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Capítulo 5: El comandante

El resto del fin de semana se podría resumir en piscina, erecciones y pajas a escondidas, porque no me pienso atrever a repetir el numerito de la terraza. Cuando volvemos al Sector Quinto, la situación no mejora y es que, el solo hecho de haber visto el cuerpazo que tiene ya es más que suficiente para alimentar todas mis fantasías.

Estoy en mi despacho, de pie frente al mueble-bar de la mesita, y me estoy sirviendo una copa cuando alguien llama a la puerta. Rhys aparece al otro lado y estoy a punto de decirle que entre cuando veo a Jude Sharp junto a él. Está claro que era mucho pedir.

—Tiene visita, señor —anuncia mi guardaespaldas, asegurándose de que le está cortando el paso a Jude.

—Sí, sí, adelante —respondo, vaciando el contenido del vaso de un trago.

Jude entra y Rhys cierra la puerta, no sin antes dedicarme una nueva mirada que no sé cómo interpretar. Suspiro, sirviéndome otra copa, y me giro hacia mi amigo.

—Te veo bien —dice él, quitándome el vaso—, aunque te vería incluso mejor si dejaras de beber.

—¿A qué has venido, Jude? —pregunto, intentando no molestarme demasiado.

—Me ha contado un pajarito que se te caen las bragas por cierto chico de ojos azules y tenía que verlo con mis propios —responde, con una sonrisa burlona—. Bromas aparte, sabes que me preocupo por ti, todos lo hacemos.

—No le veo la gracia y no se me caen las bragas —digo, molesto.

—Bueno, hay que decir a tu favor que no sé cómo estará el chaval sin el traje, pero sí que es muy guapo —continúa él y yo suspiro, hastiado. No me está ayudando—. Te ha tocado la fibra sensible, ¿eh?

—¿Qué es lo que quieres, Jude? —pregunto, cada vez más frustrado. No quiero hablar de esto, el solo hecho de decirlo ya lo hace peor.

—Soy tu amigo, me preocupo por ti, y vengo a ver cómo estás —dice él, cruzándose de brazos—. Está claro que de un humor de perros.

No le respondo, tampoco sé qué decirle, y él deja el vaso encima de la mesa antes de volver a mirarme. Jude acaricia mi mandíbula y me coge por el mentón, esbozando una sonrisa. Luego lleva su mano a mi pelo y se inclina para dejar unos besos en mi cuello que me erizan la piel.

—Déjame ayudarte a relajarte —dice, en voz baja, sin dejar de besar mi cuello hasta que consigue sacarme un jadeo.

—Jude... —susurro y él se lo toma como una invitación.

Me desabrocha el cinturón, dejando que el pantalón caiga por su propio peso, y me acaricia el pene por encima de la tela de mi bóxer con una mano, mientras mete la otra por debajo de la camisa y me araña la cintura. Suspiro, excitado, y él se lo toma como una señal para ir más allá. Agarra mi calzoncillo y tira de él hacia abajo a la vez que se pone de rodillas, luego agarra mi pene y empieza a dibujar círculos en la punta con su lengua.

Se mantiene así durante un rato y yo hago todo lo que puedo para contenerme, pero el gemido me sale solo y es otra invitación para Jude, que lame toda mi polla antes de metérsela en la boca. Jadeo de nuevo, sintiendo cómo se me eriza la piel cada vez que él se la mete entera y mi punta se choca contra su garganta, y repite lo mismo una y otra vez siguiendo el ritmo de mis gemidos ahogados y jadeos hasta que no lo aguanto más, lo agarro del pelo y me follo su boca sin piedad hasta correrme.

Es él mismo el que va a por los pañuelos para limpiarse y yo me coloco la ropa, mientras trato de recuperar el aliento. Luego le miro y él esboza otra sonrisa.

—¿Ya te sientes mejor? —pregunta y veo su erección.

No le respondo, me acerco a él y le quito el pantalón y el calzoncillo de un solo movimiento. Le doy la vuelta, poniéndolo de cara contra la mesa, y lo obligo a tumbarse sobre ella mientras abro el cajón. Saco el lubricante, me lo echo en un dedo y lo meto en su culo, sin preámbulos y sin avisar. Él gime, moviéndose, pero lo sostengo contra la mesa con mi cuerpo al mismo tiempo que busco su punto G.

—Axel —gime de nuevo, mientras acaricio su interior con mi dedo hasta que todo su cuerpo se relaja—. La próxima vez avisa.

Yo sonrío, sacando el dedo, y me echo más lubricante. Esta vez en dos.

—Ahí te va el segundo —digo, metiéndole los dedos.

Él vuelve a gemir y esta vez es más grave. Dedico un buen rato al mismo movimiento suave y pausado, buscando excitarlo todo lo que pueda, y sus gemidos son cada vez más descontrolados y continuados. Sé perfectamente que así no será capaz de correrse y acelero mi movimiento, buscando sorprenderlo. Jude se retuerce bajo mi cuerpo y suelta un grito desesperado, mientras agacha la cabeza para ahogarlo contra su propio brazo.

—Gime para mí, Jude, déjame oírlo —susurro, inclinándome sobre él, y se le escapa un jadeo.

Poco a poco, voy acelerando mis movimientos y haciendo que él gima cada vez más, pero me deja el control absoluto de la situación y cuando se corre, volviendo a gritar contra su brazo, todavía sigo un poco más, hasta que él ya no lo aguanta. Se queda sobre el escritorio, jadeando e intentando recuperar el aliento, luego se incorpora y vuelve a coger los pañuelos para limpiarse.

—Cuéntame entonces —dice, colocándose el pantalón, y yo lo miro sin entender—. Sobre tu chico, ¿qué es lo que ocurre?

—Nada —respondo, sentándome en el sofá, y él se sienta a mi lado, esbozando una sonrisa—. Bueno, no sé, es... No lo entiendo.

—¿Qué es lo que no entiendes? —pregunta y aunque por lo general me alivia poder hablar de estas cosas con Jude, hoy no está siendo así—. Dime una cosa, ¿te avergüenza sentirte atraído por él?

—No, hombre, avergonzarme no, lo que pasa es que no entiendo por qué me atrae de esa manera y, además, él... No sé —digo, suspirando, y Jude se apoya en el respaldo del sofá mientras me mira.

—¿Sabes lo que creo yo? —añade y lo observo expectante, aunque miedo me da lo que se le vaya a ocurrir—. Te pone porque siempre te ha molado el rollito ese del guardaespaldas, pero hay algo en él que lo hace diferente al resto.

—Ya, bueno, hasta ahí creo que llegábamos todos —respondo, apartándome el pelo de la cara. Por un momento, tengo la tentación de mirar a la puerta y me fuerzo a no hacerlo.

—Pero ¿a que no sabes lo que es? —pregunta y le dedico un ceño fruncido—. ¿Acaso no te has dado cuenta de cómo te mira cuando cree que nadie le ve? O cuando cree que tú no lo puedes ver.

—Jude, ve al grano —pido, empezando a impacientarme. Él me mira, aguantándose la risa, y yo levanto una ceja.

—Que le gustas, hombre —dice, riéndose. No es posible, no con él. ¿Cómo le voy a gustar si lleva aquí dos semanas? Y además es tan... Frío—. ¿En qué piensas?

—No es posible —respondo y mi amigo suspira—. Venga, Jude, pero si lleva aquí diez días y tampoco...

No sé qué es lo que iba a decir y justo recuerdo el fin de semana en Okinawa, el numerito de la terraza y lo empalmado que estaba él después, pero no solo eso. A la noche, mientras hablábamos en el jardín, tuve la sensación de que estaba mucho más distante de lo habitual, como si hubiera puesto un muro entre nosotros.

—No es posible —repito, pero esta vez mucho menos convencido que antes—. Ya me conoces, yo no tengo relaciones. ¿Qué se supone que voy a hacer con eso?

—Eso tienes que decidirlo tú, no yo —responde él, recostándose en el sofá. Luego suspira y vuelve a mirarme—. Dime una cosa, ¿el chico no te suena de nada?

—¿Acaso me tiene que sonar? —pregunto y él se ríe.

—¿Recuerdas en bachillerato que Darren andaba siempre con un chaval de secundaria? Incluso estuvieron saliendo en nuestro último año, pero no duraron mucho —dice y sí, por supuesto que me acuerdo. Tanto del chico como de que era novio Darren y lo tímido que era siempre—. Ese chico es tu chico.

—¿Qué dices? —pregunto, sorprendido, y él asiente, seguro de sus palabras.

—Lo único que me sorprende es que esté aquí, porque Darren y él siguen siendo amigos y estoy seguro de que no lo aprobaría.

¿Entonces esa ex pareja de la que hablaba era Darren? Y yo pensando que se refería a una mujer.

—Me sorprende que no te hayas dado cuenta —dice Jude y le miro con el ceño fruncido—. Es cierto que está bastante cambiado y tampoco conocíamos su apellido, pero estabas muy obsesionado con él.

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