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—Recuerdo aquella noche tan vívidamente como si hubiera ocurrido ayer, aunque han pasado tres largos años. Mi marido y yo dormíamos plácidamente en nuestra cámara real cuando aquellas viles bestias, blandiendo su maldita magia, irrumpieron por las ventanas como locos en un arranque de furia.
Antes de que mi esposo pudiera siquiera alcanzar su espada, le dispararon sin piedad dos flechas en ambas rodillas, haciendo que se desplomara en el suelo entre gritos de dolor. Observé con horror cómo lo pateaban cruelmente y jugueteaban con él, sus gritos de dolor resonaban en la habitación. Él no les había hecho daño a ninguno de ellos, y cuando llegaron los guardias, también cayeron fácilmente, abatidos por esas perversas flechas mágicas.
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