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VEINTITRÉS

Belzer obligó a los prisioneros a plantar rodilla ante el rey, éste, a su vez, desde la comodidad del trono, los miraba como si se trataran de un par de cucarachas saliendo por el desagüe. Despacio, Lux alzó la vista y dejó relucir el moretón que el demonio de la acidia le había plantado en el rostro, por el rabillo del ojo, distinguió a Axel temblar de pies a cabeza; el mortal no se atrevía a mirar al rey usurpador.

Belzer permanecía de pie junto a ellos, firme y con las manos entrelazadas a sus espaldas, como si fuera una estatua. Por otro lado, Evol observaba en silencio desde la seguridad de una columna; tenía tanto miedo como Axel, quizás hasta más. La soberbia había desquiciado a su hermano.

—Si creíste que no te descubriría —comenzó Eccles, apretando el puente de su nariz—, debes ser más estúpida de lo que aparentas.

—¡No es estúpida! —bramó Axel en un repentino ataque de valentía. Detestaba que insultaran a sus amigos. Lux, por su parte, palideció y le pidió que guardara silencio, de lo contrario, las represalias serían peor—. Es más lista de lo que crees —continuó, ignorando las órdenes del demonio—, y sí que te engañó. Lleva una semana…

Belzer silenció al mortal de un golpe en la cabeza. El joven cayó inconsciente y Eccles se lo agradeció con aburrimiento. Lux gateó hasta él, temerosa de que el daño fuera grave. Con delicadeza, lo acunó sobre su regazo.

—Axel… Axel —lo llamaba con palmaditas en el rostro. Posó el índice cerca de su nariz para comprobar la respiración. Aún vivía—. Descuida, saldremos de ésta. Buscaré la forma de sacarte de aquí…

—No hagas promesas vacías, hermanita —sentenció Eccles. Sus botas repiqueteaban con cada paso. Lux lo miraba con furia, deseosa por clavarle las uñas en el rostro—. Será mejor que te preocupes por ti.

—Has lo que quieras conmigo, pero déjalo fuera de esto.

—Veo que le has cogido un cariño especial a ese mortal —indicó el usurpador, toqueteando el cuerpo de Axel con la punta del tridente—. Temo que no será posible. El mortal es un seguro para que el mestizo venga hasta nosotros.

—Led no tiene nada que ver contigo… Sólo hizo un pacto con Rakso para recuperar su alma.

—Interesante —Eccles frotó su mentón y Lux se tildó de estúpida por haber abierto la boca—. Pero debes saber que ese mestizo sí tiene que ver conmigo… De hecho, tiene que ver en todo. Led Starcrash es una pieza fundamental del mundo espiritual.

Lux no le encontraba sentido a aquella afirmación. ¿Por qué Led era tan importante para Eccles? ¿Qué podía pintar el mestizo en sus planes?

—Pero eso es algo que no podrás presenciar, traidora —prosiguió, alzando el rostro de la joven con el tridente. El metal le escocía la piel—. Admito que fuiste muy lista. Usar tus clones para vaciar las arcas de Anro y entregarle el dinero a Blizzt para pagar la piedad de El Exterminador, fingir estar de mi lado, conspirar con Blizzt para interceptar el ataque de Belzer y ayudar a Rakso en su aventura… Estoy bastante impresionado, de verdad. Es una lástima que no le pagaras a El Exterminador por su silencio.

El demonio de la lujuria se reprochó aquello, un error garrafal que desató terribles consecuencias sobre las personas que más le importaban. Sus puños se cerraron con fuerza, y apretó a Axel contra su pecho.

—Supongo que otro período en cautiverio te vendrá bien.

La joven palideció, pero se recompuso al instante. A pesar del horror que le deparaba, no se dejaría aplastar por el miedo, alimentar la soberbia de Eccles era lo último que pensaba hacer.

El coraje de Led al enfrentarse a lo desconocido; la fuerza de Axel y Olivia al hacer frente a sus problemas cotidianos y a los eventos demoniacos; la determinación de Rakso al arrojarse contra el peligro sin sus habilidades… Todos ellos habían salido victoriosos de sus horrores, y eso la llenaba de esperanza, la llenaba de fuerza. Si ellos vencieron, ella también lo haría.

—Da igual cuantas veces me encierres, Eccles. Nunca obtendrás mi lealtad. Tal vez en el pasado te apreciara, pero la soberbia te ha convertido en otro, y no estoy dispuesta a ceder. Así que adelante, has lo que tengas que hacer, porque yo lucharé con todo.

El demonio de la soberbia despedía humo de sus cuernos llameantes. Las venas brotaban en su piel a causa de la colera que lo invadía. ¿Cómo se atrevía ese demonio a hablarle así?

—Sólo eres una zorra malagradecida.

Lux rio. Su mirada iba repleta de valor y altanería.

—Tal vez sea una zorra, pero no soy tuya. Nunca serás mi rey, Eccles.

El aludido despidió un grito de furia, lo que obligó a Belzer a retroceder, por su parte, Evol prefirió huir de la temible escena. Acto seguido, el rey materializó dos diminutas esferas de oscuridad entre sus dedos y, al pronunciar los nombres de sus víctimas, una potente ventisca estalló en la sala del trono.

—Se fuerte, Axel Fisher —susurró Lux al oído del durmiente—. Se fuerte, como siempre lo has sido… Y, sobre todo, se valiente.

Ambos estallaron en una masa de humo, arremolinándose en las alturas hasta desaparecer en el interior de cada esfera. Eccles apretó el puño en cuanto la calma se restauró y, con los dientes apretados, susurró.

—Es hora de que enfrenten sus peores miedos por toda la eternidad.

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Desde las alturas, Seattle parecía estar sumida en una completa calma. Led habría disfrutado la vista de no ser por el terrible incendio que asoló el Seattle Center y la batalla que estaban a punto de librar contra Pyrus, la última de las habilidades de Rakso, caracterizada por su agresividad e inestabilidad emocional.

—¿Recuerdas el plan? —volvió a preguntar por millonésima vez el demonio.

Led, sobre su espalda, y rodeando con fuerza el torso de su compañero con ambos brazos, asintió con un deje de fastidio.

—Apenas comience la pelea, voy por Olivia y nos marchamos del lugar. Entiendo el plan, Rakso, no tienes por qué tratarme como un niño.

—Lo sé, es sólo que… Pyrus es agresivo, y fuerte, y no quiero que les pase nada a ustedes dos.

—¿Qué tan fuerte es?

—Mucho. Su poder es equivalente al de mis otras habilidades.

—Pero tu llevas la ventaja —lo animó el mestizo. Rakso no entendió el comentario y Led pareció notarlo—. Es decir, claro, tienes tres habilidades, pero tú cuentas como otra más. Serán cuatro contra uno…

Rakso descendió en picada, sustituyendo las palabras de Led por un poderoso grito que se fue perdiendo en las alturas. Con violencia, el demonio estabilizó su cuerpo y aterrizó con elegancia sobre una enorme roca que reposaba encima de una pequeña plataforma triangular levantada en concreto. Debido a la penumbra reinante, ambos se vieron obligados a activar la visión nocturna. Se encontraban en una especie de plaza cubierta de grava y rodeada por un exuberante césped. A la derecha, los edificios se alzaban hacia las nubes, imponentes y con las fachadas moteadas por brillantes luces artificiales; las vías del tren permanecían impasibles, separando el parque del resto de la ciudad. A la izquierda, las olas de la gran bahía Elliot lamían las rocas del infinito borde costero, a la espera de la cruzada.

—¡Lo hiciste a propósito! —protestó Led al bajar de la espalda del demonio; el corazón aun lo llevaba en la garganta.

Rakso alzó la mano y Led guardó silencio. A unos metros, se levantaba otra plataforma del mismo material, sólo que su forma contaba con más de tres lados. Una vara de acero apuntaba al cielo, y, aferrada a ella con una gruesa cadena, se encontraba Olivia.

—Hasta que al fin llegas —los recibió Pyrus, saliendo detrás de la roca que los separaba de Olivia. Bajo su forma mortal, parecía tener la misma edad que Rakso; su cabello rojo iba despeinado; la tez era pálida y moteada por pecas que, junto a su vestimenta de estilo punk, le parecieron sumamente atractivas a Led—. Ya comenzaba a aburrirme, y tu chica no dejaba de hablar —añadió, masajeando las sienes. Olivia, cuando estaba nerviosa, le daba por divagar, y sí que podía frustrar a cualquiera con sus chácharas sin sentido. De pronto, la habilidad miró a Led con cierto recelo. Sus ojos escarlatas brillaron asesinos—. ¿Y ese quién es?

 ‹‹¿Y por qué permanece tan cerca de ti?››, preguntó en sus pensamientos, sin dejar de observar al mestizo en forma despectiva.

—Es el mestizo que querías secuestrar.

—¿Qué? —estalló Pyrus, incrédulo ante su error—. ¿Y quién rayos es ésta entonces? —Su índice apuntaba a Olivia.

—¡Oye! Más respeto, soy una dama —protestó indignada, como si ser la damisela en apuros no fuera suficiente.

—Su nombre es Olivia, y es mi amiga —soltó Led, dando un paso al frente con los puños apretados.

Pyrus parecía frustrado.

—Te lo dije —reprochó la joven, satisfecha ante su gran victoria.

Led se paralizó ante la mirada glacial que le dedicaba Pyrus, era como si tuviera algo en su contra. La habilidad echaba chispas y, en un pestañear, estalló, mostrando su verdadera forma. Las alas resplandecían en llamas, al igual que su cabello. Separó los pies, listo para atacar.

—Hazte a un lado, mestizo —La guadaña de Rakso apareció entre sus manos. Su atención estaba fija en Pyrus, y éste parecía disfrutarlo—. Y no te desvíes del plan.

En cuanto Led saltó de la plataforma pétrea, Pyrus chasqueó los dedos y un enorme anillo de fuego se levantó alrededor del cuadrante de grava.

—Este círculo de fuego permanecerá activo mientras yo siga en pie —advirtió la habilidad con suma prepotencia—, y a medida que transcurra el tiempo, se irá cerrando hasta consumir todo lo que permanezca en su interior —Pyrus no pudo contener una sonrisa maligna—. Tus amigos serán un par de momias carbonizadas cuando esto termine.

—¡Déjalos fuera! —protestó Rakso, apuntando a la habilidad con la brillante hoja de su arma—. Esto es entre tu y yo.

Pyrus sonrió, negando con la cabeza.

—Si quieres salvarlos, tendrás que vencerme.

Y sin más que decir, se lanzó directo contra el demonio. Sus puños se estrellaron contra el mango del arma, despidiendo una ardiente ventisca que hizo rodar a Led sobre la grava; aquello se había convertido en un horno.

El sonido de la batalla fue quedando atrás a medida que Led se acercaba a su amiga, sin embargo, un par de brazos ígneos brotaron del suelo y lo aprisionaron de las muñecas, obligándolo a gritar a causa de las altas temperaturas que abrazaban su piel.

—¡Led! —chilló Olivia.

Rakso miró más allá de la batalla, cosa que molestó a Pyrus, así que aprovechó la oportunidad de taclearlo y derribarlo de la plataforma.

—¡Préstame atención, Rakso! —exigió, arrojándose sobre él con el puño en llamas. El príncipe rodó y el ataque estalló en el suelo—. Así me gusta.

Sin desperdiciar un segundo, Pyrus extendió sus alas y embistió a Rakso, transportando la batalla a las alturas. Golpes, rayos y bolas de fuego cortaban el aire en una danza bastante elaborada. Pyrus tomó distancia y arrojó una cuchilla de fuego, pero Rakso alzó una barrera de energía para avanzar entre ella y golpear a su contrincante en la mandíbula con la fuerza que le brindaban sus manoplas.

Pyrus salió despedido, pero logró incorporarse a tiempo de ser rebanado por el potente filo de la guadaña, sin embargo, la rabia volvió a dominarlo al entender que Rakso volaba directo al mestizo.

—Ni lo pienses —gruñó, erigiendo un látigo de fuego que terminó por enroscarse en la pierna del demonio. Pyrus tiró con todas sus fuerzas y aprisionó al príncipe entre sus llameantes brazos. Poco a poco, la camisa de Rakso se fue consumiendo por las llamas de aquella habilidad, no tardó en sentir las quemaduras sobre su piel—. Veo que ese chico de verdad te importa —soltó Pyrus con cierto desprecio. El diámetro del anillo de fuego se iba reduciendo a gran velocidad, de seguir así, en pocos minutos Led y Olivia pasarían a ser recuerdos del pasado—. Ahora sabrás lo que es tener el corazón roto.

Por otro lado, Led mascullaba palabrotas y luchaba por zafarse de las infernales ataduras. El fuego lamía su carne al rojo vivo.

‹‹¡Déjame ayudarte! —pidió su contraparte, fúrico—. Sólo será por un segundo. No seas terco››

El fuego que los rodeaba se acercaba cada vez más. Olivia luchaba inútilmente por zafase de las cadenas, y en los cielos, Rakso había sido aprisionado por el fuego de Pyrus. Él mismo no se hallaba en una mejor situación. Cerró los puños y lamentó lo que estaba a punto decir.

—¡Está bien! —espetó.

El Led demoniaco rio dentro de su cabeza, triunfante.

El mestizo dejó caer los párpados, al igual que sus brazos; era como si lo despojaran de sus baterías. Olivia y Rakso miraron aterrados, y ese terror incrementó cuando un par de alas de murciélago brotaron de su espalda. Despacio, volvió a erguirse con una sonrisa maliciosa, saboreando su libertad y la sed de sangre y muerte. Sus ojos eran dos profundos pozos de brea, colmados de desesperanza y sueños rotos.

—Hola, Olivia —saludó el Led demoniaco. La joven, petrificada, quedó sin habla ante lo que sus ojos le mostraban.

Led extendió los brazos, y una poderosa ventisca se expandió en todas las direcciones, extinguiendo sus ataduras y el anillo de fuego como si se trataran de la llama de una vela de cumpleaños. Rakso y Pyrus observaban despavoridos, paralizados por el miedo que les infundía aquella criatura de las tinieblas.

Led miró a los cielos, y un poderoso torbellino sopló hasta alcanzar a los luchadores, envolviéndolos en aquel caos de aire y tierra que los estrelló contra el suelo de grava. Acto seguido, sus garras se extendieron hasta adoptar la forma de unas peligrosas espadas.

—No te muevas —le ordenó a la joven.

Dio un salto y blandió las cuchillas, desgarrando las cadenas en cientos de pedazos.

—Fue un placer ayudarte, Led —dijo el demonio—. Pero es hora de irme. No todos los días puedo gozar de esta libertad…

Las migrañas lo asolaron de pronto, y cayó de rodillas, sosteniendo su cabeza entre las manos y chillidos.

—¡No! —bramó la criatura—. ¡NO!

Olivia lo miraba aterrada, preguntándose qué rayos le sucedía.

Las garras se replegaron, al igual que sus alas. Parpadeó, y sus ojos volvieron a ser de ese hermoso azul celestial. Miró a su amiga, aterrado de sí mismo y de lo que estaría pensando ella. Olivia percibió el miedo que sentía su amigo y, sin dudarlo, clavó las rodillas al piso y envolvió a Led en el círculo de sus brazos. No entendía lo sucedido, pero sabía que Led la había salvado, y eso era lo único que importaba.

Pyrus, hecho una furia, erigió una bola de fuego. Rakso palideció al comprender las intenciones de su habilidad, y, a la velocidad de un rayo, se puso en pie y lo derribó de un golpe… Pero ya era tarde, el ataque había sido lanzado.

—¡LED! —gritó el nombre de su compañero a todo pulmón.

El mestizo se volvió. Con el corazón en la garganta, tomó a Olivia de la mano y la arrastró con él fuera de la zona de impacto. Sabía que no lo lograrían, sin embargo… Tiró de su amiga y la envolvió con su cuerpo, justo cuando el fuego se propagaba en una explosión que los despachó cerca de la orilla de la bahía.

El humo se disipó, mostrando pequeñas lenguas de fuego danzando sobre las ruinas de la plaza. Rakso miró los cuerpos de Led y Olivia junto al mar, ésta se incorporaba entre toses y arcadas, pero Led permanecía inmóvil.

—Led —llamó Olivia, zarandeando el cuerpo de su amigo—. ¡Led! —gritó, su voz rota.

La piel del mestizo presentaba terribles quemaduras al rojo vivo, su camisa había desaparecido y una parte del rostro se hallaba carbonizada.

—¡Led Starcrash, demando que despiertes! —lloriqueó la chica al no recibir respuesta—. Por favor, no me dejes —Su voz terminó siendo un hilillo.

Rakso apretó los puños, soltó un grito y cargó contra su habilidad despidiendo rayos, poderosos golpes y burbujas de energía. La rabia lo había cegado, ya que ninguno de sus ataques daba en el objetivo. Pyrus los esquivaba con gran facilidad, y sólo dispuso de una cuchilla de fuego para derribar al príncipe infernal.

—Se acabó, Rakso. Has perdido.

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Led caía en medio de la oscuridad absoluta, siguiendo la dirección de las gruesas columnas de agua que se perdían en aquel misterioso vacío. Acaso… ¿Había muerto? Su último recuerdo titilaba con debilidad: las llamas propagándose a su alrededor.

Un resplandor se apoderó de su campo visual. ‹‹Led››, escuchó decir una voz en cuanto una mano cogió la suya y detuvo el descenso.

—¿Quién eres? —preguntó, colgando de un peligroso abismo.

Primero observó la mano que lo sostenía, su tez era aceitunada y brillante. Luego escrutó el resto de la extremidad hasta detenerse en aquellos ojos azules que recordaban el color de un cielo en calma. Sólo tardó unos pocos segundos en entender que se estaba mirando a sí mismo

—Hola, Led —Esa voz…

—Eres el de las cadenas, el que aprisiona a mi parte demoniaca… Me ayudaste a quitarle el medallón a Rakso.

El Led resplandeciente sonrió con amabilidad.

—¿Qué está pasando? —preguntó Led a la versión que le daba sentido a su nombre.

—Pyrus atacó, y te sacrificaste para salvar la vida de tu amiga —le explicó con absoluta tranquilidad—. Ahora cuelgas entre la vida y la muerte. ¿Deseas morir, Led Starcrash?

—Si muero, ustedes también morirán.

—Así es —corroboró el otro Led—, y tus amigos correrán el mismo destino. Olivia, Axel, Lux, Rakso… ¿Permitirás que eso ocurra? —Led negó con la cabeza—. Eres una persona maravillosa que aún tiene mucho por vivir.

—¿Quién eres realmente? ¿Qué representas?

—¿Aun no te das cuenta? —El Led resplandeciente elevó un par de hermosas alas. Plumas doradas se agitaban con sutileza, emanando un agradable aroma dulzón.

—E-eres un… ángel —advirtió con estupor.

—El de las cadenas, como ya sabes, es tu parte demoniaca. Y yo soy tu parte celestial.

Led abrió los ojos como dos enormes platos vacíos.

—Rakso me dijo que mi padre era un demonio, y eso me hacia un mestizo —El Led celestial asintió en silencio—. Si tú eres mi parte celestial, entonces, mi madre…

—Tu madre fue un ángel, y yo represento ese lado. Eres un ser muy especial, Led. En parte, eres un demonio, pero también eres un ángel y un humano.

Led enmudeció. Era demasiada información para ser descubierta ante las puertas de la vida y la muerte. En un principio, al conocer la verdad a través de Rakso, imaginó que su madre había sido engañada por una criatura del reino de las tinieblas, pero ella era un habitante del cielo, y debía saber a la perfección con quién estaba fraternizando. Millones de preguntas rebotaron en su cabeza, todas ellas deseosas de encontrar una respuesta: ¿Quién era su padre? ¿Qué era él realmente? ¿Por qué su madre nunca le dijo la verdad? Y ¿por qué el Led celestial no se había presentado con anterioridad?

—No me correspondía a mi decirte la verdad —contestó, dejando en claro que sus dos contrapartes eran capaces de escudriñar sus pensamientos; después de todo, estaban unidos—. Tu madre debía decírtelo cuando ambos estuvieran listos. Debes entenderla, Led. Su vida no fue sencilla, pero, a pesar de todo, ella te ama más que nada, y no sabes todo lo que ha hecho para protegerte. Sé que estás confundido y enojado, y lo entiendo, pero nunca dudes de ella, ¿está bien?

Led asintió en silencio.

—Mis amigos… Ellos están peligro —recordó de pronto. Aquello era prioridad, luego se preocuparía de su madre y su naturaleza—. Por favor, tienes que ayudarlo… Te lo suplico.

—No puedo. Debo quedarme custodiando a ese de allá —dijo, señalando con un movimiento de cabeza a la criatura que permanecía encadenada y amordazada—. Si lo dejo en libertad, ocasionará un gran desastre. Querrá controlar tu cuerpo, Led. Ya le has dado mucha fuerza a ese demonio al aceptar su ayuda.

—Lo siento —se disculpó, avergonzado.

—Descuida. Sé que no la has tenido fácil.

—¿Qué tal si yo tomó tu lugar? —propuso con desesperación.

—¿Crees poder hacerlo? —El ángel no parecía muy convencido—. Me refiero a contener tu parte demoniaca.

—Sé que puedo —afirmó con determinación. Había fuego en sus ojos—. Haré lo que sea por salvar a mis amigos.

El ángel sonrió al sentir la devoción, la fe y la fortaleza de su contraparte humana. De un simple movimiento, apartó a Led del abismo.

—Sólo podía sacarte de ahí si de verdad querías vivir —explicó, ofreciéndole las cadenas—. Sujétalas con fuerza.

Led obedeció. Sus manos ardieron y los brazos se tensaron debido a la fuerza que ejercía su contraparte demoniaca.

—Se fuerte, Led —le pidió su contraparte celestial, depositando ambas manos sobre sus hombros—. Te prometo volver pronto, y cuando despiertes, verás a tus amigos a salvo.

Y una poderosa luz blanca lo cubrió todo.

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—¡Led! —llamaba Olivia. Se negaba a aceptar la partida de su amigo—. ¡LED!

De pronto, sus ojos se abrieron con violencia, despidiendo un refulgente brillo blanco que por poco cegó a Olivia. Despacio, se incorporó hasta recuperar la verticalidad y desplegar sus hermosas alas doradas; el aroma de la vainilla acarició la nariz de Olivia, quien no podía dejar de contemplar la resplandeciente figura de su amigo.

—Tu amigo está vivo, Olivia Landcastle —dijo el Led celestial. Su voz era gruesa, autoritaria y llenaba de paz el corazón de los seres que lo rodeaban. Olivia permaneció en silencio, atónita. Enjugó sus ojos y asintió—. Pronto lo volverás a ver.

Sin vacilar, agitó las alas y en un abrir y cerrar de ojos tacleó a Pyrus, que se disponía a dar el golpe final. La habilidad salió despedida hasta estrellarse contra las enormes rocas que dormitaban en la plaza de grava.

—¿L-Led? —inquirió el demonio, una mezcla de miedo y sorpresa, sin embargo, el corazón parecía calmársele ante la extraña calma que se inyectaba en sus venas.

—Sólo una parte de él —El ángel le ofreció la mano y, tras pensarlo por un instante, el príncipe la aceptó—. ¿Qué te parece si acabamos con él?

Pyrus, encolerizado, se alzó en una columna de fuego y volvió a arremeter contra sus oponentes, sin importarle que fueran dos contra uno. Estaba seguro de su poder y no permitiría que ese par le arrebataran la victoria.

Rakso despidió una onda de energía que hizo retroceder al agresor bajo una lluvia de pequeñas piedras. Aprovechando la oportunidad, Led materializó un juego de cadenas doradas que se extendieron desde sus brazos y envolvieron a la habilidad ígnea en un torbellino de acero celestial. Pyrus gritaba debido al ardor que le infundían los hierros; para ser una criatura de fuego, era la primera vez que sentía un calor tan abominable.

—Es hora de que pagues por tus pecados, Pyrus —La voz del ángel resonó como la de un temible juez—. Tu turno —le indicó a su compañero de batalla.

Rakso subió a los cielos y, al descender en picada, apuntó su puño directo al objetivo, esta vez, uniendo la fuerza de sus tres aliados: Fleur, Nardo y Vicky; las miradas de aquellas tres identidades se reflejaron en los ojos escarlatas de Rakso, todos ellos decididos a acabar con la última de las habilidades. El impacto fue colosal. Una cortina de polvo se elevó con furia en todas las direcciones, y en cuanto se disipó, Rakso contempló como las llamas de Pyrus se extinguían a sus pies.

—Ira —susurró.

Pyrus estalló en una vorágine de humo rojo, arremolinándose y desapareciendo como una espiral en el interior del medallón que portaba el demonio en su pecho. La calma se restauró, y con ella, los cuatro cristales volvieron a brillar juntos una vez más.

—Finalmente —El Led celestial miraba a Rakso con una sonrisa repleta de amabilidad y triunfo. Éste se la devolvió con timidez—. A pesar de ser un demonio, aun posees bondad en tu corazón —dijo el ser de las grandes alas doradas al detenerse junto al hijo de Amon—. Puedo verlo en tus ojos y en tus acciones, Rakso —El silencio se instauró, pues, el príncipe de la ira no sabía que decir a eso.

Aquella noche había sido una completa locura: Sus cuatro habilidades volvían a estar juntas, el Led demoniaco y el Led celestial aparecieron en su ayuda… Era increíble. ¡Una parte de Led partencia a los cielos! Su compañero resultó ser más que un simple mestizo. Sin duda alguna, Led Starcrash estaba lleno de sorpresas.

—Cuida de Led.

El demonio asintió.

Sus ojos perdieron brillo, y las alas se deshicieron en millones de partículas de luz, al igual que las cadenas que emergían de sus brazos. El cuerpo de Led se desplomó sobre Rakso, y ambos terminaron en el piso, mirándose el uno al otro. Con cuidado, el príncipe lo acunó en su regazo y le apartó algunos mechones azabaches del rostro.

Olivia no tardó en aparecer y unirse al grupo.

—Gracias a Dios, estás vivo —dijo entre lágrimas. Con delicadeza, se dejó caer junto al dueto.

—¿Los ayudó? —preguntó Led, débil, con graves quemaduras por todo su cuerpo.

—Nos salvó la vida… a todos —le confirmó Rakso.

Led dibujó una sonrisa lánguida.

—Soy un demonio, un ángel y un humano —susurró, inmerso en la belleza de un cielo estrellado. Olivia y Rakso intercambiaron miradas, todavía seguían sorprendidos ante la verdadera naturaleza de Led—. Olivia… ¿estás bien?

—Claro que sí. Soy de acero, y se necesita más que un ser de fuego para separarme de ti —dijo, sujetando la mano de su amigo—. Estaré haciendo de tu vida un completo estrés por un largo tiempo, Led Starcrash.

—No pediría menos —Luego se dirigió a Rakso—. ¿Tú, estás bien? —El demonio asintió—. Rakso… Antes del ataque… Me llamaste… —Led parecía feliz con aquello—. Desde que te conocí, es la primera vez que me llamas por mi nombre.

—Yo… —El demonio se ruborizó y apartó la mirada. Aquel momento había sido el peor de su vida. De tan sólo pensar que Led estuvo a punto de ser borrado del mapa, su corazón se hacía trizas—. Me importas, ¿está bien? Lo menos que quiero es perderte, Led. No sé porque me comporto así contigo, pero me nace hacerlo, y quiero que te sientas bien, que todo en tu vida esté bien y no tengas de que preocuparte. Creo que… Led, creo que me…

—Rakso —lo interrumpió Olivia, señalando al joven que dormitaba entre sus brazos.

Los cuernos de Rakso estallaron en llamas. Se sentía indignado. ¿Cómo era posible que se quedara dormido en un momento así? Led podía poseer una contraparte celestial, no obstante, parecía que la humana era la dominante y la que se llevaba toda la mala educación.

Olivia rio, y Rakso la miró con una mezcla de recelo y sorpresa.

—¿Qué es tan gracioso?

—Nada —aseguró, moviendo la mano de forma displicente—. Es que… Me alegra saber que Led te importa. Aunque no lo creas, tú también eres importante para él, y mucho.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Las miradas dicen mucho.

Las mejillas de Rakso se encendieron aún más.

—Será mejor que volvamos —se apresuró en hablar, sin atreverse a mirar a Olivia—. Sin Lux de nuestro lado, tendremos un teatro que montar.

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La luz del día se filtraba a través de las delicadas cortinas de seda, derramando su calidez sobre un colchón vacío y revuelto. Led se preguntó por el usuario de aquel nido de almohadas. Con expresión soñolienta, escudriñó la alcoba.

‹‹¿Dónde estoy? —se preguntó—. Acaso… ¿Estoy muerto?››

El entorno era completamente blanco, frío y vacío. El cantar de las aves llegó desde el exterior. Apartó las sábanas y caminó hasta la ventana, reconociendo al instante los exuberantes jardines y la calle que se extendía más allá del lindero vegetal. Acto seguido, se echó un vistazo en el espejo de cuerpo completo que colgaba de la puerta: vestía un pijama de rayas azules y el cabello lo llevaba alborotado, no había rastro de suciedad en su cuerpo, sin embargo, las secuelas de la batalla contra Pyrus se hacían presentes mediante un grueso vendaje que envolvía el lado izquierdo de su rostro.

Apartó la mirada y abrió las puertas del armario, donde encontró una camiseta azul oscuro y un pantalón de bermudas perfectamente doblados junto a una nota escrita a mano.

‹‹Cámbiate y baja a desayunar››, leyó. Reconocería esa letra a donde fuera. Olivia.

Sustituyó el pijama por las nuevas prendas de vestir y dedicó unos segundos para estudiar el minucioso vendaje en su brazo izquierdo. Seguidamente, bajó las escaleras y, tras obsequiar los buenos días más perezosos de toda la existencia misma, abrazó a las dos mujeres más importantes de su vida para sentir su amor y comprobar que aquello era real. Ambas estaban a salvo, y eso era un gran alivio para él.

—Me alegra verlas a salvo.

—A mí también —Christine hundió el rostro en el cabello de su hijo y luego tomó algo de distancia para acariciarle la mejilla sana—. Gracias al cielo estás vivo.

Led sonrió.

—Ahora siéntate —le ordenó Olivia, dándole la vuelta a un panqueque en el aire—. La noche anterior fue una horrible pesadilla y pienso que hoy merecemos desayunar como reyes, ya saben, para pasar el mal trago y seguir con nuestros planes.

‹‹Dijo planes, no vidas››, pensó Led, agradecido de que la situación de Axel aún latiera en su mente.

—¿Puedes creer que todo este tiempo hicimos mal las panquecas? —observó Christine, depositando una bandeja repleta por aquellas delicias humeantes—. Mira estas preciosuras —agregó, sirviendo una en su plato—. Son muy esponjosas. Las nuestras quedan muy compactas.

—De seguro añaden los huevos enteros a la mezcla.

—Diste en el clavo —corroboró Led con la boca repleta de panqueque y jarabe de arce.

—Pensé que dormirías corrido —saludó Rakso, adentrándose en la cocina para coger uno de los manjares recién servidos—. Buenos días —se obligó a decir.

—¿Dormiste aquí? —preguntó Led, abriendo de par a par el ojo que iba descubierto.

—Después de lo que hizo anoche, no podíamos dejar que se marchara —explicó Christine tras darle un sorbo al amargo café; había olvidado añadirle su respectiva cucharadita de azúcar—. ¿Has podido comunicarte con tus padres, Rakso?

—Sí —mintió con descaro, tomando asiento junto al mestizo—. Ya se podrá imaginar el alivio que sintieron cuando recibieron mi llamada.

—¿De qué me perdí? —quiso saber Led, intentando ignorar el molesto hormigueo en su rostro—. ¿Qué sucedió luego del incendio?

—Rakso nos salvó —explicó Olivia. Luchaba por reprimir una sonrisa, mientras se disponía a llenar su plato—. De no ser por él, tú y yo estaríamos muertos.

—Los bomberos pasaron horas buscando entre las ruinas —prosiguió Christine, con los ojos perdidos en algún lugar—, pero sólo encontraban cuerpos… Luego Rakso apareció de entre un montón de escombros, te llevaba cargado entre sus brazos y Olivia iba junto a él. Fue todo un milagro —Su mano se posó con suavidad sobre la del príncipe en una dulce expresión de agradecimiento—. Dios te bendiga.

El demonio pareció atorarse con el desayuno.

—Todo un héroe —masculló Led, mirando a su compañero con sarcasmo y gratitud. Luego volvió la mirada a su plato, preparándose para formular la siguiente pregunta—. ¿Qué ha sido de Axel?

Silencio.

Led, al igual que Rakso, y suponía que Olivia, sabía que su amigo se encontraba en las profundidades del Seol; su único consuelo era que el demonio de la lujuria estaba con él. Sin embargo, necesitaba saber la realidad de los mortales, ¿cuál había sido el destino que escribieron para Axel Fisher?

—Nada seguro —declaró Olivia con un deje en la voz—. Aún siguen encontrando cuerpos sin identificar.

—¿Desaparecido?

—Al igual que McKinley —agregó su madre con cierta melancolía.

Aquel dato sorprendió a los tres jóvenes. Sabían que el jefe de Christine era un ángel, un ser de los cielos que empleaba el cuerpo de un mortal como recipiente para caminar entre los humanos. ¿Era posible que el ángel lo dejara a su suerte en cuanto comenzó el caos? El resto del desayuno siguió en un absoluto e incómodo silencio.

Mientras Led y Rakso se disponían a lavar y secar la vajilla, Christine volvía del piso de las habitaciones vistiendo algunas prendas que Olivia le había proporcionado del armario de su madre. Los Landcastle habían llegado justo cuando el desastre en el Seattle Center había mermado, y, tras horas de angustia, y descubrir que su hija estaba a salvo, decidieron disponer su hogar para los Starcrash y Rakso; a primera hora de la mañana, marcharon directo al restaurante para organizar su colaboración en beneficio a los afectados del incendio.

—Iré a la iglesia —advirtió la mujer, terminando de abotonar el abrigo—. Han decidido organizar un equipo para ayudar a los rescatistas con alimentos y bebidas. En la noche habrá una vigía en la International Fountain —agregó en cuanto colgó su bolso del hombro— para rezar por los desaparecidos y las familias y amigos que velan por ellos.

—Voy contigo —dijo Led desde el fregadero—. Deja que termine aquí y…

—No es necesario —soltó Christine. Caminó hasta su hijo y lo abrazó para cubrirlo con todo su amor maternal. En ese momento, Led recordó las palabras de su contraparte celestial: ‹‹… ella te ama más que nada››—. Necesitas descansar y reponerte. ¿Qué les parece si nos vemos esta noche en la vigía? —propuso.

A los presentes les pareció una excelente idea, y, tras abrazar y besar la mejilla de cada uno, la mujer abandonó el domicilio de los Landcastle, con las imágenes de la noche anterior flagelando su cabeza…

—El fuego es de origen demoniaco —le había dicho Gabriel a través del cuerpo de McKinley.

Los brazos ígneos los rodeaban, dispuestos a reducirlos en cenizas. La desesperación de Gabriel fue tal, que olvidó por completo su estado. El ángel recitó un canto y Christine gritó para detenerlo, pero ya era tarde, las energías celestiales brotaron, el arma apreció y el resplandor deshizo el cuerpo de McKinley en una nube de sal, incapaz de resistir el poder de los cielos. La mujer tuvo que cubrir sus ojos, de no ser así, su destino habría sido el mismo.

Sintió que alguien la sujetó, luego una sacudida y, un segundo después, se hallaba fuera de peligro en los jardines del Seattle Center.

—No voltees —le advirtió Gabriel, ya que mostraba su verdadera identidad. Su voz se escuchaba triste, llena de culpabilidad por el crimen que había cometido.

—Lo mataste —dijo Christine, mirando la sombra que se proyectaba gracias al resplandor de su compañero.

—Lo lamento… Lamento lo que hice, Umbriel... No podía permitir que nada te pasara —se excusó con dolor.

Silencio.

—Umbriel…

Christine se negaba a hablar. El ángel, resplandeciente, bajó la mirada y volvió a los cielos, temeroso, pero decidido a enfrentar el castigo.

Las puertas del autobús la extrajeron de sus recuerdos. Despacio, subió a la unidad y enfiló directo a uno de los últimos asientos contra la ventana. El vehículo se puso en marcha y los ojos de Christine se enfocaron en el pasar de las casas y los árboles de aquel distrito. Su mente volvió al momento en que Rakso apareció entre las ruinas con Led sobre sus brazos, los paramédicos corriendo en su auxilio, Led en la ambulancia, Led inconsciente en la unidad de quemados del hospital… Por fortuna, las quemaduras no eran graves, y debido al colapso hospitalario, y a la intervención de los Landcastle, consiguieron el alta del joven.

Era increíble como las cosas podían desplomarse en tan sólo una semana. Había tantos secretos entre ella y Led, y podía sentir como estos la machacaban, a pesar de ello, seguía sin ser capaz de revelarle su legado familiar, ni siquiera se había atrevido a contarle sobre la desaparición de Vicky. El día anterior, Ignacio llamó a su residencia para informarle, Katherine la estaba pasando muy mal y no paraba de alegar que su hija no era humana. ¿Qué era lo que estaba pasando con el mundo?

Las palabras de Gabriel volvieron a su memoria, esta vez, las que pronunció durante la última irrupción en su hogar. Le había advertido que los príncipes infernales mantenían las mismas dudas que el cielo con respecto a la identidad de Led.

‹‹Led››, pensó.

Su hijo corría peligro, y el incendio de la noche anterior era la prueba definitiva. No le importaba quien fuera Led realmente, era su hijo y lo protegería a toda costa. Pero, para ello, necesitaba contarle la verdad. La pregunta era: ¿Estaría preparado?

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—Entonces… ¿Qué hacemos para rescatar a Axel? —preguntó Led. Junto a Olivia, miró al demonio, expectante.

Rakso suspiró.

—Mientras dormías, comprobé que Eccles selló todas las entradas al reino de las tinieblas —explicó, mirando la humeante taza de café—. Pero estoy seguro de que habrá dejado una abierta, ya sabes, para controlar nuestro avance y evitar los ataques sorpresas.

—¿Dónde queda esa entrada? —apremió Led.

—Lux nos explicó que existen muchas —terció Olivia, acercándose al mesón de granito que dormitaba en el centro de la cocina—. Hospitales, cementerios, casa encantadas… Los llaman ‹‹Las Sombras del Seol››

—Lux les enseñó bien —advirtió Rakso, sorbiendo el último trago de su café—. Eccles adora los cementerios. Sabe que estoy aquí, en Seattle, por lo tanto, es seguro que haya dispuesto de alguno … ¿Cuál es el más grande y el más cercano al Seattle Center?

—El Lake View, ¿no? —Led miró a su amiga para confirmar.

Olivia asintió, intentado no enfocarse en los vendajes de su amigo.

—Queda al este de aquí.

—Bien, lo mejor será ir en la noche —sentenció Rakso, depositando los puños sobre el tope de granito que revestía al mesón—. La unión entre el mundo natural y el mundo espiritual se hace más fuerte durante esas horas —Seguidamente, se volvió hacia Olivia—. Espero que no sea una molestia, pero requeriremos de tu ayuda.

—Supongo que necesitarán una coartada.

Rakso negó con la cabeza.

—Es más importante que eso. De ti dependerá que podamos atravesar las prisiones de la oscuridad, y, si las cosas llegan a salir mal, serás la única que podrá traer de regreso a Axel y a Led al mundo natural.