Temprano por la mañana, la niña se sentó en la mesa cerca de un niño. La parte delantera de su vestido beige se había vuelto carmín, hilos de sangre, caían desde su boca hacia su barbilla debido a que tosía la sangre que le habían servido. Una mujer se paró lejos de la mesa, y se veía totalmente avergonzada al ver a su hija menor. El miedo y la vergüenza inundaban su mente mientras se daba cuenta de lo que estaba pasando.
—¡Emmanuel! –la mujer chilló con angustia. —¡Emmanuel! ¡Ven aquí rápido! –un hombre entró en la habitación.
—¿Qué sucede? ¿Por qué gritas tan temprano en la mañana? –preguntó, y vio que la mujer señalaba la mesa con la cabeza. Las cejas del hombre se fruncieron de manera profunda cuando vio la sangre que estaba derramada frente a la niña.
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