz de hacer? – pregunté frunciendo el ceño.

- Algunas personas juran haber sido poseídas por la Diosa, aunque la mayoría no se dan cuenta. – respondió Diana con admiración.

La chica continuó hablando, pero yo ya había dejado de escucharla. ¿Y si Julia había sido poseída por la Diosa Minerva? Aquello respondería mis preguntas, pero también sería aceptar que los Dioses realmente existían y que yo, Alice la fría, era la legítima heredera al trono.

Cerré los ojos y sentí que el mundo se me echaba encima.

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