Link y los sabios caminaban en silencio por la llanura, sus pasos firmes y decididos a pesar de que sus rostros revelaban la tensión del momento. A lo lejos, una inmensa horda de monstruos se extendía como un mar oscuro, amenazante y feroz. El sonido de espadas, cimitarras, tridentes, mandobles y arcos desenvainándose era lo único que rompía el vasto silencio que precedía a la batalla.
Mientras avanzaban, la mente incansable de Link se movía a un ritmo vertiginoso, evaluando posibilidades y trazando estrategias. La idea de evitar el enfrentamiento directo, de conservar fuerzas para la batalla definitiva, era su objetivo principal. Cada paso que daban se sentía como un latido de la tierra, un preludio a lo que estaba por venir.
Pensó en materializar algún vehículo volador "Es posible que un aeroplano nos sirviera, pero..." pensó pero la solución no le daba confianza "No, no es posible. Somos demasiados y el abismo está aun muy lejos. Además cuando comenzáramos el descenso al abismo los centaleones nos van a empezar a disparar. Y el Griok... ese es el peor de todos, con la altura que alcanza, nos puede hacer un ataque directo... tengo que pensar otra cosa"
Justo cuando su mente parecía estar atrapada en un callejón sin salida, un rugido resonó en el cielo obligándolos a mirar hacia arriba. Un destello de luz cegadora atravesó las nubes, y entre ellas apareció una silueta imponente: el dragón blanco, su crin dorada brillando con fuerza celestial. Link se quedó congelado por un momento, como si el tiempo se hubiera detenido. Una sensación cálida, casi indescriptible, invadió su pecho. No era solo asombro, sino algo más, algo que sentía en lo más profundo de su ser.
Vieron con asombro como el dragón blanco surcaba las nubes con una velocidad imparable. Sus ojos esmeralda, profundos y antiguos, observaban a los héroes con una sabiduría que solo los milenios pueden otorgar. Su crin dorada danzaba en el viento como una llamarada de sol atrapada en el abismo del cielo. El aire a su paso se partía, y con cada segundo que avanzaba, la esperanza cobraba fuerza.
"Es ella..." susurró Link, su voz, apenas un suspiro, pero lleno de una convicción que caló hasta los huesos. En ese momento, un plan comenzó a formarse rápidamente.
Alzó la mano y, con un destello, el generador de esquemas se activó ante él, materializando un aeroplano ante ellos en segundos, listo para despegar. Una vez materializado, sacó varios cohetes de las cápsulas Zonnan, ajustándolos con precisión, asegurándose de que el impulso fuera suficiente.
—¡Subid, rápido! —les gritó a sus amigos, la adrenalina burbujeando en sus venas como una corriente eléctrica, mientras sus amigos se apresuraban a abordar.
En cuanto estuvieron a bordo, Link activó los cohetes, y el aeroplano se elevó con un estruendo que partió el aire. Ascendían cada vez más alto, sorteando las turbulencias mientras los cohetes iban desapareciendo a medida que se consumían. En el momento que se consumió el último cohete, Link se puso al timón encendiendo el motor del aeroplano para impulsarlo hacia adelante. Con las manos firmes, Link dirigió el aeroplano hacia el dragón que se alejaba de ellos rápidamente. El viento aullaba en sus oídos y el peligro del abismo les rozaba la piel aunque ya no parecía tan aterrador, como si el miedo desapareciera cada vez que veía aquella figura tan majestuosa, tan... cercana.
Echó un último vistazo hacia Fuerte Vigía viendo en la distancia que Prunia y Pay los observaban desde el telescopio, con los ojos muy abiertos, tan llenos de asombro como de miedo. Alzó una mano en un gesto de despedida, sabiendo que era posible que podrían ser las últimas palabras que les dirigiera.
—¡Nos dirigimos al abismo! ¡Cuidaros mucho amigas! ¡No dejéis que la oscuridad os consuma! —gritó con fuerza, su voz cargada de una mezcla de emoción y melancolía. Aunque sabía que era poco probable que le escucharan, sus palabras flotaron en el aire como una promesa.
Sin detenerse, devolvió su mirada al frente, dirigiendo el aeroplano a toda velocidad y con precisión en dirección al dragón blanco.
De repente, un grupo de aerocudas emergió del horizonte, sus siluetas siniestras recortándose contra el cielo. Sus chillidos sibilantes resonaron como una advertencia.
Los cinco sabios se miraron rápidamente, sus rostros reflejando una mezcla de angustia y tensión. El rugido del viento y el sonido de las alas de las criaturas llenaban sus oídos, exigiendo acción inmediata. Link, con el corazón acelerado, giró la cabeza hacia sus compañeros, su voz tronando como un relámpago en medio de la tormenta:
—¡Sabios, preparaos!—gritó, alzando su voz sobre el viento que les azotaba mientras pilotaba el vehículo.La formación de aerocudas se acercaba desde todas direcciones, sus chillidos perforando el aire—. ¡Escuchad! Riju, Yunobo, Tureli, Sidon, ¡preparaos para el combate! Yo me encargaré de dirigir el vehículo hacia el dragón. ¡No permitáis que nos derriben antes de llegar!
Riju desenfundó sus cimitarras gerudo y activó su poder del rayo con una rapidez fulminante, sus ojos fijos en los aerocudas que se acercaban a toda velocidad. Sidon se colocó al frente del grupo, su tridente zora ceremonial brillando mientras activaba la energía del agua. Yunobo cerró los puños, transformándose en una bola de fuego rodante, mientras Tureli tensaba su arco, y se preparó para activar en cualquier momento sus corrientes de viento. Mirando con fuerza a Link, los sabios asintieron a la vez con un gesto decidido levantando sus armas a la vez en gesto de amenaza.
—¡Entendido, Link! —gritó Riju, sus ojos fijos en el enjambre de aerocudas que se aproximaba. El poder del rayo, envolvía sus cimitarras en destellos eléctricos mientras se preparaba para el combate. Se volvió hacia Sidon, que permanecía firme a su lado, y le gritó por encima del estruendo:
—¡Sidon, lanza tu agua primero! ¡Los empaparás y mi rayo los fulminará!
El zora asintió, con una sonrisa mientras su tridente brillaba con energía. —¡Entendido, Riju! ¡Vamos a mostrárselo!
Su tridente ceremonial brillaba con un resplandor acuoso, reflejando su innata elegancia. A pesar de la tensión del momento, su sonrisa no desapareció. Años atrás, habría dudado de su capacidad para liderar en circunstancias tan críticas, pero junto a Link, había aprendido que el liderazgo no siempre significaba tener todas las respuestas, sino saber confiar en los demás y actuar con confianza. Recordó algo que su padre, el Rey Dorephan, le había dicho una vez: "Un rey no puede proteger a su pueblo solo con su fuerza; su confianza y amor hacia ellos son su mayor escudo".
—¡Entendido, Riju! —gritó mientras invocaba una poderosa ola de agua que empapó al enjambre de aerocudas, ralentizándolas y dejándolas vulnerables.
Riju alzó su voz, un grito que resonó como un trueno en el aire:
—¡Por las Gerudo y el rayo que nos guía!
Un destello de pura energía surgió de sus manos, un rayo fulminante que se conectó con el agua de Sidon. El impacto desató un espectáculo deslumbrante de luz y chispas, iluminando el cielo y electrocutando a las criaturas en un instante.
Tureli, incapaz de contenerse, soltó un grito de admiración:
—¡Eso sí es trabajo en equipo!
De repente, Yunobo, alerta a cada movimiento del enemigo, gritó: —¡Cuidado con el flanco izquierdo! — Lanzándose en un giro veloz hacia el borde del vehículo, se convirtió en una bola de fuego que atravesó un grupo de aerocudas, dispersándolas como si fueran cenizas. El humo morado que dejaban atrás se disolvió rápidamente mientras Yunobo se preparaba para el siguiente ataque.
Mientras los ecos de la batalla resonaban a su alrededor, el recuerdo de la conversación tenida con Link esa misma tarde asaltó su mente. Recordaba con vergüenza cómo había sido manipulado por la marioneta del Rey Demonio, sintiéndose un peón en un juego mucho más grande que él.
Link, con esa calma inquebrantable que tanto admiraba, le había respondido sin dudar:
—No es debilidad aceptar que nos equivocamos, Yunobo. La verdadera fuerza está en levantarse después de caer. Y tú lo hiciste. A veces, esa es la mayor grandeza que alguien puede mostrar.
En ese momento, las palabras de Link fueron un bálsamo para su alma. Pero ahora, en medio de la batalla, comprendió con claridad la profundidad de su mensaje. La fuerza no radicaba en evitar los fracasos, sino en cómo uno se enfrentaba a ellos, en cómo se seguía luchando, no solo por uno mismo, sino por todos los que dependían de él. Las cicatrices de su pasado ya no eran una carga, sino un recordatorio de lo lejos que había llegado.
El rugido de otro aerocuda lo sacó de sus pensamientos. El ataque enemigo no cesaba, y la batalla continuaba sin piedad. Tenía que seguir luchando, no solo por él, sino por sus amigos.
—¡No dejaré que paséis! —exclamó Yunobo, golpeando el suelo con un estruendo antes de lanzarse de nuevo contra el enemigo.
Un nuevo grupo de aerocudas surgió desde abajo, ascendiendo rápidamente hacia el vehículo. Tureli disparó una ráfaga de flechas que silbaron en el aire acercándose al enemigo con una precisión mortal.
Mientras sus flechas surcaban el aire, Tureli recordó las historias de sus ancestros. Si sobrevivía, su hazaña quedaría grabada en el viento de Hebra como un canto eterno. Las flechas, lanzadas con precisión y maestría, atravesaron el aire con un silbido agudo y certero, impactando en sus objetivos antes de que se acercaran demasiado. Un grito de júbilo brotó del joven Orni, visceral y lleno de orgullo:
—¡Por Hebra y por todos los que nos precedieron! ¡El cielo es nuestro!
El aire se saturó con un estruendo ensordecedor, una caótica sinfonía de gritos desgarradores, relámpagos que desgajaban el cielo y embestidas brutales, envolviendo el entorno en un torbellino de caos y desesperación.
—¡Gran trabajo, equipo! —gritó Link, su voz atravesando el ominoso ruido de la batalla, cargada de orgullo por la valentía de sus amigos. — ¡Preparaos, estamos a punto de alcanzar al dragón!
Mientras el vehículo se aproximaba al majestuoso dragón, los sabios se movían como una unidad sincronizada. Sidon y Riju unieron sus fuerzas con precisión devastadora, mientras Yunobo cargaba con la fuerza de un alud, abriendo el camino a golpes. Cada uno de sus ataques resonaba como un desafío a las tinieblas.
De repente, un rugido retumbó desde la distancia. Desde el horizonte emergió una criatura más grande: un aerocuda acorazado, su cuerpo protegido por una gruesa armadura natural que reflejaba los ataques más débiles. Liderando el enjambre, dirigió a sus aliados hacia el vehículo con una ferocidad renovada.
—¡Ese debe ser el líder! —gritó Sidon, preparándose para atacar.
—¡Dejadme abrir camino! —exclamó Yunobo, lanzándose hacia adelante en su forma de embestida. Impactó contra el aerocuda acorazado con una fuerza devastadora, haciéndolo retroceder y desestabilizando a los más pequeños que lo rodeaban.
Riju aprovechó el momento para canalizar otro rayo, que impactó directamente en el líder, debilitando su coraza.
—¡Acabad con él! —ordenó Link.
Tureli disparó una flecha precisa hacia el punto debilitado, y Sidon lanzó una poderosa ráfaga de agua que lo golpeó con fuerza, finalmente derribándolo. Los aerocudas restantes, desorganizados tras la caída de su líder, fueron eliminados por los sabios.
El vehículo avanzó a toda velocidad, dejando atrás el enjambre disperso. El dragón se alzaba más cerca que nunca, mientras el equipo se preparaba para el próximo desafío.
Link, mirando a sus amigos, su voz cortando el rugido del viento:
—¡Rápido! ¡Subiros al lomo del dragón!
Sin dudarlo, los sabios, salvo Tureli, quien extendió sus alas para planear, desplegaron sus paravelas en perfecta sincronía. Juntos se lanzaron hacia el dragón, desafiando el vértigo y el temor que el vacío bajo sus pies les provocaba. Descendieron con precisión, hasta caer en el lomo de la criatura ancestral. Al tocar la crin dorada, un destello de magia recorrió a cada uno, envolviéndolos en una sensación de seguridad.
Mientras Link esperaba a que los sabios llegaran al dragón, un último aerocuda descendió en picado hacia la horda más cercana, sus garras extendidas con precisión mortal. En un movimiento brutal, atrapó a un bokoblin, cuyo alarido desgarrador se mezcló con el sonido del viento, amplificando el caos. Cuando pasó cerca del vehículo lanzó el bokoblin. Link, sorprendido, apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de recibir un golpe directo con el garrote del bokoblin. El impacto lo lanzó de bruces contra el suelo del aeroplano, soltando el timón. Sin control, el motor del vehículo se detuvo, y comenzó a perder altura peligrosamente.
Los sabios, que ya se encontraban en el lomo del dragón, gritaron a la vez:
—¡¡¡Nooo, LINK!!!
Aturdido por el golpe, Link se levantó tambaleándose, buscando la Espada Maestra en su espalda. Mientras lo hacía, Tureli, desde su posición encima del dragón disparó una flecha certera. El proyectil alcanzó al bokoblin de lleno, haciéndolo tambalear y finalmente caer del aeroplano lanzando un ominoso chillido de auxilio mientras se desvanecía en el vacío. Al estrellarse contra el suelo, se deshizo en una nube de humo morada.
Riju, aprovechando el momento, activó su poder del trueno. Concentrando toda su energía, lanzó un rayo fulminante hacia el aerocuda, acertando con precisión devastadora. La criatura emitió un grito agónico antes de desplomarse en picado, desvaneciéndose en una voluta de humo oscuro al tocar el suelo.
Con los enemigos abatidos, Link tomó nuevamente el control del timón, sus ojos clavados en el horizonte. Pero una chispa de alarma cruzó su rostro al ver el brillo que recorría el planeador: el vehículo estaba al borde de desmaterializarse. El tiempo se agotaba, y la presión se sentía como un peso tangible sobre sus hombros. Con un giro decidido, inclinó el aeroplano en un ascenso vertiginoso, esquivando con precisión mortal a las últimas aerocudas que intentaban interceptarlo. Cada maniobra era un desafío al caos, cada segundo un recordatorio de lo que estaba en juego.
Frente a él, el dragón blanco surgió como una visión majestuosa, su cuerpo serpentino iluminado con un fulgor ancestral, deslizándose con la elegancia de un río celestial. Su presencia imponía una mezcla de calma y respeto, pero también urgencia. Sin dudar, Link llevó el planeador al límite, ajustando su trayectoria en un último esfuerzo desesperado.
El momento llegó. Con una resolución férrea, se impulsó desde el aeroplano justo cuando este se desvaneció en un destello fugaz, su existencia consumida por la magia. Link se lanzó al vacío, y la paravela se desplegó con un chasquido que resonó como un grito de desafío al abismo descendiendo hacia el dragón. A pesar de que el vértigo le apretaba el pecho, su mirada permanecía fija, su objetivo claro.
Aterrizó con firmeza sobre la crin dorada, el rugido del dragón resonando como un eco que atravesaba su alma. Se giró hacia los sabios, que ya se aferraban con fuerza, sus rostros tensos pero firmes y enfocados en su misión.
—¡Agarraos lo más fuerte que podáis a su crin! —gritó Link, su voz cortando el rugido del viento una vez que se acomodó encima del lomo del dragón—. ¡ En cuanto alcance el pozo que se dirige al subsuelo, se lanzará en picado!
Con un rugido ensordecedor que resonó hasta en los rincones más oscuros de Hyrule, el dragón blanco empezó a descender a toda prisa y se lanzó en dirección al abismo posicionándose para descender mediante movimientos circulares, llevando a Link y a los cinco sabios aferrados a su lomo como si fueran parte de su propio ser. La oscuridad del abismo se abría ante ellos, saturada de una densa horda de enemigos que aguardaban en su entrada como sombras vivientes.
Pero una vez más las hordas se interpusieron en sus planes. Según se acercaban al agujero que los conduciría al abismo, los centaleones que allí se encontraban apostados, empezaron a dispararles flechas elementales. Flechas de fuego y trueno silbaron cerca del grupo que iba sobre el dragón.
—¡Cuidado! —advirtió Riju, invocando un rayo que desvió varias flechas a punto de impactar. Sidon respondió lanzando una cascada de agua desde su tridente, apagando las flechas incendiarias y golpeando a los centaleones con fuerza.
Pero antes de que pudieran celebrar, un rugido más profundo y resonante eclipsó todos los demás sonidos. Desde la negrura emergió el Griok Real, un coloso alado con tres cabezas que escupían fuego, hielo y rayos al unísono. Sus ataques se cruzaron en un vórtice de destrucción que rozó al dragón.
—¡Esto es imposible! —jadeó Yunobo, apretando los puños, mientras miraba a Link.
—¡Nada es imposible! —gritó Link. Con un movimiento ágil, sacó una cápsula Zonnan y desplegó un resorte. Al mismo tiempo, tomó su arco triple de centaleón plateado y combinó tres flechas con hojas ancestrales. Subió al resorte mientras tensaba la cuerda con las flechas apuntando a las cabezas del Griok. Su mirada era firme, calculadora—. ¡Cubridme, necesito espacio para disparar!
Sidon, pesar del caos, se permitió una sonrisa de gratitud: si había alguien capaz de enfrentar este desafío, era Link. Sin dudar, lanzó una ola de agua desde su tridente, golpeando las alas del Griok y obligándolo a ajustar su vuelo. Riju aprovechó el momento para golpear una de las cabezas con un rayo que lo cegó momentáneamente, mientras Tureli disparaba flechas para desviar los ataques del Griok.
—¡Ahora, Link! —gritó Tureli desde el aire, bloqueando otra ráfaga de flechas elementales con una maniobra acrobática.
Link propinó una patada al resorte, impulsándose a toda velocidad hacia el cielo. En pleno vuelo tensó el arco con una precisión casi ceremonial. En ese instante, el tiempo pareció ralentizarse, como si el flujo del mismo obedeciera a su voluntad. Con una destreza letal, disparó las tres flechas combinadas con hojas ancestrales, cada una dejando un rastro de luz espectral mientras surcaban el aire, implacables en su camino hacia el objetivo. Cada una impactó de lleno en una de las cabezas del Griok. El monstruo rugió de dolor, tambaleándose en pleno vuelo antes de caer hacia el vacío. Su descenso fue caótico, golpeando las paredes del abismo con fuerza, hasta que, con un último alarido desgarrador, se desintegró en una nube de humo oscuro, absorbido por las sombras.
—¡Esto aún no ha terminado! —gritó Link, aterrizando de nuevo en el lomo del dragón mientras señalaba al grupo de centaleones que se apostaban junto a la entrada del abismo—. ¡Tenemos que acabar con esos centaleones o no nos dejarán pasar!
Los cinco héroes se pusieron en guardia, los sabios activando su poder mientras Link volvía a sacar su arco triple. No iban a rendirse ahora.
Pero en ese preciso momento, el dragón comenzó a brillar con fuerza. Una explosión de luz pura emergió de sus escamas, transformándolo en un astro incandescente que desafió la misma esencia del abismo.
Un haz de luz se extendió desde el dragón y atravesó la negrura, golpeando a los monstruos en su camino y haciéndolos desaparecer en volutas de humo púrpura. Uno a uno, los sirvientes del Rey Demonio se desvanecían como si nunca hubieran existido, barridos por la Luz que se abría paso a través de las tinieblas. La Luz del dragón no solo brillaba: arrasaba, deshaciendo la Oscuridad con la que el Rey Demonio había sembrado la entrada del abismo.
El viento aullaba alrededor de ellos, generando un vórtice que hacía retroceder a los pocos enemigos que aún osaban resistir. Las fuerzas de la Oscuridad se tambalearon y se quebraron ante la Luz cegadora del dragón, abriendo un pasaje hacia el corazón del abismo. Pero Link sabía que aún no había vencido. Esto era solo el principio.
Los latidos de los sabios y de Link resonaban al unísono con el rugido del dragón, componiendo una sinfonía de valor en medio del caos. Al llegar al borde del pozo que conducía al subsuelo, la criatura realizó un giro repentino, inclinándose en un descenso vertical. Su cuerpo serpenteaba con una agilidad imposible, y el aire alrededor se llenó de un estruendo desgarrador mientras rompía el viento.
En ese momento el vértigo les golpeó como una ola implacable. Link y los sabios se aferraron desesperadamente a la crin del dragón, sus dedos crispados sobre el resplandor dorado que parecía querer escurrirse entre sus manos. El viento los azotaba con fuerza, una ráfaga violenta que les arrancaba el aliento y hacía vibrar sus cuerpos como si fueran hojas al borde de un vendaval. La presión del descenso tiraba de ellos hacia el abismo, amenazando con separarlos de la criatura que los llevaba.
Y entonces, sin poder contenerlo, los gritos brotaron. Gritos primarios, instintivos, que se mezclaron con el rugido del viento y del dragón. Era el miedo hecho sonido, un reflejo del abismo que se abría ante ellos, infinito y hambriento.
La oscuridad del pozo se extendía como una boca que los devoraba, pero el dragón no se detenía. En ese descenso frenético y aterrador, no les quedó más opción que confiar ciegamente en la criatura que los guiaba, mientras el mundo desaparecía en un torbellino de sombras y vértigo.