—¿Y la opción de odiarte? —preguntó audazmente Adeline, como si su vida no estuviera en juego.
Adeline no entendía la causa de su obsesión. No era más que una princesa fugitiva cuyo nombre sería olvidado. Él era un Rey cuyo legado sería estudiado, cuyo nombre sería alabado, cuya vida sería envidiada.
¿Qué podía ofrecerle exactamente Adeline?
—Será mejor para tu interés que no lo hagas —dijo Elías.
Elías casi se ríe ante su intento de sonar determinada. Ahora mismo, tenía la confianza de un cervatillo.
Adeline estaba atrapada entre la espada y la pared. Sería mejor que sacara lo mejor de esta situación. No era como si él quisiera ser tan espeluznante. Era solo su naturaleza.
—¿Pero por qué? —murmuró Adeline—. No estoy tratando de compadecerme, pero no hay nada que pueda ofrecerte, Elías. Ya no estoy a cargo de Kastrem, ese derecho me fue robado hace una década.
—Puedes ofrecerme tu cuerpo.
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