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Segunda parte: El Mulo » La caída de la Fundación

—No, no han sido los demócratas —sonrió el alcalde—. Nos retiramos, como se ha retirado siempre la Fundación bajo el ataque, hasta que la inevitable marcha de la historia se ponga de nuestra parte. Ya estoy viendo el final. La llamada resistencia de los demócratas ya ha publicado manifiestos jurando ayuda y lealtad al gobierno. Podría ser una estratagema, un ardid que encubra una traición mayor, pero yo la utilizo muy bien, y la propaganda basada en ella producirá su efecto, sean cuales fueren los planes de los traidores. Y algo aún mejor…

—¿Algo aún mejor, Indbur?

—Júzguelo usted mismo. Hace dos días, la Asociación de Comerciantes Independientes declaró la guerra al Mulo, y con ello la flota de la Fundación se ve reforzada, de golpe, por mil naves. Compréndalo, ese Mulo ha ido demasiado lejos. Nos encontró divididos y luchando entre nosotros, y bajo la presión de su ataque nos unimos y adquirimos fuerza. Tiene que perder. Es inevitable… como siempre.

Mis seguía demostrando escepticismo.

—Entonces dígame que Seldon planeó incluso la fortuita aparición de un mutante.

—¡Un mutante! Yo no le distinguiría de un ser humano, ni usted tampoco, si no fuera por los desvaríos de un capitán rebelde, unos jovenzuelos extranjeros y un juglar y bufón que no está en sus cabales. Olvida usted la evidencia más concluyente de todas: la suya propia.

—¿La mía? —Durante un momento, Mis se quedó asombrado.

—Sí, la suya —se burló el alcalde—. La Bóveda del Tiempo se abrirá dentro de nueve semanas. ¿Qué dice a eso? Se abre en una crisis. Si este ataque del Mulo no es una crisis, ¿dónde está la crisis «verdadera» por la que se va a abrir la Bóveda? Contésteme a eso, bola de sebo.

El psicólogo se encogió de hombros.

—Está bien. Si eso le hace feliz… Pero concédame un favor. Por si acaso… por si acaso el viejo Seldon pronuncia su discurso, y es un discurso desagradable, permítame que asista a la magna apertura.

—Muy bien. Y ahora salga de aquí, y permanezca fuera de mi vista durante nueve semanas.

«Con incalificable placer, horroroso engendro», murmuró Mis para sus adentros mientras se alejaba.

18 La caída de la Fundación

Había una atmósfera en la Bóveda del Tiempo que escapaba a toda definición en varias direcciones a la vez. No era de decadencia, porque estaba bien iluminada y acondicionada, con colores vivos en las paredes e hileras de sillas fijas muy cómodas y diseñadas al parecer para su uso eterno. No era ni si quiera de antigüedad, porque tres siglos no habían dejado una sola huella visible. No se había hecho ningún esfuerzo por crear un ambiente de temor o respeto, pues la decoración era sencilla y vulgar; de hecho, casi inexistente.

Sin embargo, después de sumar todos los aspectos negativos, algo quedaba… y ese algo se centraba en el cubículo de cristal que dominaba media habitación con su transparencia. Cuatro veces en tres siglos, el simulacro viviente del propio Hari Seldon se había sentado allí y proferido unas palabras. Dos veces había hablado sin auditorio.

A través de tres siglos y nueve generaciones, el anciano que había visto los grandes días del Imperio se proyectaba a si mismo; y todavía comprendía más cosas de la Galaxia de sus tataranietos lejanos que ellos mismos.

Pacientemente, el cubículo vacío esperaba.

El primero en llegar fue el alcalde Indbur III, conduciendo su coche de superficie reservado para las ceremonias por las calles silenciosas y expectantes. Con él llego su propia butaca, más alta que las colocadas en el interior, y más ancha. La situaron delante de las otras, y así Indbur lo dominaría todo, incluido el transparente cubículo que tenía delante. El solemne funcionario que estaba a su izquierda inclinó respetuosamente la cabeza.

—Excelencia, se han ultimado los preparativos para que vuestra comunicación oficial de esta noche se extienda lo más ampliamente posible por el espacio subetéreo.

—Bien. Mientras tanto, deben continuar los programas especiales interplanetarios relativos a la Bóveda del Tiempo. No se harán, como es natural, predicciones o especulaciones de ninguna clase en torno al tema. ¿Sigue siendo satisfactoria la reacción popular?

—Muy satisfactoria. Los odiosos rumores difundidos últimamente han disminuido aún más. La confianza es general.

—¡Muy bien! —Ordenó al hombre, con una señal, que se fuera, y se ajustó escrupulosamente el cuello adornado.

¡Faltaban tan sólo veinte minutos para el mediodía!

Un selecto grupo de los grandes partidarios de la alcaldía —jefes de las grandes organizaciones comerciales— apareció con la pompa adecuada a su posición social y su situación privilegiada en el favor del alcalde. Se fueron presentando a éste uno por uno, recibieron una o dos palabras amables y ocuparon el asiento que tenían reservado.

De alguna parte llegó, incongruente en aquella solemne ceremonia, Randu de Haven, que se abrió paso, sin ser anunciado, hasta la butaca del alcalde.

—Excelencia —murmuró, haciendo una reverencia.

Indbur frunció el ceño.

—No se le ha concedido audiencia.

—Excelencia, la he solicitado durante una semana.

—Siento que los asuntos de estado que implican la aparición de Seldon hayan…

—Excelencia, yo también lo siento, pero debo pedirle que derogue la orden de que las naves de los comerciantes independientes sean distribuidas entre las flotillas de la Fundación.

La interrupción había provocado que un intenso rubor aflorara a las mejillas de Indbur.

—Éste no es momento para discutirlo.

—Excelencia, no tenemos otro momento —murmuró Randu con urgencia—. Como representante de los mundos comerciantes independientes, he de decirle que esta orden no puede ser obedecida. Ha de ser derogada antes de que Seldon resuelva nuestro problema. Una vez haya pasado la emergencia, será demasiado tarde para la reconciliación, y nuestra alianza quedará deshecha.

Indbur miró a Randu con fijeza y frialdad.

—¿Se da cuenta de que soy el jefe de las fuerzas armadas de la Fundación? ¿Tengo derecho a determinar la política militar o no lo tengo?

—Excelencia, lo tiene, pero hay cosas que no son prudentes.

—No veo en esto ninguna imprudencia. Es peligroso permitir que su pueblo tenga flotas separadas en esta emergencia. La acción dividida redunda en favor del enemigo. Tenemos que unirnos, embajador, tanto militar como políticamente.

Randu sintió que los músculos de su garganta se ponían rígidos. Omitió la cortesía del título.

—Ahora que Seldon va a hablar, se siente seguro y se vuelve contra nosotros. Hace un mes era amable y condescendiente, cuando nuestras naves derrotaron al Mulo en Terel. Debo recordarle, señor, que la flota de la Fundación ha sido derrotada cinco veces, y que son las naves de los mundos comerciantes independientes las que han ganado victorias para ustedes.

Indbur frunció peligrosamente el ceño.

—Su presencia ya no es grata en Terminus, embajador. Esta misma tarde se solicitará su traslado. Además, su conexión con fuerzas democráticas subversivas en Terminus será, de hecho ya lo ha sido, investigada.

Randu replicó:

—Cuando me vaya, mis naves se irán conmigo. No conozco a sus demócratas. Sólo sé que las naves de su Fundación se han rendido al Mulo por traición de sus altos oficiales, y no de sus soldados, demócratas o no. Le diré que veinte naves de la Fundación se rindieron en Horleggor por orden de su vicealmirante, sin haber sido vencidas ni sufrido daños. El vicealmirante era amigo íntimo de usted; presidió el juicio de mi sobrino cuando éste llegó de Kalgan. No es el único caso que conocemos, y nuestros hombres y naves no pueden correr el riesgo de ser mandados por traidores en potencia.

Indbur silabeó:

—Le haré arrestar cuando salga de aquí.

Randu se marchó bajo las silenciosas miradas despectivas de los dirigentes de Terminus.

¡Faltaban diez minutos para el mediodía!

Bayta y Toran ya habían llegado. Cuando Randu pasó, se pusieron en pie y lo llamaron por señas. Randu sonrió.

—Estáis aquí, después de todo. ¿Cómo lo lograsteis?

—Magnifico fue nuestro mediador —sonrió Toran—. Indbur insiste en su composición del visi-sonor, basada en la Bóveda del Tiempo, y con él mismo, sin duda, como protagonista. Magnifico se negó a asistir sin nosotros, y no hubo manera de disuadirlo. Ebling Mis está también aquí, o, al menos, estaba. Seguramente anda por ahí. —Entonces, con un repentino acceso de gravedad, añadió—: ¿Pero qué ocurre, tío? Pareces preocupado.

Randu asintió:

—No me extraña. Nos esperan tiempos malos, Toran. Cuando hayan acabado con el Mulo, mucho me temo que nos tocará el turno a nosotros.

Una erguida y solemne figura vestida de blanco se acercó y les saludó con una rígida inclinación. Los ojos oscuros de Bayta sonrieron mientras alargaba la mano.

—¡Capitán Pritcher! ¿De modo que está usted de servicio en el espacio?

El capitán tomó su mano y se inclinó aún más.

—Nada de eso. Tengo entendido que el doctor Mis es responsable de mi venida aquí, pero se trata de algo temporal. Mañana vuelvo a mi puesto de guardia. ¿Qué hora es?

¡Faltaban tres minutos para las doce!

Magnífico era la viva imagen del sufrimiento y la más profunda depresión. Tenía el cuerpo encogido, en su perpetuo esfuerzo por pasar desapercibido. Su larga nariz se arrugaba en el extremo, y sus ojos se movían con inquietud de un lado para otro.

Agarró la mano de Bayta, y cuando ella bajó la cabeza, murmuró:

—¿Cree usted, mi señora, que tal vez todas estas autoridades formaban parte del auditorio cuando yo… cuando yo tocaba el visi-sonor?

—Todas, estoy segura —afirmó Bayta, dándole unas suaves palmadas—. Y estoy segura de que todos piensan que eres el intérprete más maravilloso de la Galaxia y que tu concierto ha sido el mejor que se ha escuchado jamás, de manera que enderézate y siéntate correctamente. Hemos de tener dignidad.

Él sonrió débilmente ante la fingida reprimenda, y enderezó poco a poco sus largos miembros.

Era mediodía…

… y el cubículo de cristal ya no estaba vacío. Era improbable que alguien hubiese presenciado la aparición. Fue algo repentino: un momento antes no había nada, y al momento siguiente estaba allí. En el cubículo, en una silla de ruedas, había una figura vieja y encogida, de rostro arrugado y ojos brillantes, y, cuando habló, su voz era lo que tenía más vida en ella. Sobre sus piernas había un libro puesto boca abajo. La voz dijo suavemente:

—Soy Hari Seldon.

Habló a través de un terrible silencio, atronador en su intensidad.

—¡Soy Hari Seldon! Ignoro si hay alguien ahí, pues no lo percibo sensorialmente, pero esto carece de importancia. Por ahora tengo pocos temores de que el plan fracase. Durante los tres primeros siglos, la probabilidad de que no sufra desviación es de noventa y cuatro coma dos por ciento.

Guardó silencio mientras sonreía, antes de continuar en tono confidencial:

—A propósito, si alguno de ustedes permanece en pie, puede tomar asiento. Si alguien quiere fumar, puede hacerlo. No estoy aquí en carne y hueso, no necesito ceremonia alguna. Consideremos, pues, el problema del momento. Por primera vez, la Fundación se enfrenta, o tal vez está a punto de enfrentarse, a la guerra civil. Hasta ahora, los ataques procedentes del exterior han sido adecuadamente repelidos, y también inevitablemente, según las estrictas leyes de la psicohistoria. El ataque actual es el de un grupo de la Fundación, excesivamente indisciplinado, contra el gobierno central, excesivamente autoritario. El procedimiento era necesario, el resultado, obvio.

La dignidad del selecto auditorio empezaba a resquebrajarse. Indbur parecía a punto de saltar de su asiento.

Bayta se inclinó hacia delante con inquietud en la mirada. ¿De qué hablaba el gran Seldon? No había oído algunas de sus palabras…

—… que el compromiso adoptado es necesario en dos aspectos. La rebelión de los comerciantes independientes introduce un elemento de nueva incertidumbre en un gobierno que tal vez sentía una confianza excesiva. Se ha restaurado el elemento de lucha. Aunque vencidos, un saludable incremento de democracia…

Ahora se oían voces; los murmullos elevaron su volumen, y en su tono se advertía un matiz de pánico.

Bayta dijo al oído de Toran:

—¿Por qué no habla del Mulo? Los comerciantes no se han rebelado.

Toran se encogió de hombros.

La figura sentada siguió hablando tranquilamente a través de la creciente desorganización:

—… un nuevo y más firme gobierno de coalición era el necesario y beneficioso resultado de la lógica guerra civil a que se vio forzada la Fundación. Y ahora sólo quedan los restos del antiguo Imperio para obstaculizar la expansión ulterior, y en ellos, por lo menos durante los próximos años, no existe ningún problema. Como es natural, no puedo revelar la naturaleza del siguiente conflic…

En el completo tumulto que siguió, los labios de Seldon se movían inaudiblemente.

Ebling Mis, sentado junto a Randu, tenia la cara congestionada. Gritó:

—¡Seldon ha perdido el juicio! Está hablando de otra crisis. ¿Acaso ustedes, los comerciantes, han planeado alguna vez la guerra civil?

Randu contestó con voz débil:

—Planeamos una, es cierto, pero la aplazamos por culpa del Mulo.

—En tal caso, el Mulo es una contingencia imprevista por la psicohistoria de Seldon. Y ahora, ¿qué pasa?

En el repentino y helado silencio, Bayta vio que el cubículo estaba nuevamente vacío. Se había apagado el brillo atómico de las paredes, y no funcionaba la suave corriente de aire acondicionado.

Desde alguna parte llegó el estridente sonido de una sirena, y los labios de Randu formaron las palabras:

—¡Ataque aéreo!

Ebling Mis observó el reloj de pulsera y exclamó de improviso:

—¡Se ha parado, por la Galaxia! ¿Hay en la sala algún reloj que funcione? —Su voz sonó estentórea. Veinte muñecas se movieron, y en pocos segundos se puso de manifiesto que ninguno de los relojes funcionaba.

—Entonces —dijo Mis con severo y terrible convencimiento—, algo ha detenido toda la energía atómica de la Bóveda del Tiempo… y el Mulo está atacando.

El grito de Indbur se impuso al tumulto.

—¡Permanezcan en sus asientos! El Mulo está a cincuenta pársecs de distancia.

—Lo estaba —le gritó a su vez Mis— hace una semana. En estos momentos está bombardeando Terminus.

Bayta sintió que una profunda depresión la iba invadiendo. Intensas oleadas se sucedían en su interior, lo cual le dificultaba la respiración.

Era evidente el clamor del gentío congregado fuera del edificio. Se abrieron las puertas de golpe y entró apresuradamente una figura que habló con rapidez a Indbur, el cual había corrido a su encuentro.

—Excelencia —susurró el hombre—, por la ciudad no circula ni un solo vehículo, y no tenemos ninguna línea de comunicación con el exterior. Se dice que la Décima Flota ha sufrido una derrota y que las naves del Mulo están en la estratosfera. El estado mayor…

Indbur se desplomó en el suelo como la imagen de la impotencia. Ahora no se oía una sola voz en toda la sala. Incluso el gentío del exterior guardaba un silencio temeroso, y por doquier flotaba el espíritu del pánico.

Levantaron a Indbur y le acercaron a los labios una copa de vino. Sus labios se movieron antes de que abriera los ojos, y la palabra que musitaron fue:

—¡Rendición!

Bayta estuvo a punto de llorar, no de pena o humillación, sino simple y llanamente de una vasta y asustada desesperación. Ebling Mis le tiró de la manga.

—Vamos, jovencita…

La levantaron de la silla por la fuerza.

—Nos vamos —dijo Mis—; traiga a su músico. —Los labios del rechoncho científico temblaban y carecían de color.

—Magnífico —musitó Bayta. El bufón retrocedió, lleno de horror. Tenía los ojos vidriosos.

—El Mulo —chilló—. El Mulo viene a buscarme.

Se revolvió salvajemente cuando ella le tocó.

Toran fue hacia él y descargó su puño. Magnífico se derrumbó, inconsciente, y Toran se lo llevó sobre el hombro como si fuera un saco de patatas.

Al día siguiente, las feas naves negras del Mulo cayeron a montones sobre los cosmódromos del planeta Terminus. El general atacante recorrió la calle principal de la ciudad de Terminus, totalmente vacía, con un coche de superficie de fabricación extranjera que funcionaba mientras todos los coches atómicos de la ciudad continuaban parados e inservibles.

La proclamación de la ocupación fue hecha veinticuatro horas después de que Seldon se apareciera ante las últimas autoridades de la Fundación.

Entre todos los planetas de la Fundación solamente continuaban incólumes los de los comerciantes independientes, y contra ellos se dirigía ahora el poder del Mulo, conquistador de la Fundación.

Próximo capítulo