—Te huelo desde kilómetros de distancia —un comentario sarcástico resonó en los oídos de Kace, pero él solo sonrió mientras Serefina se hacía a un lado.
La bruja ni siquiera le ofreció una mano de ayuda cuando Kace tropezó al entrar en la casa con sus regalos.
—¿Dónde está? ¿Dónde está? —Kace casi saltó de excitación al escuchar un sonido de risitas que poco a poco se hacía más distinto.
Una vez dentro de la casa, el Licántropo dejó todo lo que llevaba y se apresuró a encontrar el origen de la felicidad que burbujeaba en su pecho solo con oír sus risitas.
Kace no necesitó buscar a su Esperanza por mucho tiempo, porque una chica, de unos doce años, había llevado a la pequeña risueña hacia él.
Había pasado un año desde la última vez que Kace la vio y ahora el cabello en su cabeza ya había crecido hermosamente.
Negro, tan oscuro como sus ojos, igual que la noche plácida. Luciendo tan serena, pero a la vez misteriosa y cautivadora.
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