—¿Ya llegamos?
—Sí. Ya estamos casi afuera.
Mientras me estiraba llegamos a la entrada.
—Padre no entres, solo sigue.
—¿Qué cosa? —preguntó nuestro padre ante la extraña petición de mi hermano.
Absalon lo dijo con demasiada seriedad para ser una broma.
—Solo hazme caso —dijo con mayor seriedad para apuntar la entrada—. Miren.
Nuestros cuerpos se tensaron y pasaron a estar alerta. La voz de Absalon se volvió preocupante. Al pasar por el frente del portón me di cuenta a lo que se refería Absalon. La cadena del portón estaba destruida, mientras una parte colgaba, la otra estaba tirada en el piso. Cuando veníamos, teníamos que llamar al abuelo por el timbre, era la única entrada y salida, por lo que siempre teníamos que esperar a que llegara con la llave, fue forzada. Normalmente esta se encontraba cerrada con una cadena rodeando justo donde se separan las rejas. No solo eso, la manilla de la puerta que se encontraba al lado del portón de rejas, estaba golpeada y abierta.
—¡Mierda se metieron a robar!
—Amor, tus padres.
Las palabras de mi madre hicieron que el auto se detuviera en seco. El latigazo se vio opacado. Nuestras mentes pensaban lo peor, nadie se atrevió a decir una palabra. Mi padre con rapidez se sacó el cinturón. Lo entiendo, ya que tuve el mismo impulso. En estos momentos hay que mantenerse frío, sin embargo, cuando se trataba de la familia es complejo hacerlo.
—Pásame el rifle, ustedes quédense en la camioneta —dijo antes de salir.
En el menor tiempo posible me bajé. Saqué uno de los bolsos que traía, de ahí saqué el rifle de caza que usábamos para cazar conejos en la quebrada que se encontraba a unos minutos.
Me dispuse a recargarlo; tenía siete disparos de pequeños postones.
—Cariño, llama a los policías que viven cerca —pidió mi padre.
—Eso hago, pero no responden.
—¡Llámalos de nuevo!
—¡Lo sé! No es necesario que me lo digas.
El ambiente estaba tenso. No podían razonar con tranquilidad y el corazón que cada vez bombeaba con mayor fuerza, no ayudaba.
—Iré contigo —le mencioné a mi padre.
Él estaba en desacuerdo hasta que me vio acomodar una navaja táctica en el cinturón y recordó de que trataba mi trabajo.
—Está bien, vamos —afirmó mi entrada con la cabeza-. Quédense en el auto, seguramente no es nada así que estaremos aquí de inmediato —terminó por hacer que se encerraran dentro.
—El oficial dijo que estaría acá en unos cinco minutos.
Seguro se demorarán, debe ser un tiempo aproximado y son los que más cerca se encuentran.
Cuando pasamos la reja vimos una camioneta doble cabina negra con los vidrios polarizados, nunca antes la habíamos visto. La probabilidad de que siguieran dentro aumentó abrumadoramente, mi padre también se percató de esto. Corrimos agachados y nos dirigimos al garaje. Este se encontraba a la izquierda de los estacionamientos, en la entrada. Seguía con los vehículos intactos, sin saber porque, ese hecho generó que me mi calma se desestabilizara.
Seguimos por el pasillo que dejaba una pared de arbustos podados y la pared trasera de la cochera para terminar cruzando el pequeño segmento que faltaba para llegar al ventanal de la habitación principal. Al llegar vimos que la ventana estaba destrozada. Asomé la vista. Al quedarme pasmado, mi padre se sorprendió, entonces me jaló hacia atrás para ver el mismo lo que sucedía. Sentía que él no estaba pensando lo mismo que yo, ya que me miró con una cara extraña.
—La ventana está rota, pero todo está demasiado ordenado —dije asegurándome de susurrarlo.
Mi padre entró en juicio.
—Todavía están dentro —me afirmó.
—Eso parece. Te lo diré sin rodeos, si te encuentras a alguien que no sea el abuelo o la abuela dispárale. No importa lo que suceda después. Deben ser a lo más cinco, por el tamaño de la camioneta, así que si puedes encargarte de dos sería lo ideal, yo trataré con los restantes.
—¿Y si están todos juntos? ¿O si tienen armas?
—Tranquilo yo rodearé la casa por detrás, así será efectivo y no habrá tiempo para que piensen. Lo de las armas… —mencioné sabiendo que incluso en los altos cargos de la PDI era complejo conseguir un arma luego de que su movilización fuera ilegalizada en su totalidad—. Seguramente tendrán cuchillas, es imposible que tengan armas de fuego.
—Entendido, vamos entonces.
—Avanza hasta la puerta y cuenta veinte segundos para que, al llegar al otro lado, podamos movernos al mismo tiempo.
Asintió con la cabeza y salí lo más rápido posible por uno de los laterales de la casa. Tratando de no hacer ningún ruido descuidado que nos delate, crucé las esquina y seguí avanzando por la porción extensa. Esta solo agrandaba mi inseguridad al no tener nada con que cubrirme en caso de que me encuentren. Según mi cuenta llevaba diez segundos apenas, mi vista apuntaba a la esquina que tenía como destino.
¡Bang!
Escuché un disparo.
El ensordecedor ruido me sacó de foco.
—Espera… Eso fue un disparo.
No estoy seguro de si lo dije en voz alta o en mis pensamientos, pero esas palabras resonaron en mi cabeza. Para cuando vi hacia adelante ya me encontraba corriendo sin tener ninguna precaución. No estaba seguro de que pensar sobre el disparo, solo pedía que fuera mi padre el que les disparó. Sin embargo, si fuera así, el ruido no hubiera sido tan ensordecedor.
¡Mierda! ¡¡Mierda!! ¡¡¡Mierda!!! Me tengo que dar prisa. Por fin llegué a la esquina. Vi a través del ventanal para ver si aparecía alguien. Pasado el comedor, tres tipos me daban la espalda. Un frio recorrió mis articulaciones. Mientras entraba por el ventanal abierto, supe que miraban algo en la habitación en la que mi padre debía hacer guardia. Concentrado en mis pensamientos, al avanzar para ir a detenerlos, pisé un líquido que me hizo deslizar. Antes de lograr resbalar, me sujeté de la esquina de la pared de la cocina. Observe a la ligera lo que discurría bajo mis pies, era sangre. La sangre no es excesiva, pero es suficiente para que alguien se desangrara. No podía creer lo que estaba viendo. El desagrado me hizo perder el sentido de donde estaba. A pesar de que siempre veía sangre, sabía que esa era la peor señal que podía recibir, ya que era probable que significara muerte.
Muerte.
Es la palabra a la que más temo. Avancé inconsciente para encontrarme con lo que generaba mis mayores miedos. Era mi abuela, sentada en el suelo y mi abuelo, tirado en el suelo, observando los mubles al contrario de donde los veía. Ambos llenos de ese tinte rojo tan desagradable. Los seguí observando para asegurarme de lo que estaba presenciando.
Ya no eran personas.
Solo quedaban los cuerpos vacíos sin ninguna señal de vida. Me acostumbré a ese tipo de escenas, el tener un cuerpo muerto en frente nunca me causo mucho. Pero, que fuera alguien que conocía, personas que me criaron junto a mis padres, que me enseñaron de todo. Desde andar en bici, hasta reparar un vehículo. Era la peor sensación que podía experimentar. Mi abuela me enseñó a cocinar, gracias a ella pude sobrevivir cuando vivía solo. Me enseñó de modales y…
La sangre que surgía de ellos me envolvía. Estaba en mis pies, en mis piernas, en mis manos, en mi cuello, en cada extremo de mi cuerpo. Lo único que lograba ver, era ese fluido grosella envolviéndome. Todo lo demás, permanecía desenfocado. Cerré los ojos para evitar la situación, el nudo en la garganta se agrandaba y la presión en el pecho no me dejaba respirar. Mis dientes se apretaban con fuerza, sentía dolor, hasta que abrí mis ojos y todo se fue. Sentí que me alejaba de mi cuerpo y como si lo viera desde otra perspectiva fuera de mi persona. Alcancé a reconocer como mi mano se envolvía en la navaja que traía y la apretaba con furia. Llenos de lágrimas, mis ojos se volvían borrosos y oscuros, mi vista apuntaba hacia los tres sujetos que todavía me daban la espalda. Mi cuerpo se movía solo, ya no tenía el control de él. A cada paso que me acercaba los sentimientos iban disminuyendo, por lo mismo continué, para dejar de percibir.
Entendí que mi brazo se envolvió por el cuello del sujeto que se encontraba cercano a mí, a la vez que alejado de los otros. En un súbito movimiento mi cuchilla se encontró con su piel y la desgarro en una línea que sentí satisfactoriamente larga. La sangre brotaba como una cascada en forma de arco por su cuello, la adrenalina y el odio me devoraban, ya no podía detenerme y tampoco quería. El último lamento del sujeto hizo que los otros se dieran la vuelta, me dio suficiente tiempo, ya que alcancé a enterrarle el arma en el estómago al segundo. Rápidamente la saqué y sin dar tiempo a nada, sin vacilar, se la clave en el cuello al otro, volví a retirarla y mientras escuchaba a lo lejos sus quejidos y exclamaciones, le volví a apuñalar el estómago al segundo, lo que precedí a volver a hacer, insertarlo una y otra vez con una fuerza que incluso yo desconocía.
¡Bang!
Un disparo, el mismo que oí antes, esta vez fue más fuerte y cerca. Me dejó un pitido molesto, que me hizo volver a mi cuerpo. La rabia se iba agrietando, pero la adrenalina y mis sentidos se volvieron extremos. Cuando entré en juicio reconocí otra molestia además del sonido, ambas me hicieron caer de rodillas. Apenas alcancé a poner mi mano en el piso, la otra se dirigió a mi estómago. Frente a mí, se hallaban unos zapatos negros. Fui alzando la mirada hasta encontrarme la boquilla de una pistola entre mis ojos.
—Hijo de puta —gruñó el arma.
La culata me golpeó cerca de la sien, el choqué fue duro, y me hizo bajar la cabeza, ahí me di cuenta de que el molesto ardor del estómago. Estaba sangrando, me dispararon, eso fue lo único que rescaté de mi estado.
El tipo que tenía enfrente me agarró del pelo y me deslizó hacia la habitación principal. El dolor se iba extenuando y el cansancio se iba propagando por todo mi cuerpo. Me empujó la cabeza contra el piso, me sentía débil. Algo captó mi limitada vista periférica. Giré la cabeza para verificar. Era mi padre, con un claro agujero en el centro de la frente. Me imaginé impotente, quería salir de mi pesado cuerpo y aplastarlo, golpearlo, asesinarlo, pero poco podía hacer. Quería poder tener la energía como para gritar o lamentarme, al menos enojarme. Entre mi cuerpo y mi cara que estaban inmóviles lo único que salió a flote fueron mis lagrima, el tipo volvió a golpearme contra el piso, esta vez vi el fluido rojo que estaba en el piso mezclándose con mis lágrimas. No me dejaba ver nada, mi atención se dirigió a los oídos cuando escuché un estruendo a lo lejos, un grito desgarrador lo acompañó de inmediato, no podía comprender bien así que no me esforcé en intentarlo. De la nada giré, una fuerza exterior me movió. El dolor punzante ya no pareciera que me afectara, había dos de ellos, como no podía confiar en mis ojos creí que era una ilusión.
—Solo mátalo, nos dijeron sin discriminar. Así que no nos pueden culpar.
Eso fue lo que alcancé a entender a penas, puede que algunas palabras no las dijeran, pero no me importaba, ya nada lo hacía.
Me sumergí en la profundidad de mi conciencia. Me imaginé en la cama de mi pieza abrigado por el frío que entraba. A mi lado ella, la extraño. Era mi amante y mi colega a la vez. ¿Qué pensará cuando se despierte y vea que le traigo el desayuno? Lo acompañaré con un beso de buenos días. Estaba recién amaneciendo cuando se lo traje. Me lo agradeció con su hermosa sonrisa, no quería más, estaba satisfecho con solo ver esos ojos especiales sonreír, esos labios expandiéndose por las comisuras me alegraba.
Le traje un vaso de agua, tal como me pidió. Sentí un calambre en el estómago y en el cuello, casi me caigo por esto. Vi al frente, estaba mi hermano, él me sujetó. Las lágrimas empezaron a salir solas, el vaso que se llenaba hasta rebalsarse de un líquido indescriptible, ya lo entendí, no me quedaba tiempo, lo dejé caer. No alcancé a oír el vidrio rompiéndose. Antes de llegar al suelo todo era gris a mi alrededor, un gris melancólico y agradable me envolvía. Advertí que mis manos no se veían. No, eran transparente, eran nada.