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cap 27

La noche anterior había sido un torbellino de emociones. Mientras las sombras se alargaban por las calles de la ciudad, el eco de las risas y los gritos de los ciudadanos se desvanecía, ahogado por el temor que comenzaba a apoderarse del lugar. Regulus había tenido una de esas conversaciones que, por extraño que pareciera, lo habían dejado inquieto. En un rincón del refugio, con la luz tenue iluminando su rostro, había hablado con Naegi sobre Emilia. La conexión que ambos compartían era palpable, y aunque Regulus intentaba ocultar sus sentimientos, Naegi podía ver a través de su fachada. Era un tipo de conexión que solo podía ser descrita como pura, pura hasta el punto de la desesperación. La maldición de Regulus era que su amor por Emilia lo hacía vulnerable, y eso era algo que Sirius no iba a dejar pasar.

Mientras Regulus se perdía en sus pensamientos, la figura de Sirius apareció como un tormento en la distancia. Con su mirada penetrante y su presencia amenazante, ella se acercó, decidida a hacer lo que mejor sabía: desestabilizarlo. "Siempre te has dejado llevar por tus emociones, Regulus", dijo con una sonrisa torcida, "y eso te costará caro". Naegi, que había estado observando la interacción, sintió que su corazón se hundía. ¿Qué podía hacer para ayudar a su amigo sin poner en riesgo a Emilia?

En un intento desesperado por cambiar el rumbo de los eventos, Naegi decidió actuar. Con la mente rápida, envió a Lusbel en busca de ayuda. Era su única esperanza en medio del caos, pero el tiempo no estaba de su lado. Mientras tanto, la tensión en el ambiente creció, y Sirius, en su afán por desmantelar la conexión entre Regulus y Emilia, lanzó un ataque que parecía imparable.

De repente, la situación se tornó caótica. Naegi, con su mala suerte habitual, no estaba en el lugar correcto en el momento correcto. Atrapado entre los escombros de lo que alguna vez había sido una hermosa plaza, observó impotente cómo los poderes de Sirius se desataban sobre Regulus. Cada intento de Naegi por intervenir resultaba en más infortunios: una piedra que caía justo en frente de él, un grupo de civiles que se interponía en su camino. La maldición de su existencia parecía seguirlo, como una sombra eterna.

En ese momento de desesperación, Regulus, viendo que la situación se tornaba crítica, decidió actuar. Con un movimiento rápido y lleno de determinación, utilizó su autoridad para incapacitar a Naegi. Sin embargo, su acción tuvo consecuencias inesperadas. La pierna de Naegi fue herida, y en un cruel giro del destino, todos los afectados por la autoridad de Sirius sintieron el mismo dolor que él. Era como si la maldición de la ira de Sirius se hubiera multiplicado, haciéndolos sufrir a todos por igual.

A medida que la oscuridad se cernía sobre la ciudad, la noche anterior en casa de Reala aún resonaba en la mente de Garfiel. Recordaba cómo había llegado allí, cómo sus ojos se habían encontrado con los de ella, y cómo, en un momento de revelación dolorosa, había comprendido que ella era su madre. La avalancha, el caos, la pérdida de memoria; todo había sido una tormenta en su vida. Garfiel había tomado la decisión de escapar, de dejar atrás ese dolor. Y aunque Mimi había intentado consolarlo, la verdad lo seguía atormentando.

En el presente, Garfiel y Mimi corrían por las calles en ruinas, el sonido de sus pasos resonando en la noche. La ciudad estaba bajo el control del Culto de la Bruja, y esa era una verdad que nadie podía ignorar. Mientras corrían, la voz de Capella Emerada Lugunica resonaba en el aire, burlándose de los ciudadanos, una cacofonía que solo incrementaba el sentido de desesperanza.

Al llegar a un refugio temporal, Naegi despertó abruptamente. La luz era tenue, y su cuerpo dolía como si hubiera sido golpeado por una ola de desesperación. Al se había esforzado al máximo para llevarlo allí, y al mirar a su alrededor, vio que Beatrice y Ferris habían estado trabajando. Sin embargo, la visión de Beatrice inconsciente lo llenó de pánico. Había gastado su mana en él, sacrificando su propia energía para salvarlo. El peso de la culpa se apoderó de Naegi mientras consideraba lo que había hecho.

Junto a él, Crusch y Anastasia discutían la situación actual. La llegada de los tres arzobispos era un signo de que las cosas estaban tomando un giro oscuro. "Han tomado las cuatro torres que controlan el flujo de agua", dijo Anastasia, su voz tensa. "Su objetivo es claro: desmantelar esta ciudad que fue construida para atrapar a la Bruja de la Envidia".

Mientras tanto, Garfiel y Mimi se reagruparon con determinación. La mención de los hijos de Reala que no habían regresado pesaba sobre sus corazones. Garfiel, decidido a traerlos de vuelta, miró a Mimi con una mezcla de determinación y pesar. "No dejaré que se pierdan", prometió.

La oscuridad de la noche se intensificaba, pero en medio de todo el caos, una chispa de esperanza brillaba tenuemente. Aunque el camino por delante estaba lleno de peligros y la sombra del Culto de la Bruja se cernía sobre ellos, había una fuerza que no podían ignorar: la voluntad de luchar por aquellos que amaban. Y así, mientras las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia, cada uno de ellos se preparaba para enfrentar un destino que parecía inminente, pero que aún guardaba la posibilidad de redención.

La luz del día se desvanecía lentamente sobre Priestella, pero la atmósfera en el ayuntamiento era cualquier cosa menos tranquila. Después de la intensa confrontación con el Culto de la Bruja, la tensión se podía cortar con un cuchillo. Garfiel, con su mirada feroz y protectora, sostenía a Mimi, que yacía herida en sus brazos. La pequeña herida de ella, resultado de un ataque implacable, parecía brillar con un halo oscuro, un recordatorio inquietante de la protección divina que le impedía recibir cualquier tratamiento.

—¡No puedes dejarla así! —exclamó Garfiel, sus ojos ardiendo de ira y desesperación. La impotencia lo consumía. Era como si la mala suerte que siempre había acompañado a Naegi se hubiera desatado sobre él en ese momento, y el destino le hubiera jugado una broma cruel. Mimi, a pesar de su estado, sonrió débilmente, tratando de tranquilizar a su amigo.

En la sala de reuniones del ayuntamiento, la situación era igualmente tensa. Heinkel, con una mirada calculadora, había tomado a Felt como rehén. Reinhard, siempre tan honorable, se encontraba en una posición comprometida. La conversación giraba en torno a la verdadera naturaleza de los restos de la bruja y su conexión con el Culto. Naegi, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, se esforzaba por mantener la calma mientras escuchaba los rumores sobre Emerada Lugunica y el origen de Capella.

—No son los restos de la Envidia —dijo uno de los miembros de la reunión, rompiendo el silencio. Su voz resonó en la sala, llenando a todos con una sensación de inquietud. Naegi sintió como si la mala suerte lo siguiera, acechando en cada rincón de la conversación.

Un grito desgarrador resonó en el aire, seguido del eco de una risa siniestra. Capella, usando el metia del ayuntamiento, había comenzado a amenazar con la vida de los rehenes, exigiendo los restos de la bruja. Era como si el destino se estuviera burlando de ellos, lanzando a sus amigos y aliados a un abismo de desesperación.

—No debemos ceder —dijo Crusch, con determinación en su voz. Naegi asintió, sintiendo que la esperanza era un hilo delgado que se estiraba peligrosamente. Pero, ¿cómo podrían enfrentarse a un enemigo tan formidable?

Kiritaka irrumpió en la sala, su rostro pálido. Las palabras que pronunció fueron como un balde de agua fría sobre el grupo.

—Es imposible mover los restos de la bruja. Si lo intentamos, Priestella será destruida.

La desesperación se extendió como un manto entre ellos. Naegi sintió que el peso de la situación se hacía casi insoportable. Aun así, la determinación de sus compañeros lo llenó de valor. Juntos, tendrían que luchar. Juntos, podrían encontrar una salida.

La estrategia se definió rápidamente. Naegi, junto con las facciones de Anastasia y Crusch, acordaron formar un grupo fuerte para recuperar el ayuntamiento. Sin embargo, en medio de los preparativos, Al se retiró, decidido a buscar a Priscilla, pero no sin advertirle sobre la posible aparición de todos los arzobispos del pecado.

—No le digan su nombre al de la gula —le aconsejó, y Naegi sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La mala suerte parecía manifestarse en cada rincón, y él se preguntaba si podrían sortear todos esos peligros.

Al llegar al ayuntamiento, el grupo se encontró cara a cara con los dos individuos del Culto y con Capella, que se movía con una agilidad sobrenatural. La tensión se intensificó, y cuando Capella anunció su intención de hacer daño a los rehenes, el grupo se vio obligado a dividirse. Naegi, Crusch y Julius se dirigieron hacia el tejado, decididos a confrontar a la amenaza.

El viento soplaba con fuerza cuando finalmente llegaron al tejado. Allí, se encontraron con un niño que, a pesar de su juventud, irradiaba un aura de malicia. Se presentó como Roy Alphard, Arzobispo de la Gula del Culto de la Bruja.

—¿Qué es esto? —murmuró Naegi, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. La mala suerte parecía seguirlo incluso en este lugar aterrador.

—No te preocupes, Naegi —dijo Julius, a su lado—. No dejaremos que este niño te afecte.

Pero era demasiado tarde. La presencia de Roy era opresiva, y Naegi sintió que una sombra se cernía sobre él. La desesperación se apoderó de su corazón, mientras imágenes de sus amigos en peligro atravesaban su mente.

Al mismo tiempo, en un lugar distante, Emilia despertó desnuda en una habitación desconocida. Regulus, con una sonrisa burlona, se acerca a ella, preguntando sin ninguna piedad si era una doncella. La crudeza de la situación la golpeó, y aunque la confusión la invadía, su determinación no flaqueó.

—No importará lo que planees —respondió Emilia, su voz firme—. No permitiré que te salgas con la tuya.

Mientras tanto, la batalla por Priestella se intensificaba. La mala suerte de Naegi parecía estar entrelazada con el destino de todos, y mientras los hilos del destino se tejían de maneras inesperadas, solo quedaba una pregunta en sus corazones: ¿podrían reunirse, superar la adversidad y salir triunfantes de la oscuridad que se cernía sobre ellos?

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