—Este día finalmente ha llegado... —murmuró Elena para sí misma cuando la puerta de su celda se abrió.
Era finalmente el día del juicio.
—¿Cómo salgo de esto? —pensó Elena, con las lágrimas picando en las esquinas de sus ojos. El sonido que salía de su boca era amortiguado; ya no tenía fuerzas para llorar.
—He estado llorando sin parar, suplicándote, diosa de la luna, por tu intervención divina. ¿Me has abandonado? —murmuró ella.
—¡Levántate! —gruñó Beta Asher. Elena intentó levantarse, pero sus piernas temblaron y cayó de nuevo al suelo.
—Oh, veo que necesitas ayuda —dijo el hombre, sonriendo con suficiencia antes de empezar a arrastrar a Elena fuera de la celda.
—¡Maldición! —Elena apretó los dientes mientras un dolor recorría todo su cuerpo.
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Horas más tarde, Elena se encontraba en la manada de la que había escapado, para enfrentarse al consejo. Estaba encadenada; sus manos y pies, que estaban atados, sangraban.
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