—¿Aún no tiene nombre? —Kace se sorprendió al darse cuenta de que también había olvidado preguntar el nombre del bebé antes de esto.
—Quiero llamarla Serefina junior, pero no creo que te guste —Serefina echó un vistazo al bebé—. Realmente no tenía idea de qué nombre le quedaría bien, así que era mejor dejar este asunto insignificante a Kace para que lo pensara.
La nariz de Kace se arrugó en puro asco ante su idea. Estaba totalmente en contra. ¿Qué clase de nombre era ese?
Kace miraba al bebé dormido, sus labios ligeramente abiertos y su pequeña nariz puntiaguda era tan pequeña. Era tan vulnerable, sin embargo, era la entidad más importante en su vida.
Kace no deseaba nada para ella más que felicidad, justo como ella se convirtió en la luz al final del túnel de su penitencia.
Y entonces Kace recordó un poema, el poema que había escuchado hace mucho tiempo...
—¿Crees en lo que ves?
¿Crees en la realidad?
¿Crees en el sol que brilla?
¿Crees en las estrellas en la noche?
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