Ian sonrió ante la vergüenza de ella, la tartamudez que mostraba era demasiado dulce para él como para ignorarla. Saboreaba su expresión y las acciones que realizaba bajo su perspicaz mirada. Alzando la mano, tocó su barbilla y con un suave y único movimiento para levantarla, Elisa alzó la suya, sus ojos azules estaban vidriosos, lo que casi hacía que él quisiera llevarla a un lugar profundo y silencioso.
—Aún tienes que continuar limpiando la galería, perrito, y no olvides llevar el retrato —Elisa, quien casi había olvidado que tenía la tarea de limpiar la galería, le dio una rápida afirmación con la cabeza y él soltó su barbilla.
Viendo al Señor Ian alejarse, Elisa, que abrazaba el lienzo, tocó el lugar donde sintió que el Señor Ian la había tocado. Su barbilla que él tocó se sentía caliente. Antes de que Ian saliera completamente de la habitación, sostuvo la perilla de la puerta y le habló:
—El castigo sigue en pie, Elisa —y la puerta se cerró.
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