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LA BESTIA DENTRO DE ÉL (2)

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—Lucharía por supuesto. Oh, lucharía. Mejor destruirlo todo que rendirme a ella. —Vladimir Nabokov, Lolita.

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Las últimas palabras de Rafael parecían hundirse en el sentido de Torak conforme miraba la expresión de su compañera. Sus cejas se fruncieron y mordió sus temblorosos labios mientras sus ojos de obsidiana le devolvían la mirada, ahogados de miedo.

Cerró los ojos, luchando con su lobo por el control y ganó la lucha interna.

La mandíbula de Torak se tensó fuertemente, le gustaba cuando las otras criaturas le temían, eso de alguna manera le daba un sentido de control y todos los Licántropos y hombres lobo amaban tener el control. Pero cuando su compañera lo miraba con cualquier atisbo de miedo, sentía un impulso de estrangular a cualquiera que tuviera la osadía de asustarla, desafortunadamente era él.

No lo podía creer, hacía cientos de años había dicho que habría partido en dos a su compañera cuando la encontrara. 

Y ahora, en el primer momento que la sintió, estaba completamente y desesperadamente con este fuerte e indescriptible deseo de protegerla de cualquier cosa.

—¡Este estúpido lazo de pareja! —Torak abrió sus ojos azul océano.

Los ojos de Raine se agrandaron y sus labios se separaron en shock. Estaba segura de que un minuto atrás los ojos del hombre eran negros, no azules. Pero, ahora el par de ojos que le devolvían la mirada, se habían convertido en este hermoso color azul, que podía ahogarla en cuestión de segundos.

Ella miró sus ojos durante un rato antes de darse cuenta de que su agarre en su cuerpo se había soltado. Aprovechó esta oportunidad para escapar, sin embargo, no era suficientemente rápida y fuerte como para apartarlo.

Lo único que consiguió fue caer de nuevo en su abrazo. —No tengas miedo, no te haré daño —dijo él en un tono como si estuviera suplicando.

Su voz calmó sus oídos y por un momento, de alguna manera, ella le creyó. Había esta extraña sensación de hormigueo, como si tuviera mariposas en su estómago. Raine dejó de forcejear mientras sentía como sus fuertes brazos la sostenían con firmeza. 

Pero, su miedo seguía ahí, su cuerpo temblaba.

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Rafael se acercó más hacia ellos, abrió el segundo paraguas y lo sostuvo sobre Torak y Raine. 

—¿Es ella? —preguntó Rafael suavemente.

—Sí, mía —respondió Torak con un suspiro de alivio y orgullo. 

Apartó su cabello húmedo para tener un mejor acceso a su rostro. La chica en su abrazo tenía un hermoso par de ojos de obsidiana. Esos ojos lo evitaban. Se mordía nerviosamente el labio inferior, lo que hizo que él tirara de su barbilla y liberara sus labios, su piel estaba tan pálida como si la luz del sol nunca hubiera podido alcanzarla.

Su cuerpo era tan pequeño, pero tan correcto en su abrazo. No sería exagerado si dijera que era más que capaz de partir la en dos en cuestión de segundos. Sin embargo, incluso la idea de lastimarla era ahora una pesadilla aterradora para él.

—Raine, ¿qué estás haciendo ahí? ¿Dónde está el medicamento?

Una voz familiar hizo que Raine volviera en sí. Giró su cuerpo y vio a la Señora Anne, la enfermera jefe en el orfanato, de pie detrás de las barras de acero de la puerta. Sus gordos dedos trabajaban en la cerradura de la puerta mientras su otra mano sostenía un paraguas amarillo.

En ese momento, la lluvia se había transformado en una tormenta y ninguno de los cuatro estaba en buena forma bajo el viento fuerte.

—¿Qué están haciendo caballeros? —La Señora Anne lanzó una mirada enojada hacia Torak, quien todavía sostenía a Raine en su abrazo—. ¡Déjala ir! —exigió.

La chica una vez más retorció su cuerpo para liberarse, pero Torak se negó a soltarla.

—Torak, debes dejarla ir —susurró Rafael y juraría que los ojos de Torak por un momento titilaron en color rojo antes de volverse azules otra vez—. Sobresaltado, añadió apresuradamente—. Ella está empapada y con frío, se enfermará si nos quedamos más tiempo aquí.

Rafael se ajustó la corbata nerviosamente, los ojos rojos para un licántropo no eran una buena señal, podría significar que el lobo interior estaba furioso por su sugerencia de dejarla ir.

Torak miró hacia abajo a Raine y solo ahora se dio cuenta de su pobre condición. —La traeremos con nosotros —dijo sucintamente.

—No, no podemos hacerlo de esa manera —negó con la cabeza Rafael—. Este no es tu territorio Torak, no puedes hacer lo que te plazca. Probablemente, ella todavía tiene familia aquí…

—¡Por Dios Raph, ella es una huérfana! —gruñó Torak—. ¡Y sí! Puedo hacer lo que me plazca, ¡no me importa quién esté a cargo aquí! Que se quejen después de que traiga a mi compañera conmigo.

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