Adriano.
Tan pronto como me vi envuelta en este siniestro lugar, solo un nombre resonó en mi mente. Era la única certeza que tenía en medio de esta pesadilla, mi ancla y mi protector divino. Lo necesitaba desesperadamente para afrontar lo que me estaba ocurriendo.
Estaba al borde de la resistencia, inmovilizada por cadenas que pendían del húmedo techo y otras sujetas a puntos ásperos en el suelo de cemento. El lugar olía a cemento mojado, un olor acre que llenaba mis fosas nasales. Quien mantenía este lugar no se preocupaba por la limpieza, al contrario de Nyx y Adriano, quienes cuidaban meticulosamente de su territorio.
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