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—Emma, ¿estás bien? —preguntó Klaus.
La mujer de cabello largo volvió de su viaje en sus pensamientos, negó con la cabeza un poco y lo miró.
—Sí, ¿por qué la pregunta?
Klaus frunció el ceño. —Bueno, estabas mirando un plato vacío hace dos minutos y hace como cinco segundos te pedí que sacaras agua del grifo, pero me ignoraste completamente.
—¡Jaja! Lo siento por eso. Solo estaba pensando en una cierta cosa... —Emma sonrió nerviosamente, agarró una olla y la llenó de agua.
—Gracias —dijo Klaus mientras agarraba la olla y luego vertía el agua dentro de la olla para diluir la salsa. —¿Realmente estás bien? Si tienes algún problema, puedes hablar conmigo.
—No, no, estoy bien. Realmente agradezco que te preocupes por mí, es solo que...
—¿Qué pasa...? Vamos, somos amigos, ¿no? No tienes por qué tener miedo de decirme algo.
—De verdad, no es nada —ella insistió, así que Klaus no persistió.
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