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Las palabras de Peter cayeron y todos volvieron a posar sus ojos sobre William. Tan solo tenían que dejar de buscar y matar a un monstruo de grado oro. Y ahora tenían otro botín que no podían perderse y que podrían recolectar fácilmente, si encontraban una manera de solucionar el problema de las botellas.
—Tampoco yo —suspiró William—. Sabía que la sangre valía su peso en oro para alquimistas y artesanos. Era un material ampliamente utilizado en el forjado y en la elaboración de pociones, lo que le hacía sentir algo de pesar por no tener más frascos para recolectarla.
—Tengo unos cuantos aquí —de pronto habló Ibra, tocó su anillo y sacó un montón de botellas vacías.
—¡Maldición, anciano! ¿No me digas que tienes afición por la alquimia? —incluso William se sorprendió por la gran cantidad de botellas.
—¡Te reto a que me digas anciano otra vez! —Ibra se alteró, devolviéndole la mirada a William, mientras que este último ni siquiera tomaba en cuenta sus amenazas.
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