An Yibei se detuvo por un breve momento. ¿Song Huan? Interesante... Era como si alguien acabara de apuntarle la dirección indicada y una cortina de humo se hubiera levantado. Cuando todos los puntos se conectaban, todo parecía una broma.
Sacó su billetera, sin mostrar nada en su cara. Luego le pasó todo su dinero en efectivo a la mujer. Ella estaba encantada. No era mucho, ¡pero era lo suficientemente bueno por un solo nombre! Lo aceptó de inmediato, le agradeció reiteradas veces y se fue.
Él se frotó las sienes y se apresuró al hospital.
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Cuando llegó, Papá An ya había despertado. An Xiaxia estaba sentada al lado de su cama, llorando como una niñita.
—Bueno, bueno. Ya estoy bien, ¿cierto? No llores... ¿No estás muy grande para llorar como un bebé...? —Papá An la consoló con un tono amable.
Ella se secó las lágrimas y dijo tercamente:
—No estoy llorando... ¡Estas no son lágrimas! ¡Es mi sudor!
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