—Para sorpresa de todos, Alicia no habló a menos que se le dirigiera la palabra mientras todos cenaban —. Todavía estaba pensando en todo lo que Paulina le había dicho, y no quería más que retirarse por la noche para poder leer el diario de la Princesa Ámbar.
—Harold, que estaba sentado a su lado, miraba a Alicia de vez en cuando, mientras se preguntaba qué estaría pasando por su cabeza. Aunque le gustaba que estuviera callada, dudaba que su silencio tuviera algo que ver con su amenaza o advertencia. La había observado lo suficiente como para saber que su boca solo estaba tan silenciosa cuando su cerebro estaba funcionando. Algo estaba en su mente, y en este momento deseaba poder leer sus pensamientos.
—Está demasiado callada —se quejó su lobo.
—¿No deberías estar contento? —preguntó Harold.
—Me preocupa cuando ella está así.
—¿Tienes miedo de ella? —preguntó Harold, divertido.
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