—Oh, Stella, soy un hombre egoísta, y una vez que pruebo siempre quiero más —sus palabras avivaron una nube de duda que amenazaba con arruinar el momento. Pero su mano acudió al rescate, ahuyentando cualquier pensamiento invasor mientras se deslizaba sobre su cadera, avivando su necesidad una vez más.
—¿Estás segura de esto?
Se levantó la mano hasta sus hombros mientras respondía:
—Sí.
En cuanto las palabras salieron de su boca, él le cogió la cara y la atrajo hacia él, aplastando sus labios contra los de ella en una danza feroz que intensificaba el calor que habían encendido.
Su respiración era entrecortada, llena de impaciencia, mientras una mano seguía acunando su cara y la otra descendía impaciente, explorando los relieves y curvas de su cuerpo. Su respiración se agitaba en cortos jadeos que intensificaban su necesidad, haciendo que su polla latiera impacientemente.
—Dios, eres tan embriagadora —susurró contra sus labios.
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