Howard cerró los ojos, el viento llevaba un leve aroma a fuegos artificiales, anunciando la aproximación de la hora de cenar cuando Ciudad Brisa se sumergiría en la algarabía de la comida nocturna.
Este era el momento más relajado para la gente de aquí, marcando el final de un día de trabajo, seguido por una relajación sin restricciones.
Se sentía como un cálido océano, donde las minucias del ruido eran amplificadas e ignoradas a la vez.
Howard sintió su conciencia expandiéndose de una manera fascinante, como si observara las operaciones del mundo desde una perspectiva divina —vida y muerte, ascensos y caídas, todo aparentemente desconectado de él.
Esta sensación duró alrededor de quince minutos, pero sensorialmente, se sintió tan larga como un día y una noche.
A medida que su conciencia expandida se retraía, la cacofonía de sonidos llenaba la mente de Howard.
Frunció el ceño, tomando unos minutos para ajustarse antes de que los sonidos gradualmente se desvanecieran.
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