6 4. Advertencia

—Diez años, Sarah... ¡diez años! —exclamó Sarabi, con una jarra de cerveza en su mano y un tenedor en la otra—. Se decía que habías muerto, hasta el viejo Sam lo creía... pero aquí estás, más viva que nunca —se detuvo un instante para apreciar sus marcadas ojeras y hombros caídos—. Más o menos.

Se habían secado las lágrimas, y antes de darse cuenta ya estaban sentadas frente a frente, con almuerzos servidos. El hecho de que la Madre de Demonios estuviera acompañada por alguien más que sus hijos llamaba mucho la atención. Incluso los camareros tuvieron conflictos para atenderla, ya que se decía que caería una maldición en quien le dirigiera la palabra. Por un voto de dignidad, ellos y los cocineros tuvieron que cumplir su trabajo. Aún con sus prejuicios, nunca conocieron a una mujer tan educada como lo era Sarah. Sarabi, por su parte, era todo lo contrario. Su postura para sentarse era un desastre, bebía su cerveza con sorbos largos y no tenía escrúpulos en alzar la voz cuando se emocionaba. Su tono era agresivo y audaz, y también algo arrogante.

Era una muchacha joven, de apenas dieciséis años. Cuando Sarah la conoció era apenas una niña, por eso estaba sorprendida (y emocionada) por lo mucho que la chica había crecido. Ya era toda una mujer. Su pelo era castaño oscuro y corto, y sus ojos dejaban relucir un tono como el de la miel fresca. Era una muchacha muy atractiva, con un rostro fino, decorado con largas pestañas y una sonrisa encantadora. Si no fuera por su actitud, sería bastante buscada por los hombres de su hogar.

Sarabi bebió un largo sorbo de su jarra, terminando el contenido, suspirando a gusto una vez acabado. Eso hizo recordar a Sarah cuando la chica detestaba el sabor de la cerveza.

—Así que... ¿estuviste buscándome todo este tiempo?

—Desde que te diste a la fuga. Deberías darme una recompensa por encontrarte, porque si tú no lo haces, los cazadores lo harán —Sarabi se rio de su propio comentario. Parecía que el alcohol estaba haciendo efecto—. Ahora en serio. La orden de arresto en tu nombre fue lanzada apenas te fuiste... tu abuelo tuvo que hacer acuerdos poco beneficiosos para la casa Stronbolt. Se perdieron muchos terrenos y bienes... ¿el estatus? A la basura. En estos diez años las cosas fueron realmente duras, pero estás libre de cargos, o mejor dicho, fuiste dada de muerta, y los cazadores no persiguen a los muertos.

—Mi abuelo hizo eso? —Sarah estaba conmocionada.

—Lo sé, lo sé —respondió Sarabi, mientras que jugueteaba con su jarro—. Ese viejo cascarrabias te detesta por todo lo que pasó, pero no lo suficiente como para dejar que te maten.

La casa Stronbolt era de las pocas que hasta la actualidad se entrenaba con espadas antiguas. En su tiempo fue una de las casas más poderosas entre los cazadores, y Sarah solo podía recordar grandes muros, pasillos deslumbrantes, jardines llenos de vida y salas de entrenamiento mejoradas día tras día. Con la falta de sus ya fallecidos padres, fue su abuelo Allant quien la crió, y quien seleccionó personalmente a sus tutores. Era un hombre distante y estricto, pero incluso en unos ojos fríos como los suyos había un brillo de afecto por su nieta. Su única heredera. Su única familia. Aquella que abandonó su casa y su apellido. Incluso él fue capaz de darlo todo por alguien que nunca le devolvería el favor.

No podía imaginarse la casa Stronbolt; la gran y majestuosa casa Stronbolt, rebajada a ser solo un edificio vacío y abandonado. «Oh, abuelo...» pensó Sarah, y de pronto la cerveza ya no tenía buen sabor.

—Espero que sepas que aún así no puedes volver —continuó Sarabi—. Los muertos no vuelven a casa.

—Lo sé...

—Así que dime, ¿como están los niños? ¿Los has alimentado bien?

El simple recuerdo de sus hijos hizo que el humor de Sarah mejorara, aunque fuera un poco. Confiaba en Sarabi, y ella era una de las únicas personas que sabían de la existencia de Allen y Seth. Cuando se detuvo a pensarlo, su hijo mayor era tan solo tres años menor que Sarabi, y a diferencia de ella él había vivido tranquilo y en paz. Por un lado sintió una enorme satisfacción por su hijo, pero por otro temió que algún día crecería y ya no sería un niño.

Allen también crecería, algún día ambos serían adultos y formarían sus propias familias. Eso la llevo a pensar si es que podrían hacerlo, dada su herencia. Ninguno de los dos sabía de dónde venían, ni lo especiales que eran. Habían vivido como chicos relativamente normales hasta entonces, pero si su verdadera naturaleza salía a la luz ellos jamás volverían a estar en paz.

Sarabi entendió su preocupación con solo verla, y en silencio escuchó todo lo que Sarah había pasado en esos diez años. No lo sabía, pero necesitaba desahogarse con alguien más. Sin darse cuenta comenzó a llorar, y Sarabi le ofreció su hombro.

Habló desde su llegada, mencionando los rumores de los aldeanos, los problemas sociales de sus hijos, y también a los chicos que había adoptado el mes pasado. Hasta entonces Sarah no se había dado cuenta de lo sola que estaba en realidad.

—Sarabi... ¿por qué viniste hasta aquí? —preguntó luego de un largo silencio—. No iba a volver de todas formas. No tenías porqué avisarme.

—¿Acaso necesito una razón para querer verte? —Sarabi le abrazó el cuello con un brazo, y con la otra mano le acarició la cabeza—. Si quieres una razón, es que te echaba de menos... aunque... sí que necesitaba verte cuanto antes.

Su tono cambió de golpe. Dejó de sonreír y soltó a Sarah, dando a entender que tenía algo realmente importante que decir. Ella sabía que Sarabi era de naturaleza alegre, y que si estaba así de seria era porque había un verdadero problema.

—Has estado aquí mucho tiempo, desde que el menor nació, ¿no es así? Ya es momento de que comiences a moverte. Este lugar ya no es seguro para ti, y mucho menos para tus hijos.

—¿Por qué lo dices?

—Tú ya lo sabes —respondió—. Te están buscando, Sarah... no, no te buscan a ti, están tras tus hijos, y sabes que no me refiero a los cazadores. Los han buscado desde que nacieron, y sabes bien que es cuestión de tiempo para que los encuentren. ¿Que pasará entonces?

—Soy consciente de eso, Sarabi —replicó Sarah—. No pienso dejar que unos demonios se les acerquen.

Sarabi suspiró agotada. Se preguntó si así de difícil era lidiar con ella cuando era más joven.

—Tengo fe en que uno o dos no son un peligro. Tres tampoco... ¿pero qué harás cuando vengan decenas? Olvídalo, ¡centenas de ellos! Todos clamando por la sangre de tus hijos. ¿Te crees capaz de evitar que los devoren?

—Cuida lo que dices, niña...

—¡No, Sarah! —esta vez, Sarabi alzó su voz sin contenerse—. Piénsalo detenidamente... te lo ruego.

Quiso contestar, pero Sarah no encontró las palabras adecuadas. Lo sabía, lo supo desde que Allen llegó al mundo y estuvo en sus brazos por primera vez. Pero no quería aceptarlo, no desde que halló una forma de vivir en paz. No desde que sus hijos finalmente tenían amigos. «No te persiguen a ti, sino a ellos», repetía constantemente una voz en su cabeza. Mentiría si dijera que nunca pensó en abandonarlos para salvarse ella... pero jamás sería capaz de tal atrocidad. Prefería huir juntos y protegerlos, antes que dejarlos solo... pero si lo hacían...

¿Adónde irían? ¿Podrían viajar sin problemas? ¿Cómo se los explicaría? ¿Podrían llevarse a Evan y a Saya? ¿Qué pensarían ellos?

Sarah se cubrió la cara con sus manos. Nadie le dijo que la maternidad sería tan difícil, y nadie le advirtió que la suya fuera especialmente difícil. Siempre creyó que sabía sus opciones, pero esta vez no tenía idea de qué hacer.

Tras verla en ese estado, Sarabi supo que Sarah no tenía una respuesta clara.

—Hay una opción, y tal vez no estes de acuerdo, pero así todos estarán a salvo —comenzó a decir la chica. Parecía que le costaba hablar—. Los cazadores creen que, al igual que tú, los chicos están muertos. Además nadie conoce sus nombres o sus rostros. Si tienen cuidado y tomamos ciertas medidas, podrían pasar desapercibidos entre los cazadores.

—¿A dónde quieres llegar?

Sarabi tomó aire y sujetó con cuidado las manos de Sarah, preocupada.

—Ya casi tienen edad suficiente para que les dejen presentar las pruebas. Permite que comiencen a entrenar ahora que aún son jóvenes... que hagan el examen y que se conviertan en Cazadores.

Sarah se soltó con brusquedad y se puso de pie, casi derribando los vasos y platos de la mesa. Sarabi no recordaba haberla visto nunca así de enojada.

—¿Es que has perdido la cabeza? ¡Son solo niños que no conocen la guerra! ¡¿Y quieres que se adentren en ese terreno de pruebas?! ¡Tú sabes como son los exámenes! ¡Solo aprueba el que sobrevive!

—Les tienes poca confianza, ¿eh?

—¡Deja de bromear, niña! —sus mejillas estaban rojas de rabia. El simple hecho de imaginar a sus niños con armas en sus manos la ponía histérica—. Son mis hijos de los que estás hablando.

—Y es porque son tus hijos que estoy diciéndolo. Quieras o no, tú no estarás siempre para cuidarlos, y ellos nunca dejarán de correr peligro. ¿Quién los ayudará entonces? ¿Los cielos benditos? —Sarabi se puso de pie y agarró a Sarah de los hombros, viéndola a los ojos—. Deben aprender a defenderse por su cuenta. Créeme, si hubiera otra manera ya la habría pensado... y dudo que tú puedas.

—Si es así, pueden aprender de nosotras —replicó—. ¿Por qué deberían tomar el examen?

—Los demonios son violentos, pero no tontos. No se acercan descuidadamente a las grandes ciudades porque saben que los cazadores más poderosos las habitan. Estoy segura de que no se arriesgarán a entrar aunque tus hijos estén ahí. Sin mencionar las defensas y precauciones... ellos estarán a salvo allí... pero...

—...Yo no —terminó Sarah.

Sus opciones eran dos: o se quedaba con sus hijos y se dedicaban a huir. Arriesgarse a instruirlos a medida que eran perseguidos por hordas interminables de demonios; o se separaba de ellos y los enviaba junto a Sarabi, donde estarían protegidos y serían entrenados por maestros reales.

Los exámenes eran peligrosos, pero tenían la opción de rendirse y salvar sus vidas para intentarlo en otra ocasión. Más peligroso sería viajar sin destino determinado, donde la opción de rendirse no existía.

Bajó la mirada en silencio, dejándose caer otra vez en su silla.

—¿Qué haría Emma en mi lugar? —suspiró.

—Seguramente lo mejor para los chicos —respondió Sarabi, sonriendo para intentar calmarla—. Sin importar lo difícil que fuera.

Sarah levantó la mirada, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Cuando vio la expresión que tenía, Sarabi supo que ya había tomado una decisión.

—Dentro de un mes, el barco de un conocido zarpará, y como siempre hará una parada cerca del puerto Real... es lo más cercano que un navío estará de los bosques de pruebas. Será más seguro que viajen en mar que en tierra... —sollozó Sarah, limpiando sus lágrimas—. ¿Estarán bien?

Sarabi acercó sus manos a las mejillas de Sarah y la ayudó a limpiar sus lágrimas, ofreciéndole además una sonrisa.

—Lo juro en el nombre de mi maestro, que no dejaré que nada le pase a tus hijos. No hasta que esté segura que estarán a salvo... y cuando ese día llegue, ustedes estarán juntos otra vez. Lo prometo.

Entonces no aguantó más. Llorando como una niña desamparada, Sarah se lanzó a sus brazos, y la apretó con fuerza. Sarabi la consoló ante las extrañadas miradas de los demás en el restaurante. Le pareció curioso ser ella quien actuara como la adulta ahí.

—...Tengo un favor que pedirte —dijo de pronto Sarah, cuando se calmó. Se conocían por tan solo un mes, pero no podía dejar que fueran separados de esa forma—. Evan y Saya... esos chicos... ¿podrían ir contigo también?

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