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Capítulo 16: El cantante

Miranda

 

 

 

 

Una semana después, tal como acordamos, Emiliano y yo nos encontramos en el Complejo Hospitalario de Nueva París.

Al pobre se le notaba nervioso y pálido. Así que me tomé el atrevimiento de contarle una anécdota que compartí con Axel. Emiliano ni siquiera me miró cuando le comenté que era un tema con cierta gracia, apenas esbozó una sonrisa titubeante.

—Axel y yo habíamos acordado asistir al nuestro primer festival de rock, pero nuestras clases eran muy importantes y no podíamos descuidarlas, pues corríamos el riesgo de perder las becas si reprobábamos dos veces—relaté.

—¿Axel? —preguntó.

—Luego te hablo de él, es mi mejor amigo —respondí—. La cuestión es que ese día queríamos asistir a ese festival porque tocaba una banda que nos encantaba…

—¿Y cómo hicieron? —preguntó al interrumpirme.

—Paciencia, Emiliano, paciencia —dije con voz socarrona—. En ese entonces, yo era líder de un gremio estudiantil llamado Bohemios por la libertad, y sé que no estuvo bien, pero esa mañana convoqué una huelga por los precios de los aranceles.

—¿Y entonces? —inquirió interesado.

—La situación se salió de control y hubo un paro estudiantil… Ese problema no sabemos cómo terminó. Axel y yo aprovechamos el despelote para fugarnos al festival, donde la pasamos de maravillas.

—Se nota que eras problemática —comentó al verme de soslayo.

—Un poco, sí… Lo gracioso de ese día ocurrió en el festival. Donde Axel fue rodeado por un grupo de chicas ebrias que lo dejaron en ropa interior al ritmo de un rock pesado que nos tenía a todos brincando y disfrutando. Terminó casi desnudo y, de camino a su departamento, le tuve que prestar una falda que llevaba de repuesto.

—La pasaron muy bien, por lo que me cuentas —dijo. Su voz sonaba más animada.

—Sí, todavía me causa gracia… Imagínate salir de un festival con un hombre sin camisa, con falda y unas Vans rojas.

Emiliano estaba recuperando el tono natural de su piel tras finalizar el relato de la anécdota, pero volvió a palidecer cuando un enfermero lo llamó. Caminó más lento de lo normal conforme se dirigía al consultorio, de donde salió al cabo de veinte minutos.

—Todo estará bien, ya lo verás… Seguro que esa pobre chica se contagió después —dije para animarlo.

—Espero que así sea, porque no me siento capaz de afrontar la idea de haber contraído esa enfermedad —musitó temeroso.

—Tranquilo, han pasado meses desde ese encuentro y no te has sentido mal, ¿o sí? —inquirí.

—No, he estado perfectamente, pero es mejor estar seguros —respondió. Su duda lo agobiaba.

Lo bueno fue que, al cabo de diez días, Emiliano me envió un WhatsApp, y me dijo que le habían enviado los resultados vía mail. Se le escuchaba muy emocionado. Eso me hizo saber que estaba fuera de todo peligro.

Incluso me invitó a celebrar esa noche con él, pero ya me había comprometido con mamá y mi tía Alma para ir al cine y ver el estreno de Spotlight, una película que se centraba en la forma en que se llevó a cabo una investigación contra la iglesia católica y cuyo resultado fue una revelación que conmocionó al mundo entero.

De igual manera, el que estuviese presente durante su incertidumbre, hizo que Emiliano me considerase una amiga de confianza, así como yo lo consideraba un buen amigo. De hecho, empezamos a salir seguido desde entonces, por lo que tuvimos la oportunidad de conocernos mejor.

Emiliano era un muchacho apuesto y simpático, además de amable y atento. Me gustaba la manera en que me escuchaba cuando le hablaba de mi pasado y mi relación fallida con Axel.

Él, en cambio, se centró en lo poco que se parecía a su familia, pues su padre era un estricto señor que ejercía como abogado. Su madre era la dueña de la heladería en que nos conocimos y Jimena era cantante de reggaetón.

Nuestra primera cita fue sencilla, pero en ella acordamos vernos con frecuencia para que me enseñase los lugares que no conocía de la ciudad. Emiliano me enseñó sitios preciosos de Nueva París, como parques de los que no tenía idea de su existencia, y un acuario en el que tenían un enorme tiburón blanco que me aterró más de lo que me sorprendió.

Nunca imaginé que, con el paso del tiempo, iríamos sintiendo una mutua atracción que intentamos persuadir hasta donde nuestros orgullos permitieron. Esto lo digo porque jamás pensé que me llegaría a gustar otro hombre.

Para mí, Axel era insuperable hasta que conocí a Emiliano, pues así como Axel me complementaba, Emiliano también lo hacía con su apoyo a mi arte, algo que le fascinó descubrir de mí.

Emiliano era aficionado del arte moderno, sobre todo de Jackson Pollock, a lo cual me vi obligada a decirle que este no era más que un suertudo sin técnica que un coleccionista hizo famoso.

No le sentó bien que discrepásemos al respecto, pues afirmó que Pollock era un gran artista.

A pesar de nuestra discrepancia, Emiliano fue quien me impulsó a retomar mi pasión por el arte. Tanto así que incluso se ofreció a posar para mí; su belleza era digna de ser inmortalizada a través de la pintura.

Admito que me costó no sucumbir ante su encanto masculino. Su porte era imponente y atlético, como si su cuerpo fuese esculpido por los mismísimos dioses griegos. Desde mi punto de vista artístico, fue un placer tener la oportunidad de capturar su belleza. Emiliano era de esos hombres a los que se le pudo considerar perfecto físicamente.

Tenía el cabello negro y ondulado. Una mirada tierna que por instantes se volvía penetrante, a un punto en que se te hacía imposible persuadir sus bellos ojos marrones. Su radiante sonrisa era lo que más me encantaba de él, aunque para mis obras, le pedí que se mostrase erguido y serio. 

Su cuerpo, el cual pude admirar, ya que posó para mí en ropa interior, era esbelto y tonificado, con fornidos pectorales, impresionante abdomen de lavadero, brazos musculosos, sexis piernas ejercitadas y un bello trasero que me provocaba morder.

Tuve fantasías conforme hacía el boceto para mi escultura.

Ahí me di cuenta de que, más allá de la atracción, emergía inesperadamente el deseo sexual.

Que un hombre como él existiese, me hacía cuestionar casi a diario la inexistencia de la perfección, pues su belleza física la complementaba con una bonita personalidad y un talento increíble.

Emiliano era un cantante con un rango vocal parecido al de Kurt Cobain, pero más armonioso y controlado.

Por mucho, Emiliano superaba en atractivo a Axel, y conforme mejor lo conocía, más afortunada me sentía de contar con su amistad. Tal vez por eso me di la libertad de dejar pasar lo que tuviese que pasar, aun con el recuerdo de mi exnovio proyectándose constantemente en mis pensamientos.

♦♦♦

—Entonces, ¿es por eso que tienes problemas para conseguir empleo? —preguntó Emiliano al saber de mi falso antecedente penal.

Había pasado un buen tiempo y nuestra confianza creció a tal punto que nos hicimos confidentes. Cuando le conté esa parte de la historia de mi vida, se mostró un poco frustrado. 

—Sí, ha sido el único problema que me ha costado resolver —respondí.

—Te comprendo, Francisco Mendoza sigue siendo influyente en el país, y a pesar de estar en el extranjero, el gobierno no deja de protegerlo —comentó.

—¿Sabes de Mendoza? —pregunté.

—Pues sí, su caso fue todo un escándalo en el país, pero el gobierno insiste en protegerlo… Es por eso que la oposición está haciendo una campaña agresiva; si no, créeme que nos sumiríamos más en la corrupción.

Era cierto, en el país se vivía una temporada electoral muy agresiva en la que ambos bandos estaban atacándose con todo en las campañas electorales.

El gobierno no quería abandonar el poder y todos sus beneficios, mientras que la oposición, a la cual yo apoyaba, instaba a los ciudadanos a abrir los ojos ante la cantidad de actos corruptos que había promovido el presidente y sus lacayos.

—Pero dime algo, Miranda, ¿qué fue lo que pasó entre ese niño y tú? —preguntó respecto al «pequeño mocoso».

—Pues, lo castigué por tener un comportamiento de mierda. Era uno de esos niños mimados que piensan que pueden hacer lo que les venga en gana, ¿sabes? —repliqué.

Emiliano se ruborizó y dejó escapar una risita nerviosa.

—Yo de niño era así —reveló, a la vez que sonreía avergonzado.

—Menos mal que ya eres un hombre… No tolero a los niños malcriados —dije conteniendo mi rabia.

—No seas tan severa, a lo mejor debiste tener un poco de paciencia.

—No lo creo —musité tras un suspiro—, más paciencia que la que tuve no se podía tener, había que enseñarle a respetar y punto… Ya después, lo que hizo fue manipular a sus padres.

—Y te jodieron la vida.

—Casi me la jodieron, pero aquí estoy, luchando por salir victoriosa en esta pequeña lucha.

—Eres una mujer admirable.

Yo le dediqué una sonrisa y asentí a modo de agradecimiento, de verdad que más afortunada no podía sentirme estando a su lado.

Emiliano era otro que creía en mi inocencia.

Al final, optamos por dar un paseo que terminó en mi casa. Dudamos al momento de despedirnos, ya que por poco nos dimos un beso que los dos estuvimos esperando, pero que ninguno se atrevió a dar.

Al día siguiente, por la mañana, me levanté triste y sin ganas de trabajar.

Era el cumpleaños número treinta de Axel y no estaba a su lado para celebrarlo con él. Hacía mucho que no lloraba de la forma en que lo hice, y cuando mamá me escuchó sollozar en el baño, entró de inmediato y me miró a los ojos.

—Ana, cariño, ¿qué sucede? —preguntó preocupada.

—Extraño a Axel, mamá, lo extraño mucho —respondí en medio de sollozos.

—Cariño… ¿Por qué justo ahora? —preguntó con voz comprensiva, a la vez que se acercaba para abrazarme.

—Hoy es su cumpleaños, y los días como hoy solía preparar sus platillos favoritos y salíamos a pasear por Ciudad Esperanza… ¿Quién le preparará su tortilla de huevos rellena con jamón? ¿Quién le preparará su pasta carbonara? ¿Quién le preparará su torta tres leches? ¡Nadie lo hará, mamá! Porque está solo.

—¿Cómo sabes que está solo? Ni siquiera has hablado con él.

—Lo intuyo… Axel es muy tímido y reservado.

—Aun así, ¿de verdad crees que esté solo? Alguien tuvo que haber conocido en todo este tiempo.

—Eso me hace sentir peor, yo solo quiero que sea mío.

—¡Ay, por Dios, Ana Miranda! Deja de comportarte como una tonta… Alístate para irnos al trabajo.

El regaño de mamá me hizo sentar cabeza por unos instantes, por lo menos el tiempo suficiente para alistarme e ir a trabajar, donde pasé gran parte del día distraída con la afluencia de clientes.

El negocio de la tía Alma estaba creciendo e incluso tenía pensado abrir otra sucursal.

Al final de nuestra jornada laboral, mi tía Alma nos invitó a cenar en un restaurante español para celebrar el crecimiento de su negocio.

Me tentó la idea de acompañarlas, pero con el emergente recuerdo de Axel, les dije que pasaría tiempo con Emiliano, lo cual era mentira, pues solo quería irme a casa y acostarme a dormir.

Al llegar a casa, fui directo a la cocina para encender una estufa y poner a calentar agua.

Me convenía preparar un té de manzanilla, pues quería conciliar rápido el sueño. Así que al terminar de tomar el té, me duché durante varios minutos mientras pensaba en Axel.

Después de secarme, me puse un cómodo pijama y me acosté.

Di vueltas en la cama, debatiéndome entre engañar a mi cerebro para dormir y hacerle una llamada telefónica a Axel.

Lo segundo fue más sencillo de hacer. Así que, aprovechando mi soledad, lo busqué en mi lista de contactos y lo llamé.

—¡Miranda! —exclamó Axel al contestar.

—Feliz cumpleaños —musité conteniendo las ganas de llorar.

—¡Muchísimas gracias! Pero, ¿estás bien? Te escucho un poco triste... Por cierto, perdóname por olvidar tu cumpleaños pasado —sus palabras sonaron sinceras.

—Tranquilo, solo estoy un poco agotada, ¿cómo la pasaste hoy? —pregunté en mi intento de mantener la conversación.

—Bueno, no me puedo quejar, me regalaron un rol de canela —respondió—, pero mi mejor regalo ha sido tu llamada, así que gracias.

—Me alegra que consideres mi llamada un regalo… Y bueno, es temprano todavía, ¿piensas ir a celebrar?

Ya mi voz empezaba a sonar inquisidora.

—No, para nada… Estoy acostado con ganas de que ya sea mañana —reveló. Sentí un alivio ante ello.

—Axel —hice una pausa—, ¿todavía me amas?

No sé cómo surgió esa pregunta, pero la hice de forma repentina y sin temor.

Él no respondió al instante, pensó muy bien lo que iba a responder.

—La pregunta ofende, Miranda —respondió—, por supuesto que te sigo amando.

—¿Entonces, por qué no hemos vuelto a estar juntos?

Fue una pregunta violenta.

—Porque no se nos ha dado la oportunidad —hizo una pausa para suspirar—. Hemos tenido y seguimos teniendo problemas desde nuestra separación. No es fácil… ¿Crees que no quiero tenerte a mi lado? ¿Crees que no ansío tocarte, besarte y hacerte el amor? Comprendo que me hayas hecho la pregunta, pero la balanza no está a nuestro favor, al menos no todavía.

—Duele que tengas razón —musité.

—Te propongo algo… ¿Qué te parece si te acompaño en tu cumpleaños? Falta poco más de un mes, puedo ir a Puerto Cristal unos días y pasarla contigo, si gustas.

Así de rápido, como me alegré al escuchar su propuesta al principio, también me entristecí cuando mencionó Puerto Cristal. Incluso mantuve silencio durante unos segundos.

—¿Sigues ahí? —preguntó.

—Sí…, sí…, sigo aquí —respondí nerviosa—. Axel, lamento no habértelo dicho antes, pero ya no vivo en Puerto Cristal. Hace seis meses que me mudé con mamá a Nueva París.

—¡Nueva París! —exclamó—. ¡Carajo! Eso es al otro lado del país.

—Sí, lo sé —musité.

—Bueno, he ahí otro obstáculo que nos impide retomar la relación… Es frustrante —dijo decepcionado.

—Lo siento —repliqué avergonzada.

—Tranquila… Supongo que fue por buscar una mejor vida… —se interrumpió a sí mismo, como si tuviese un nudo en la garganta—. Bueno, ya me voy a dormir, aprecio que me hayas llamado, ha sido una grata sorpresa… Por otra parte, procuraré llamarte seguido. He fallado al perder contacto contigo… Buenas noches, Miranda, no olvides que te amo.

—Yo también te amo… Buenas noches.

Al final, la llamada no me hizo sentir mejor, pero al menos me sacó de la tristeza, y aunque no pude conciliar el sueño al instante, me conformé con saber que Axel me seguía amando a pesar de todo.

Próximo capítulo