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Ella soltó un leve suspiro y sacó un pañuelo limpio de su seno, pasándoselo al niño.
Una sutil fragancia emanaba del pañuelo hasta la punta de su nariz, llevando la dulzura única de una niña, refrescando su corazón y bazo.
El niño miró el pañuelo limpio, dudando por un momento como si temiera ensuciarlo y no se atreviera a cogerlo.
—Hermanito, no llores, sécate las lágrimas con el pañuelo y le pediré a mi papá que te lleve a casa —dijo Su Qingluo con un tono suave y tierno como si consolara a un niño.
—Ya no tengo un hogar.
La palabra 'hogar' hizo que el niño llorara como una inundación, mientras tomaba el pañuelo y se cubría la cara, sollozando de dolor.
—¡Ay!
Con un suspiro como de un pequeño adulto, Su Qingluo apoyó su mejilla en su mano y esperó en silencio. Ella dejó que él liberara su dolor interior en un arrebato.
—Ooh ooh.
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