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El Regreso al Reino Vacío

Tras semanas de travesía, el Explorum Nova Tevra finalmente se acercaba a las costas de Oftalmolecusamp. Alaric, de pie en la proa del barco, sintió una mezcla de alivio y emoción. El viento agitaba sus cabellos mientras las altas torres del reino comenzaban a hacerse visibles en el horizonte. Sin embargo, algo estaba mal.

El puerto, que solía ser un hervidero de actividad, estaba completamente vacío. No había barcos mercantes ni pescadores trabajando. No se veían personas caminando por las calles cercanas al muelle. Era como si el tiempo se hubiese detenido, como si el reino se hubiera apagado en su ausencia.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Marius, uno de los compañeros más leales de Alaric, mientras miraba con preocupación desde la cubierta.

—No lo sé… —respondió Alaric, con el ceño fruncido—. Esto no es normal. Algo ha ocurrido.

El Explorum Nova Tevra atracó en el muelle en un inquietante silencio. La tripulación, al igual que los embajadores dominitianos y tihuanenses, miraba a su alrededor, esperando ver algún movimiento, alguna señal de vida.

De repente, un pequeño niño apareció corriendo por el puerto. Al ver el barco, se detuvo en seco, con los ojos bien abiertos, y luego, sin decir una palabra, giró sobre sus talones y corrió de vuelta hacia el interior del reino.

—¡Capitán, lo ha visto! —exclamó uno de los marineros.

—Entonces no estamos tan solos como parece —dijo Alaric con una sonrisa.

Momentos después, las puertas de las murallas de la ciudad se abrieron de par en par, y una oleada de personas comenzó a salir apresuradamente. Al principio, eran unos pocos, pero pronto, una multitud se agolpaba en las calles y en el puerto. Se oían gritos y risas de alivio. La gente se empujaba para ver de cerca al barco que regresaba. El murmullo de asombro y alegría crecía a medida que reconocían a Alaric y su tripulación.

Entre la multitud, el rey Kyllia I apareció corriendo, con la capa ondeando tras de sí. Alaric descendió del barco, y antes de que pudiera decir una palabra, Kyllia lo abrazó fuertemente, casi sin contener las lágrimas.

—¡Alaric! —dijo Kyllia, con la voz quebrada—. ¡Por Tohólotec, creí que estabas muerto! ¿Por qué demoraste tanto? Pensamos que jamás regresarías…

Alaric, conmovido, devolvió el abrazo con fuerza.

—Hubo dificultades, mi rey. Huracanes, tormentas, naufragios… Pero lo logramos, aunque tomara más tiempo del esperado.

Kyllia se apartó un poco, aún con los ojos brillantes de lágrimas.

—Pensamos que los mares te habían arrebatado. La nación estaba de luto por ti, Alaric. Pero… ¡mira! —dijo, extendiendo los brazos hacia el pueblo—. ¡Tu regreso nos ha devuelto la esperanza!

La gente vitoreaba, aplaudiendo y gritando el nombre de Alaric y su tripulación. Sin embargo, en medio de la celebración, hubo un momento de sorpresa cuando los embajadores dominitianos y tihuanenses descendieron del Explorum Nova Tevra.

Sus vestimentas, adornadas con oro, plumas exóticas y símbolos desconocidos, captaron la atención de todos. La multitud se quedó en silencio por un instante, maravillada por la aparición de estos enigmáticos visitantes. Un susurro recorrió las filas de ciudadanos, y los murmullos de asombro y curiosidad llenaron el aire.

Kyllia observó a los embajadores, sorprendido y algo cauteloso.

—¿Quiénes son ellos, Alaric? —preguntó el rey, recuperando su compostura.

Alaric sonrió, sabiendo que esto marcaría el comienzo de una nueva era para Oftalmolecusamp.

—Estos, mi rey, son embajadores del Imperio Dominitiano y del Imperio Tihuahán. Han venido a conocernos, a forjar alianzas y a compartir su sabiduría. Nos traen oro, conocimientos y la posibilidad de un futuro más grande para nuestras tierras.

Los embajadores hicieron una reverencia respetuosa ante Kyllia I, presentando cofres llenos de oro, joyas y pergaminos con conocimientos ancestrales.

La multitud, que al principio estaba en silencio, empezó a vitorear nuevamente, asombrada por la riqueza y el esplendor de las culturas extranjeras. Los niños miraban boquiabiertos las vestimentas exóticas de los embajadores, mientras los ancianos murmuraban sobre el comienzo de una nueva era.

—No puedo creer lo que veo —susurró Kyllia, impresionado—. Oro, joyas, sabiduría… Esto es más de lo que jamás pudimos soñar.

—Y es solo el principio, mi rey —dijo Alaric con una sonrisa—. Estos hombres vienen en paz, y juntos podemos forjar un futuro brillante para nuestros reinos.

La celebración se extendió hasta bien entrada la noche. Alaric, sus hombres, y los embajadores fueron recibidos en el palacio, donde continuaron las conversaciones sobre alianzas y exploraciones futuras. La ciudad, antes sumida en tristeza y silencio, ahora resplandecía con la luz de las antorchas y el sonido de la música y la risa.

Alaric, mirando a su alrededor, supo que su misión había sido un éxito más allá de lo que jamás imaginó.

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