—¿Tienes dolor de cabeza? ¿Te ayudaría un poco de masaje?
Harper se sentó a su lado, haciéndolo recostarse de espaldas con la cabeza en su regazo. Dedos delgados rozaron sus sienes, dibujando pequeños círculos allí en un patrón lento y suave.
Eli no creía tener dolor de cabeza. No hasta que la frescura refrescante de esos suaves dedos se derramó sobre él como una lluvia de primavera, aflojando ese nudo apretado en su cráneo y calmando la inquietud en su cuerpo como un encantamiento. Maldita sea, tal vez ni siquiera él mismo se daba cuenta de lo duro que había sido su día.
—Otra habilidad impresionante que te has guardado para ti, Harper. —Sus ojos se cerraron, y dejó escapar las palabras en un suspiro perezoso y cómodo—. Necesito empezar a contar todas estas cosas increíbles que me he perdido en mi vida anterior.
Escuchó una suave risa en respuesta.
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