Las puntas del pelaje centelleaban con destellos eléctricos de un rojo escarlata y naranja. William sabía que esos destellos no eran solo para impresionar, y que uno solo de esos problemáticos monstruos era suficiente para inundar una zona entera de cien metros con un océano de fuego inextinguible.
En tales situaciones, los maestros de espíritu no tenían manera de matar este fuego a no ser que mataran al monstruo en sí o lo forzaran a usar otra técnica de su repertorio.
Y uno tenía que saber que tal monstruo temible tenía una larga lista de técnicas muy aterradoras, todas relacionadas con el fuego.
Justo cuando todos contenían el aliento por el horror, el oso que había saltado fuera del bosque aplastando árboles se detuvo abruptamente.
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