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Los dedos de Kaizen temblaban mientras quitaba cuidadosamente la sábana que cubría aquella cosa en el centro de la habitación. Una luz suave, casi etérea, brillaba a través de la tela fina, y cuando la sábana finalmente se deslizó al suelo, el resplandor del cristal iluminó la cara de Kaizen con tonalidades mágicas azules.
Después de unos momentos de sorpresa, Kaizen, con voz apenas audible, susurró:
—Eso es... un Cristal de Mana.
El objeto bajo la sábana era un gran cristal, con varios puntas, pero con un brillo único, que iluminaba toda la cámara oscura en el segundo en que fue descubierto. Este objeto parecía contener dentro de él secretos insondables, como si cada faceta brillante guardara una historia milenaria. Kaizen, en trance, extendió la mano para tocarlo, con hesitación al principio, pero luego con determinación. Cuando sus dedos entraron en contacto con la superficie lisa y fresca del cristal, una ola de calor y conocimiento lo envolvió.
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