El viaje en coche hasta el restaurante fue silenciosamente ensordecedor. A través del espejo lateral, vio el coche de Sebastián siguiéndolos. Un mensaje de Kaden y el vehículo tomó la dirección opuesta. Ella lo observaba. Estudiándolo. Valorándolo.
Lina se dio cuenta de que él debía haber dejado su oficina en medio de su turno. Su corbata seguía impecable y en su sitio. Ni un cabello fuera de lugar. Sin embargo, intentó disparar a Atlántida. Bueno, no en el corazón, pero sí en las rodillas. Suficiente para hacerlo cojear para siempre.
A veces, Lina no sabía a quién había casado. No conocía hasta dónde llegaba su locura. De lo despiadado que podía ser. De repente recordó la voz fría del reportero de noticias. —Encontrado muerto en un callejón. Golpeado. Disparado al estilo de una ejecución.
—¿Qué te apetece comer? —El tono de Kaden era tan helado como la primera inmersión en agua.
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