De vuelta en la mansión Carmichael a la hora de la noche, Vivian estaba de vuelta en el cobertizo mirando al cordero cuyo cuello había sido atado junto a un poste de madera fijado en el suelo. Con el cuerpo agachado, se sentó sobre sus pies sin poner el trasero en el suelo. Ahora que había aprendido a acercarse al cordero, acarició al animal con los dedos.
—¿No vas a darle de comer? —preguntó Leonard, que había salido aburrido de su habitación. Con sus primos ya fuera de la mansión, el lugar estaba tranquilo y en paz otra vez. Recogiendo la hierba de la caja, la puso delante del cordero quien empezó a comerla. Los ojos de la niña se iluminaron como si hubiese llegado la Navidad y sus ojos se dirigieron a la caja donde se guardaba la hierba recién cortada. Viendo su renuencia, Leonard tomó un poco más de hierba y, esa vez, en vez de alimentarla, se la dio.
—Inténtalo.
Al mismo tiempo, Paul, que había ido a recoger los troncos, regresó para exclamar: —Joven maestro, veo que también le has tomado cariño al cordero.
En respuesta el muchacho agitó la cabeza.
—Quiero que crezca rápido para que podamos darnos un festín con él. Cuanto más gordo, mejor —dijo el muchacho sin rodeos, lo que hizo que el sirviente soltara una risita nerviosa.
—Por supuesto —Paul notó que la pequeña Vivian estaba demasiado ocupada tratando de alimentar al cordero para escuchar las palabras que se intercambiaban—. Cómo podría olvidar que la comida es importante para ti —murmuró para sí mismo—. Por cierto, maestro, encontré unas copas enterradas al lado de Shirley.
Shirley era su caballo.
—Ah…—el muchacho se quedó atrás y el sirviente confirmó que era obra de su joven maestro quien las había puesto allí—. ¿Vas a salir este domingo próximo?
Preguntó Leonard. Paul solía ir a visitar a su hermana que vivía en otra ciudad los domingos. No era algo que hacía con regularidad porque había momentos en que iba a diferentes pueblos sólo para pasear por las calles. Se había llevado al joven una vez por insistencia, que había disfrutado mirando a través de la vida normal que la gente llevaba.
—Tengo que recoger algo del Sr. Scruggs este domingo, pero prometí sacar a Vivian la semana que viene —contestó Paul, apilando los troncos en su lugar y organizándolo uno sobre el otro.
Cuando llegó el domingo siguiente, el primo de la Sra. Carmichael decidió ir con su esposa y su hijo, Christopher. Leonard estaba descontento de tener que quedarse con su primo segundo que no le agradaba. Con una palabra a su madre de que él iba con Paul, Christopher fue enviado con él para consternación de ambos.
Paul, que había ido a visitar a su hermana, ahora caminaba con los dos niños a su lado mientras su hermana, Grace, sostenía la mano de Vivian para que ella no se perdiese en el mar de una multitud que había en la feria junto con el hijo de Grace que tenía doce años, poniendo a la niña a salvo entre Grace y su hijo.
Con sólo unos pocos días desde que Leonard había caminado alrededor de una atmósfera similar, se quedó callado todo el tiempo, mirando a los niños humanos saltar de la emoción. Christopher, por otro lado, que era tres años mayor que él, miraba el lugar que le era completamente ajeno. Siendo otro niño de sangre pura, su familia nunca antes lo había enviado a un pueblo humano.
—Este lugar apesta. ¿Quién andaría por aquí? —exclamó Christopher con asco, viendo a unos humanos caminar descalzos.
—Tú en este momento —dijo Leonard.
—No me extraña que tu personalidad apeste.
—Debes estar hablando de ti mismo.
El joven Carmichael no giró la cabeza para mirar al niño que caminaba a su lado.
Christopher tiró de Leonard por la camisa, sacudiendo al niño por detrás, pero Leonard había estado en esa situación tantas veces con su primo segundo que dio vueltas antes de empujar a Christopher al suelo. Los dos se miraron y Paul los interrumpió, tratando de recordarles que debían ser civilizados el uno con el otro.
—¡Chicos! ¿Qué decidimos sobre comportarnos bien cuando salimos de la mansión?
Christopher rechazó la mano que Paul le había ofrecido para poder levantarse.
—Escuchen atentamente ahora. Una charla más fuera de lugar, les enviaré de vuelta a casa con una nota sobre su mala conducta y de cómo ambos están empeñados en empañar sus nombres de familia —advirtió con una mirada maligna.
—Y yo que pensaba que el discurso no funcionaría.
Su hermana mayor Grace se rio.
—Funciona como un encanto —dijo el hombre con una sonrisa de satisfacción, sabiendo que los niños estaban conscientes de que sus padres escucharían al hombre cuando se tratase de ese asunto.
Vivian estaba demasiado cautivada por el lugar, la dulce fragancia que se desprendía de un puesto cercano donde se cocinaba la comida al aire libre y los colores le llamaban la atención. Al ver el algodón de nuevo, sus pies tomaron su propio camino, Grace se detuvo.
—¿Adónde vas? ¿Hmm? —viendo a la chica mirar el caramelo, ella sonrió—. ¿Quieres el algodón de azúcar?
—Lo traeré—dijo Christopher, haciendo que los dos adultos se mirasen entre sí al notar el repentino cambio de opinión que tuvo el niño—. Aquí—dijo y se lo dio a Vivian una vez que lo compró.
—Vivi, ¿qué te dije cuando alguien hace algo bueno? —preguntó Paul, solo para ver a Vivian parpadear—. Dices: "Gracias".
—Gracias —susurró con una sonrisa mientras sostenía el regalo en su mano, haciéndola feliz.
—Aún está aprendiendo —dijo el hombre a su hermana.
Mientras Grace le enseñaba a Vivian a rasgar y comer el algodón de azúcar, Leonard no estaba contento con el reciente intercambio. El chico al que odiaba estaba hablando con Bambi, así que no sabía de lo que era capaz. Cuando sus ojos se encontraron con los de Christopher, el niño sonrió con una sonrisa de satisfacción, algo que sólo molestaba al joven Leonard.
Siguieron caminando mirando los puestos. Leonard en un momento dado se había ido por su cuenta sin que nadie se diese cuenta antes de regresar. Vivian tenía la mente en el algodón de azúcar que ahora estaba pegado alrededor de las comisuras de su boca. Christopher se rio al verla mientras los adultos regateaban sobre un objeto con el vendedor que tenían delante.
—Te ves estúpida. Tienes que limpiarte la boca.
Leonard se adelantó para sacar el pañuelo de su bolsillo y comenzó a limpiarle la boca sin mucha delicadeza.
—Idiota —comentó.
—Mírate, limpiando a un humano. Tus padres no deben haberte enseñado las formas correctas de vivir como un vampiro de pura sangre —dijo Christopher chasqueando su lengua. Recordando las palabras de Paul, Leonard ignoró al niño, pero eso no desanimó a Christopher—: ¿Qué pasa? No me digas que te has convertido en una chica jugando a las casitas.
Leonard se dio la vuelta para poner su puño en la cara de Christopher, y pronto los niños comenzaron a luchar para hacer que unos pocos ojos silenciosos se volviesen hacia ellos.
Paul, que finalmente había regateado el cucharón de madera al precio justo, tenía una amplia sonrisa en la cara, la cual se le cayó cuando se giró ante el alboroto que había detrás de ellos, allí vio a los dos chicos en el sucio suelo luchando entre sí.