—¡Mamá, por favor, no te mueras! ¡Por favor no me dejes solo! —gritó Elías. Luego se despertó de su sueño habitual, sudando copiosamente.
—Lo siento mucho por no haber logrado protegerte, mamá. ¡Tanto papá como yo te hemos fallado, y a mi hermana que aún no ha nacido! —lloraba amargamente.
—Definitivamente te sientes agraviada, lo sé... Tanto tú como mi hermana no nacida se sienten agraviadas por morir tan prematuramente. Por eso me atormenta este sueño al menos tres veces por semana, desde aquella fatídica noche, ¿verdad? Te sientes agraviada de que tuvieras que morir por la posición de tu esposo... Y ahora, ¡yo estoy ocupando esa posición, Mamá! —se lamentó.
—Lo siento, Mamá. Siempre lo lamentaré, que tuvieras que morir esa noche. Lamento que tuvieras que morir porque estabas protegiendo al futuro Alfa que es tu hijo, ya que tu esposo, el Alfa presente, no pudo protegerte porque estaba ocupado con su pesada responsabilidad de Alfa —dijo.
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