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—Pero yo sé que aún estás vivo. Volverás, ¿cierto? —la voz de Huo Mian se había convertido en un murmullo. En ese momento, se sentía como una niña sin esperanzas.
Sin darse cuenta, cerró los ojos.
Frente a ella había un maravilloso mundo, repleto de arces rojos, era otoño en las montañas Yun Ding. La belleza del lugar era inexplicable, y parecía como si fuera el trazo más colorido y más brillante de un artista.
Huo Mian miró para arriba y notó al hombre que estaba parado en las escaleras. Llevaba puesta una camiseta blanca, pantalones negros y, por supuesto, la sonrisa que lo distinguía.
—Cariño...
—¿Qué esperas? Dame la mano, te guiaré.
Miraba como Qin Chu le alcanzaba la mano mientras acortaba la distancia entre ellos. Ella trató de alcanzarla, pero por alguna razón no podía tomarla, sin importar cuánto se esforzara.
—Mian, dame la mano —repetía.
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